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Curso para hablar en público – Public speaking course

El siguiente texto es un extracto del libro Curso rápido para hablar en público(ISBN: 9781683257875) Conocerlo, entenderlo, interpretarlo y ayudarlo, escrito por Gelsomina Parisse, publicado por de Vecchi /DVE ediciones.

De La Retórica Al Public Speaking

La Fuerza De La Experiencia

«La costumbre y la práctica dan la habilidad necesaria para la oratoria…»,escribió Quintiliano, uno de los principales divulgadores de la retórica en Roma, en el siglo I, y «Nadie puede aprender a hablar en público sin hablaren público», sostiene Dale Carnegie, uno de los más autorizados divulgadores actuales del public speaking («hablar en público»).Sólo la experiencia «mueve», nos enseña la antropología teatral: es capaz de modificar los comportamientos de manera rápida y duradera.

¿Estas consideraciones significan que un libro sobre hablar en público no es útil? En absoluto. Simplemente nos recuerdan que nada puede sustituir a la experiencia. Quien desee destacar en el arte de hablar en público no debe perder la ocasión de hacerlo. «Debemos practicar siempre y en cualquier lugar», sugiere Quintiliano.

¿Por Qué Un Manual?

Este manual constituye un instrumento de análisis, de comprobación de nuestra experiencia. Si bien el cambio se produce mediante una certeza, a menudo intuitiva, de qué funciona y qué no, también es cierto que algunos parámetros de comportamiento, fruto de la investigación de quienes se han ocupado y se ocupan de estos temas, pueden resultar elementos de comparación muy útiles. Comenzando por los maestros de la retórica antigua, hasta llegar a los exponentes contemporáneos delas escuelas de este arte, se han identificado unas reglas comunicativas capaces de mejorar nuestras capacidades y respecto a las cuales podemos establecer comparaciones. Con un mayor conocimiento de los mecanismos de la oratoria, el proceso de valoración y cambio puede ser más consciente y, en consecuencia, más rápido.

Un poco de historia

Se suele ubicar el nacimiento de la retórica en un lugar y un tiempo bien definidos: en Sicilia, en el siglo V a. de C. Tras el derrocamiento del último tirano de Siracusa, Trasíbulo, la ciudad regida por la democracia asistió a una serie de enfrentamientos, pronto transformados en procesos protagonizados por los ciudadanos con el objetivo de reapropiarse de los bienes que les habían sustraído los tiranos. Los directamente interesados tenían que defender su causa frente a los jueces. Entonces, el filósofo Corax, junto con su alumno Tisias, se ocupó de redactar un manual que pudiese servir a los ciudadanos para organizar mejor su discurso y hacerlo más persuasivo. De este modo apareció el primer tratado de retórica. Esto es, al menos, lo que afirma Cicerón (Bruto 46):«Dice, por tanto, Aristóteles que, cuando en Sicilia acabaron con la tiranía y después de mucho tiempo se comenzó de nuevo a hacer valer en los tribunales los derechos de los ciudadanos, entonces por primera vez (se trataba, en efecto, de gente aguda y con una capacidad innata para la discusión) los sicilianos Corax y Tisias escribieron las reglas del arte dela retórica. Anteriormente nadie hacía discursos de acuerdo con un método y una norma, aunque, en general, lo hiciesen con cuidado y de forma ordenada».

El uso de la nueva técnica pronto se consolidó incluso en Atenas. La tarea de difusión de la retórica fue realizada, entre otros, por el filósofo siciliano Gorgias y los sofistas, quienes se ocuparon de un aspecto que no corresponde tanto al desarrollo y la lógica argumentativa como a la adopción de una prosa atractiva y capaz de persuadir. Así pues, fue Gorgias quien desarrolló aquella parte que atañe a las figuras retóricas.

La contribución de aristóteles

A mediados del siglo IV a. de C. Aristóteles se ocupó de definir y reorganizar el instrumento de la retórica, que consideraba una técnica capaz de promover la justicia y, como tal, «útil».

El filósofo subdividió la retórica en tres géneros: deliberativo, que se ocupa de temas políticos y éticos; judicial, cuya finalidad es acusar y defender; y demostrativo, que sirve para elogiar o denostar.

