Deporte y salud

La salud a partir de los 50 en 200 preguntas – Health after 50 in 200 questions

El siguiente texto es un extracto del libro La salud a partir de los 50 en 200 preguntas (ISBN: 9788431552596) Conocerlo, entenderlo, interpretarlo y ayudarlo, escrito por Anne-Marie Blessing, publicado por de Vecchi /DVE ediciones.

Introducción

Primero crecemos, después maduramos y, finalmente, un día, hay que reconocerlo, envejecemos. Nuestro cuerpo reacciona al paso de los años, se adapta. ¡Aceptémoslo! Autoricémosle a ser menos eficaz aunque sin decidir que sólo sirve para encerrarlo en casa, únicamente capaz de aguardar arrinconado en un sillón cerca de la ventana. La medicina ha realizado formidables progresos. Por nuestra parte, nos cuidamos más, nuestra salud nos preocupa más.

Con una esperanza de vida en aumento, la gran mayoría de los mayores de 60 años vive en plena posesión de sus facultades con toda autonomía. Y durante muchos años. Longevidad suele asociarse con salud. Desde la infancia nos preparamos para envejecer bien porque es algo que se aprende. Entrenémonos pues para vivir con éxito esta etapa, sigamos amando la vida para alejar el angustioso espectro de la dependencia que sigue estando vinculado a la edad muy avanzada.

El objetivo no es alcanzar a toda costa esos famosos 120 años de los que no dejan de hablarnos los científicos y publicistas. El verdadero reto es alcanzar un envejecimiento sin enfermedad ni decrepitud. Esta guía repasa las afecciones, más o menos graves, frecuentemente encontradas a partir de los 50 años, para que podamos protegernos mejor de ellas. Al explicar las razones del envejecimiento, al proporcionar numerosos consejos preventivos, esta obra quisiera poder ayudar a todo el mundo a envejecer bien para vivir bien.

Las causas y los efectos del envejecimiento

Es inevitable: el cuerpo envejece. Está programado para cierta duración que no ha dejado de prolongarse durante los últimos años, y disfruta de una longevidad teórica de 120 años, un límite que no debemos confundir con la esperanza de vida que se nos ofrece.

Cuando alcanzamos la cincuentena, nos quedan al menos treinta años para aprovechar la vida. ¡E incluso más! Los centenarios —lozanos y contentos— se multiplican. Y, ¿por qué no nosotros?

Los procesos del envejecimiento

¿Cuándo envejecemos?

Esta pregunta nos perfora la mente a lo largo de toda nuestra existencia. ¿Qué respuesta satisfactoria podemos darle? ¿Quién se atrevería a tratar de viejo a ese resistente excursionista de 70 años? El concepto de vejez es muy relativo. A la edad de 8 o 9 años, no dudábamos en calificar de anciano a un tranquilo quincuagenario, y nuestra maestra de 30 años nos parecía ya muy mayor.

La vejez no es una enfermedad. Y aunque lo fuese, sólo raramente sería mortal. No es más que una evolución normal de nuestra existencia, al igual que la adolescencia o la edad adulta.

Más o menos es así. Este periodo de nuestra vida, aunque puede atravesarse sin trastornos ni incomodidad, nos expone, según cálculos estadísticos, a cierto número de afecciones. La probabilidad de padecerlas será proporcional a los riesgos que hayamos corrido a lo largo de toda la vida. Nuestra vejez será el fruto de nuestra existencia. ¿Hemos sabido proteger nuestra bella máquina humana? ¿O, al contrario, la hemos expuesto a agresiones como una mala alimentación, el estrés y el tabaco?

En ocasiones pagamos tarde nuestros excesos del pasado. Evidentemente, hay excepciones que confirman la regla. Todos nosotros tenemos siempre en mente a algún viejo octogenario, fumador y buen comedor, que falleció sin conocer jamás el menor problema de salud.

Sea como fuere, si no hemos prestado la suficiente atención a nuestro cuerpo y a nuestra mente, la vida nos volverá más frágiles.

Al cumplir ciertos años, entramos en un periodo en el que las estadísticas son a veces alarmantes, y las afecciones y las debilidades físicas, más frecuentes. Pero existen defensas.

¿Por qué envejecemos?

Las teorías sobre el envejecimiento son numerosas. Las más antiguas se basan en la hipótesis de un capital inicial que merma con la edad. El filósofo Aristóteles (384-322 a. de C.) imaginaba una reserva de calor innato o animal que se iba disipando poco a poco a lo largo de la existencia.

La imagen de una lámpara de aceite que se va consumiendo muy despacio les sirvió durante mucho tiempo a los pensadores para ilustrar la evolución de la vida. Otra imagen explotada con frecuencia es la de la arena que se desliza en un reloj.

Así, para un gran número de científicos, el agotamiento de un recurso vital servía para explicar las razones del envejecimiento humano; otros, en cambio, creían en el principio de la atrofia progresiva de los órganos. Otros, por último, hablaban de intoxicación gradual; a sus ojos, las sobrecargas tóxicas generaban nuestro decaimiento físico.

Por su parte, los trabajos más recientes describen la incapacidad de las células para multiplicarse más allá de cierto número programado. Sabemos que el encuentro de un espermatozoide con un óvulo da lugar a la creación de una primera célula que se divide sin cesar para construir poco a poco el embrión y, más tarde, el feto.

Estas células están destinadas a un número predeterminado de divisiones, y luego, al alcanzar esa cifra, están condenadas a morir. Ocurre así con cada una de nuestras células.

¿Qué función desempeñan los radicales libres?

Los radicales libres, muy conocidos por el gran público como aceleradores del envejecimiento, son unas sustancias nocivas de una duración limitada a varias milésimas de segundo. La proliferación de estos radicales libres impide una buena oxigenación de los tejidos y es responsable, a consecuencia de reacciones en cadena, de la degeneración de los tejidos celulares. Favorecen la aparición de algunas enfermedades, como el cáncer.

El estilo de vida actual, el estrés, los malos hábitos alimentarios, el alcohol y la contaminación favorecen su multiplicación y aumentan su nocividad. Estos radicales libres pueden ser contrarrestados por unas enzimas específicas. Son atrapados por nutrientes antioxidantes, como las vitaminas A, C y E, cuyo consumo debe aumentarse con la edad, pero siempre con una dosificación razonable.

Los complementos en dosis masivas pueden ser nocivos; la toma de sustancias antirradicales no ha probado su eficacia contra la aparición de las enfermedades neurodegenerativas o cardiovasculares. Tantos discursos sobre los radicales libres tienen al menos el mérito de alertarnos contra los estragos de una dieta incorrecta, que trataremos en el capítulo «La alimentación».

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