Familia y relaciones

¡Para empezar, tú no eres mi madre!. ¿Qué lugar debe ocupar una madrastra? – For starters, you’re not my mother! What place should a occupy?

El siguiente texto es un extracto del libro ¡Para empezar, tú no eres mi madre!. ¿Qué lugar debe ocupar una madrastra? (ISBN: 9781683255345) Conocerlo, entenderlo, interpretarlo y ayudarlo, escrito por Dra. Marie-Claude Vallejo and Mireille Fronty, publicado por de Vecchi /DVE ediciones.

Introducción

«¡Tú no eres mi madre!». Esta frase, lanzada como un latigazo por el hijo de su compañero, le ha dejado sin palabras. Sí, es un comentario un poco cruel, pero justo. Sin embargo, no es su justicia lo que le desconcierta, sino el hecho de que ilustra a la perfección la complejidad de su identidad como madrastra. Es una constatación que no la define por lo que es, sino por lo que no es. Usted no es su madre, de acuerdo, pero entonces ¿qué es para él? El papel de madrastra resulta tan ingrato que, hoy en día, miles de mujeres se hacen esta misma pregunta.

Ninguna mujer sueña desde la infancia con convertirse en madrastra, porque siempre se ha sentido más identificada con Cenicienta; ninguna mujer desea ser madrastra algún día, a pesar de que esta figura ocupa un primerísimo plano en la vida de los hijos de su compañero. El papel que desempeña una madrastra resulta agotador para los nervios, como ya debe de haber constatado. Afortunadamente, usted no está a solas con el niño sobre el escenario, sino que le acompaña su pareja…

«¡Tú no eres mi madre!», protesta el niño. «Pero es mi compañera», debe responder el padre. A la vez actor y director de escena, el padre debe intervenir para que ambos puedan expresar lo que sienten… sin resentimientos. También debe garantizar que fluyan las buenas relaciones entre los miembros de esta nueva familia. «¡Tú no eres mi madre!». Esta réplica inevitable tiene cierto mérito, pues al poner a la madrastra en su sitio y ordenarle que permanezca en él, el niño también está expresando su deseo de que encuentre lo antes posible su lugar, algo que no siempre resulta sencillo.

No se trata de fingir que no existen dificultades, sino de conocerlas para poder superarlas. El hecho de comprender los sentimientos de los hijos de su compañero y entender qué implica esta nueva situación para cada uno de los miembros de la familia —incluida la madre— le ayudará en esta nueva vida en común que ha emprendido con las mismas dosis de alegría que de aprensión.

Además, las «trampas» que irá encontrando durante el camino no son tan numerosas y, en cualquier caso, son superables. Este libro desea ayudarle a asumir el reto para que pueda afirmar con alegría, como la promesa de una hermosa relación elaborada a base de complicidad y respeto: «Es cierto: no soy tu madre, pero soy tu madrastra». Por cierto, ¿no cree que el término «para empezar» implica que también habrá un «después »?

La madrastra: una imagen que reinventar

El peso de las palabras

Las palabras y su uso permiten conocer la evolución de una idea, percepción o prejuicio. Un buen ejemplo de ello son los términos utilizados en lengua francesa para designar a la madrastra: marâtre y belle-mère. Al oír belle-mère (literalmente «madre bella»), un interlocutor prudente se preguntará si le están hablando de la madre del marido o de la esposa del padre, pues este término puede traducirse como «suegra» o como «madrastra».

Belle-mère es la expresión más utilizada en la actualidad, porque concede cierto reconocimiento sin conferir una legitimidad absoluta; sin embargo, el adjetivo belle, un homenaje tardío a su generosidad y a su hermoso gesto, no basta para convencer de la nobleza de sus intenciones. En cambio, al oír la palabra marâtre se desvanecen las dudas, puesto que todo el mundo entiende a la primera de quién le están hablando: de ella, de la esposa del padre.

El simple hecho de utilizar esta palabra evoca en nuestras mentes a una mujer sombría e ingrata, maliciosa o celosa que, sin duda alguna, tratará a sus hijastros con injusticia. También dudaremos de sus sentimientos maternales, puesto que la palabra madrastra designa, por extensión, a una «mala» madre.

La evolución de las palabras

La palabra madrastra, que designa a la «mujer del padre», proviene del latín popular matrastra, que a su vez proviene de mater, «madre». Este término fue reemplazando lentamente a noverca, una palabra del latín clásico que también hacía referencia a la madrastra. En la actualidad, los portugueses y los españoles utilizan madrastra sin ninguna intención maliciosa, pero en Francia, esta palabra empezó a adoptar connotaciones peyorativas a partir del si-glo XIII.

De este modo, el término belle-mère, que calificaba a una persona valerosa y apreciada, fue reemplazando lentamente a marâtre, que dejó de utilizarse debido a sus malas connotaciones. Ya en el siglo XVI, belle-mère amplió su significado para designar los vínculos de parentesco por alianza y, desde el siglo XVII, es el término que se utiliza para designar a una madre querida, mientras que marâtre califica a toda madre indigna.

Esta evolución refleja un cambio de opinión y de concepto, pero no implica reconocimiento. Ambos términos siguen reflejando las dificultades a las que se enfrenta esta nueva heroína de la familia reestructurada, que en la mayoría de los casos preferirá que sus hijastros la llamen por su nombre. Ni en español ni en francés existe título alguno que le conceda legitimidad y que sólo pueda aplicarse a ella, algo que han conseguido los ingleses con su stepmother, que ilustra de un modo dinámico a una madrastra subiéndose a un tren en marcha.

Divina madrastra, madrastra mítica

Esta imagen negativa de la madrastra no es nueva; nos ha sido transmitida por los mitos y las leyendas, donde las madrastras son unas usurpadoras que martirizan a sus hijastros y los convierten en las víctimas de su maldad y sus celos. Hera, la más divina de las madrastras míticas, fue también la más despiadada. Su hijastro ilegítimo, Heracles, fruto de la unión de Zeus con una mortal, tuvo que padecerlo en sus carnes. Cuando Hera descubrió las andanzas de su infiel esposo y el nacimiento de su nuevo retoño, montó en cólera y ordenó a dos serpientes que estrangularan al recién nacido en su cuna… pero el bebé, dotado de una fuerza incomparable, les retorció el cuello.

Todos conocemos el resto de la historia y las doce pruebas imposibles que le impuso Hera. Y aunque Heracles salió vencedor de todas ellas, Hera consiguió vengarse: sólo adoptó a nuestro héroe cuando este murió. De hecho, Heracles significa «la gloria de Hera». Fedra es otro ejemplo aún más inquietante de madrastra mítica. La esposa de Teseo se enamoró perdidamente de su hijastro Hipólito, pero este la rechazó y Fedra, despechada, lo acusó de intento de violación. Hipólito fue condenado a muerte y Fedra, devorada por los remordimientos, decidió poner fin a su vida.

Ya sea por un odio despiadado o por un amor temible, el mito va al grano sin tener en cuenta la moral. Tanto los hombres como los dioses son víctimas de sus pasiones y, con frecuencia, todo termina mal. Las madrastras míticas nos permiten entrever los designios más oscuros e imaginar el trágico destino de unos hijastros que no podrán escapar a la locura asesina de sus sentimientos. Y los mitos también nos advierten de ciertos peligros derivados del lugar que ocupa la madrastra, como pueden ser, por ejemplo, la envidia y la seducción.

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