Caracterizó, además, cuatro partes, es decir, cuatro fases necesarias para la elaboración de cualquier discurso: inventio, dispositio, elocutioy actio.

• La inventio «invención», la primera fase de la elaboración, es el momento en el que, utilizando la memoria, se recuperan las ideas relacionadas con el tema en cuestión, ideas que subyacen en el inconsciente del orador.

• Mediante la dispositio «disposición» los materiales recuperados son ordenados según un esquema formado por una parte inicial (exordium o «exordio»), un cuerpo central, en el que se presentan y prueban las tesis propias, y una parte final (pero ratio o «peroración»), en la que se resume el discurso y se hace un llamamiento.

• La elocutio «elocución» consiste en elegir el estilo que se dará al discurso.

• Por último, la actio «acción» es la fase de exposición del discurso, la puesta en acción.

Las Tres Claves Del Orador

Según Aristóteles, la fuerza de convencimiento del orador reside en la combinación de tres elementos: logos, pathos y ethos.

Logos

Es el componente racional: para dar credibilidad y demostrar nuestras afirmaciones es necesario argumentar.

Podemos definir el logos, la lógica, como el proceso a través del cual, partiendo de ciertas premisas, se llega a una conclusión determinada.

El logos retórico difiere del metafísico o científico, según Aristóteles, porque su finalidad no consiste en hallar la verdad, sino en persuadir al público a partir de presupuestos únicamente verosímiles.

Los instrumentos que caracterizan el logos retórico son el ejemplo y el entimema.

• El ejemplo está constituido por hechos, reales o inventados, que mediante un proceso inductivo conducen a ciertas consecuencias.

• El entimema es un tipo de deducción o de silogismo («Todos los hombres son mortales; Sócrates es un hombre; por tanto, Sócrates es mortal»: el silogismo de la lógica científica se fundamenta en premisas verdaderas) que siempre parten de premisas verosímiles.

Un célebre ejemplo de la aplicación de una modalidad argumentativa para refutar las tesis de los demás y defender las propias se halla en Julio César, de Shakespeare, en el fragmento en el que Antonio, fiel amigo de César, quiere restar credibilidad a las afirmaciones de Bruto, que justifica su participación en la conjura contra César sosteniendo que ha sido empujado a ello para contrarrestar la ambición del mismo. Estas son las palabras de Antonio:

 «El noble Bruto os ha dicho que César era ambicioso. Si tal ha sido, su falta fue muy grave y la habrá pagado terriblemente. Ahora, con permiso de Bruto y los demás, porque Bruto es un hombre honorable, y honorables son todos ellos, todos, vengo a hablar en el funeral de César. Amigo mío era, leal y justo para mí, pero Bruto dice que era ambicioso, y Bruto es un hombre honorable. Muchos cautivos trajo a Roma, y con sus rescates llenó las arcas públicas. ¿Pareció esto ambicioso en César? Las lágrimas de los pobres hacían llorar a César, y la ambición debería ser de índole más dura. Sin embargo, Bruto dice que era ambicioso, y Bruto es hombre honorable. Todos habéis visto cómo en la fiesta lupercalia le presenté tres veces una corona real, y cómo la rehusó tres veces. ¿Era esto ambición? Sin embargo, Bruto dice que era ambicioso, y por cierto que él es un hombre honorable. No hablo para reprobar lo que habló Bruto, pero estoy aquí para decir lo que sé».

Los hechos, la experiencia compartida («Todos habéis visto»), se convierten en el punto central de la demostración. No soy yo, Antonio, quien sostiene que César no era ambicioso, sino las cosas que César hizo. Los hechos.

Al respecto, recuerdo el impacto que me causaron dos diapositivas de una presentación empresarial que mostraban un mapa en el que se indicaban todos los lugares en los que la empresa tenía presencia, la primera, y el gráfico de crecimiento de la facturación, la segunda. En aquel momento me di cuenta de que la presentación era claramente argumentativa. El mensaje para el nuevo cliente era eficaz: afirmábamos ser una empresa orientada hacia la calidad y que a lo largo del tiempo había realizado elecciones estratégicas que habían dado buenos resultados. Pues bien, la presencia territorial y las cifras de la facturación daban credibilidad a nuestra afirmación.

