Artesanías y pasatiempos

Punto de cruz nuevas ideas – Cross stitch new ideas

El siguiente texto es un extracto del libro Punto de cruz nuevas ideas (ISBN: 9781646998333) Conocerlo, entenderlo, interpretarlo y ayudarlo, escrito por Kikka Barzaghi and Attilia Isella, publicado por de Vecchi /DVE ediciones.

Introducción

La técnica del punto de cruz parece estar hecha a propósito para conquistar a las mujeres de hoy, ocupadas por mil compromisos y siempre a la búsqueda de pequeños momentos de calma, ya que se trata de un tipo de bordado fácil de realizar que da resultados en poco tiempo y garantiza un éxito seguro. Con un mínimo de paciencia y cuidado, incluso la persona que siempre ha creído que no tenía la vocación de bordadora puede aprender fácilmente a divertirse con pasadas, telas, hilos y esquemas, dedicándose a un agradable pasatiempo que ya no querrá abandonar nunca.

El ritmo tranquilo y regular de un trabajo tan antiguo como el del bordado tiene un efecto extremadamente relajante. Precisamente lo confirma el hecho de que las personas más inquietas, incapaces de permanecer inactivas o de soportar las largas esperas, suelen ser normalmente las más aficionadas al punto de cruz. Además, no es difícil darse cuenta de por qué un sencillo trabajo de aguja e hilo puede, aparte de divertir, convertirse en una eficaz terapia anti estrés: bordar tiene ocupadas las manos pero permite hablar, escuchar música y disfrutar del sol; conserva todas las virtudes re generantes del ocio sin hacernos sentir inactivos o improductivos.

Al placer por el trabajo manual se añade además la satisfacción de ejercitar la propia creatividad: poner un poco de uno mismo en lo que se hace, aunque sólo sea en la elección de un color o de un tema, es una experiencia menos común de lo que se cree y siempre resulta muy gratificante.

Aprender El Punto De Cruz

El punto de cruz: actualidad de una técnica antigua

El punto de cruz es una de las técnicas más antiguas de bordado: parece ser que en Asia central se han encontrado retales de seda bordados con un punto muy similar al punto de cruz, que se remontan al 850 d. de C.

El verdadero punto de cruz, idéntico al que se realiza actualmente, hizo su aparición en Europa durante la Edad Media, para luego difundirse ampliamente durante el Renacimiento. Ya en el año 1500 empezaron a circular los primeros esquemas, verdaderos modelos de temas típicos y recurrentes: decoraciones florales, heráldicas y religiosas, llenas de símbolos como cruces, cálices y palomas. Las telas sobre las que se bordaban no comprendían aún el algodón, sino que eran el lino, la seda y la lana. También se disponía de pocos hilos de colores. Durante mucho tiempo el más difundido fue el rojo, capaz de soportar mejor que los demás los lavados.

A la escuela con aguja e hilo

La utilización de ornamentos y muebles sagrados, que precisaban adornos y decoraciones, contribuyó de forma determinante en la difusión del bordado. El trabajo de aguja se realizaba a menudo en los conventos por las manos pacientes de las religiosas. Además, en estos primeros centros de educación femenina, cada chica de buena familia aprendía a bordar y marcar su propia lencería.

No se trataba, en aquellos tiempos, de una labor sin importancia porque como se hacía la colada muy pocas veces al año, era necesario poseer mucha lencería y poderla identificar fácilmente entre la de toda la familia. El punto de cruz se reveló como la técnica más adecuada para esta finalidad: fácil, rápido y practicable incluso para la alumna menos atraída por el bordado. Dibujar las propias iniciales con aguja e hilo fue seguramente para muchas mujeres la primera forma de escritura, y los famosos trabajos de prueba (samplers, marquoirs o ensayos), sobre los cuales se bordaban di versas variantes de letras y números, se convirtieron en instrumentos de alfabetización, esto es, en verdaderos ejercicios de lectura y escritura.

Del convento al salón

En el siglo XVIII los bordados empezaron a hacerse con más adornos y la naturaleza se representaba de manera más realista: flores y frutas se elaboraron con más de talles y colores más intensos. Si las figuras humanas del siglo anterior habían sido generalmente bíblicas y mitológicas como santos, ángeles y sirenas, en los siglos XVIII y XIX se prefirieron las escenas campestres con pastores, rebaños, campesinos y vendimiadores.