Pathos

Es decir, el sentimiento, la pasión, la emotividad, el entusiasmo… Sin la capacidad para llegar al corazón del público, para hacer vibrar la cuerda de su sensibilidad, un discurso corre el riesgo de resultar poco incisivo. Nosotros no conocemos sólo a través del logos.

Las emociones representan otra forma de conocimiento, más profunda y sintética. Una forma de conocimiento y de cambio.

Y, por otra parte, como revela Aristóteles, los juicios que formulamos sufren la fuerte influencia de los estados de ánimo por los que atravesamos.

El secreto de la persuasión, por tanto, reside en la capacidad para desencadenar y guiar las emociones del público. Y para despertar emociones en los demás es necesario que también el orador se implique deforma real e intensa en el tema que propone al público.

Pienso en la diferencia, en el mundo de las artes, entre los grandes ejecutores, que poseen una técnica extraordinaria, y los auténticos artistas, capaces de pulsar cuerdas ocultas, secretas. Los primeros nos impulsan a decir «Un magnífico resultado», pero los segundos dejan sin palabras, conmocionan.

Cuando existe auténtica pasión, nuestras palabras, nuestra mirada, el cuerpo… todo lo demuestra. Por tanto, el pathos es, en primer lugar, la emoción y la pasión que el orador experimenta con su discurso, pero, al mismo tiempo, la emoción y la pasión que contagia al público.

Las emociones «contagian», poseen un extraordinario poder de transferencia: del orador al público.

Las emociones que el orador vive pueden alcanzar al público, invadirlo y transportarlo.

Pero el buen orador, dicendi peritus «experto en el arte de decir», debe ser capaz de suscitar emociones también a través de su capacidad expresiva.

El orador —así como el actor— tiene que saber actuar sobre el universo emocional de su público. Con este objetivo Quintiliano ofrece la siguiente sugerencia: «El modo adecuado de provocar emociones consiste, pues, en imaginar los sentimientos o en imitarlos».

Imaginar o imitar los sentimientos. Recuerdo la explicación de Nedo Fiano, superviviente de un campo de exterminio, en el aula magna de una escuela superior; recuerdo su terrible relato y recuerdo también el silencio, no se oía ni un suspiro, y algunos rostros bañados por las lágrimas.

Rememoro también aquel extraordinario actor que era Tino Carraro, lo recuerdo ya viejo, al final de su carrera, en un monólogo (escrito por Giovanni Testori para otro gran actor) que explicaba una vivencia humana y teatral próxima a su fin. La interpretación resultaba tan veraz en esta singular superposición de representación y vida, que la emoción del público fue tan palpable como el brazo de la butaca del Piccolo Teatro en el que estaba sentada.

Amamos a los grandes maestros porque a través de sus palabras nos revelan quiénes somos; el público se identificará con el orador que, por medio de sus palabras, sepa atraerlo. Amamos a quien sabe llevarnos dela mano por el terreno de nuestras emociones; el público se dejará cautivar por aquel orador que llegue mejor y más rápido a su corazón que a su mente.

Es interesante observar que también el marketing y la publicidad actúan cada vez más incidiendo en aspectos de carácter emotivo. El marketing emotivo no ha nacido hoy, pero en la actualidad vive su máximo esplendor. El producto no se vende tanto por las ventajas que ofrece como por el imaginario que lo rodea, o las emociones que suscita. Las viejas campañas publicitarias que se basaban en los beneficios del producto, destacando aspectos de naturaleza racional, han dado paso a imágenes y palabras que llegan al corazón, y de ahí «Donde está Barilla está mi hogar». O «Telecom. Comunicar es vivir», afirmación con la que finaliza un anuncio publicitario muy intrigante y emocionalmente seductor, en el que la imagen de Gandhi se muestra en diferentes países del mundo a través de una pantalla gigante, un ordenador, un teléfono móvil, acompañada de la pregunta: si hubiese podido comunicar de este modo, ¿cómo sería el mundo en la actualidad? (P. Kotler).

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