El siglo XIX fue seguramente el siglo de mayor éxito para el punto de cruz. Los grandes progresos de la imprenta permitieron satisfacer la demanda creciente de esquemas y modelos: parece ser que en 1840 se publicaron más de catorce mil. También los avances de la química y de la industria textil hicieron cada vez más agradable el trabajo de las bordadoras: se disponía de hilos de muchos colores y a los tejidos tradicionales se añadieron el algodón y el organdí.

No sólo se bordaba en los conventos, sino que también se hacía en los salones; el punto de cruz pasó de ser una asignatura obligatoria en las escuelas a un pasatiempo de moda e incluso fue un signo de distinción típicamente femenino. La mujer afirmaba su papel de <ángel del hogar> decorando cada ángulo de su casa: toallas, centros, cojines, reposapiés, fundas para sillas, tapetes, cortinas, barandillas, paneles contra el fuego, etc. No se escapaban del bordado, además de bolsos de noche y para el trabajo, ni siquiera las pantuflas y las protecciones para los relojes del marido (o del enamorado). Incluso la escritora e intelectual George Sand, atrapada por la pasión hacia su amante veneciano, bordó en punto de cruz todo un salón.

En la época romántica los trabajos se enriquecieron con frases dedicadas a padres, amigos y enamorados, y se celebraban las alegrías de la vida familiar, del amor y de la amistad. Cada cuadro expresaba un mensaje, un voto o una promesa; el nombre del ser amado lejano se bordaba en todas las variantes caligráficas en señal de entrega y fidelidad.

Con el romanticismo se pusieron de moda incluso sentimientos como la tristeza, el luto, la melancolía y la nostalgia: fue entonces cuando aparecieron en los paisajes los sauces llorones, los restos de antiguos monumentos, urnas, sepulcros y columnas rotas y cubiertas de hiedra. Hacia el final del siglo XIX, con el gusto por lo exótico, en particular por lo chinesco, se adquirió de nuevo el placer por los colores luminosos y los objetos puramente decorativos.

Un retorno inesperado

En los primeros decenios de nuestro siglo llegó el declive del punto de cruz. Sólo se aprendía y se practicaba en las escuelas y los escolares lo olvidaban pronto, en algunos casos para pasar a técnicas de bordado más complejas y refinadas, y en otros para odiar de forma definitiva la aguja y el hilo. A pesar de que la práctica del bordado ha ido desapareciendo día a día, en los años ochenta y de forma inesperada recobró vida. El gusto y la pasión por la técnica del punto de cruz volvieron a la vieja Europa desde Estados Unidos, donde los descendientes de los pioneros habían sabido restituir frescura e inventiva a la tradición de sus antepasados.

Quizás empujadas por la nostalgia de épocas menos frenéticas que la nuestra e ignorando el prejuicio que suponían los <trabajos femeninos> como actividades repetitivas que precisan tiempo robado a la inteligencia, también las mujeres de nuestro tiempo han descubierto el placer de la creatividad, el deseo de dejar una señal única y personal a través de la aguja y el hilo.

Materiales e instrumentos

Los tejidos

Los tejidos más adecuados para el bordado en punto de cruz son los que presentan una trama evidente y regular que garantiza una cruz proporcionada. No debe olvidarse que el fondo que rodea a los bordados normalmente no se llena, el tejido no se cubre nunca completamente por el punto de cruz y, por lo tanto, debe tener por sí mismo un aspecto agradable.

En los ejercicios que ilustraremos en el próximo capítulo, cada cruz cubre un cuadrado de la tela, es decir un único cruce de trama y urdimbre. Sin embargo, es posible bordar un punto sobre más de un cruce de tejido. El punto de cruz es la técnica de bordado más conocida. Se trabaja contando los hilos de la tela para calcular la posición y el tamaño de cada punto. También por esto es importante que la trama sea evidente: agujeros e hilos, al ser tan visibles, son más fáciles de contar.

• La tela panamá es el tejido sobre el que normalmente se aprende el punto de cruz. Se trata de una tela de algodón disponible en distintas versiones. La que utilizaremos para nuestros ejercicios es la de 44 agujeros, lo que significa que en cada 10 cm de tela hay aproximadamente 44 <cuadritos> de agujeros o, más sencillamente, 44 cuadritos. Se trabaja utilizando tres hilos; nosotros utilizaremos dos para no llenar demasiado los agujeros de entrada y de salida. Con los 44 agujeros se obtienen cruces bastante grandes y, en consecuencia, amplios bordados con pocos puntos.

• La tela panamá de 55 agujeros se trabaja con dos hilos. Presentando un número mayor de cuadritos en el mismo espacio (10 cm), dará como resultado cruces más pequeñas. En consecuencia, un bordado con el mismo número de puntos tendrá un tamaño distinto según la tela sobre la cual trabaje: será más grande sobre panamá de 44 y más pequeño y escondido sobre la de 55. Escoja este último si desea obtener resultados más refinados.

• También existe una versión de tela panamá de 70 agujeros, en la que se acentúan las características ya descritas a propósito de la de 55 agujeros: puntos todavía más pequeños y, en consecuencia, un bordado todavía más compacto. Puede trabajarse con dos hilos, si se quiere obtener un punto muy lleno, o con un solo hilo.

• El punto de cruz sobre lino precisa dominar el bordado, por ello es mejor utilizarlo después de practicar con la tela panamá. El trabajo sobre esta se ve facilitado porque los agujeros y los hilos de la trama y la urdimbre son muy evidentes, y ya están preparados para acoger nuestras cruces. En cambio, sobre el lino, como sobre todos los demás tejidos de trama regular utilizables para el punto de cruz, somos nosotros los que decidimos dónde colocar los puntos contando los hilos y las florecillas que cada cruz tiene que ocupar. Es lo que se llama bordado de hilos contados. Al principio le parecerá difícil, pero los resultados le recompensarán, ante todo porque sobre el fondo <limpio> del lino, sin agujeros y sin trama evidente, sus bordados resaltarán más, y porque la suavidad y la ligereza de la tela lo hacen mucho más adecuado que las telas de algodón para realizar cortinas, manteles, centros y camisas. Podrá encontrar el lino en color blanco, crudo y basto. Es aconsejable trabajarlo con hilos muy finos.

• La tela de Asís es un tejido pesado, siempre de lino puro pero con una trama más grande, adecuada para trabajar con hilos también robustos.

• También se trabajan como el lino el llamado linón: se trata de un tejido mixto de lino más pesado y resistente. Puede ser de color y recibe el nombre del fabricante: un ejemplo es el de la Davosa que utilizaremos en algunas de las labores propuestas en la segunda parte.

• La estameña es una tela de algodón muy compacta, pero con trama y urdimbre regular y visible y, por lo tanto, fácil de bordar en punto de cruz. Trabájela con hilos ligeros y puntos pequeños. De la relación de telas adecuadas para el punto de cruz parecen quedar excluidos todos los tejidos sin trama o con una trama tan compacta que resulta invisible. Debemos renunciar a decorar con nuestros bordados el popelín, la lana, el terciopelo, el tejano, el paño y todo lo que nuestra fantasía nos sugiera?

Realmente no. Será suficiente fijar sobre la tela que queramos bordar el cañamazo o, si se desea un método y más fiable, una gasa de hilos regulares y rígidos. Se trata de una esterilla auxiliar que sustituye los invisibles hilos de trama y urdimbre del tejido escogido.

El cañamazo, que debe ser siempre un poco más grande que el motivo que se quiere bordar, se tiene que embastar bien estirado sobre la tela que se desea trabajar.

El bordado se realiza atravesando tanto la gasa como la tela de fondo y manteniendo el punto algo más apretado que de costumbre. Con el trabajo acabado se tiene que sacar el cañamazo deshilando uno por uno todos los hilos de trama y urdimbre con unas pinzas. En la relación de todo lo que se puede bordar no pueden faltar todos los productos que se encuentran disponibles en los comercios ya confeccionados con los espacios adecuados para el punto de cruz. Existen, por ejemplo, manteles y cortinas con inserciones de cuadraditos, rombos, círculos y servilletas con los bordes de panamá, baberos, delantales, agarradores, guantes para el horno, albornoces, etc., todos esperando para ser personalizados con sus bordados.

Productos muy útiles y muy versátiles son también las cenefas: se encuentran de distintos anchos, en panamá y lino, pero también en organdí. Están acabadas y se encuentran disponibles en diversos colores: blancos bordados de azul, rojo, rosa y azul marino. Se pueden utilizar de mil maneras: para aplicaciones sobre sábanas, toallas, trapos de cocina o para decorar los lados de una caja. Las cenefas más anchas pueden transformarse con una simple costura en saquitos y fundas para las gafas.

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