Los ungüentos para prevenir y curar las enfermedades – Ointments to prevent and cure diseases
El siguiente texto es un extracto del libro Los ungüentos para prevenir y curar las enfermedades(ISBN: 9781644613641) Conocerlo, entenderlo, interpretarlo y ayudarlo, escrito por Olivier Laurent, publicado por de Vecchi /DVE ediciones.
La explotación sistemática de sustancias extraídas del medio ambiente mineral y vegetal para mejorar los pequeños y grandes males cotidianos se remonta, sin duda, a los primeros días de la existencia humana. El conocimiento de sus diferentes potencialidades, en un principio empírico, se ha ido racionalizando poco a poco, hasta el punto de llegar a convertirse con el tiempo en una ciencia.
La aparición de la fitoterapia como disciplina médica autónoma constituye uno de los mejores ejemplos de ello.
Medicina antigua y fitoterapia
El azar provoca a veces muchas situaciones: prueba de ello es el primer intento conocido de fitoterapia, un manual sumerio redactado en tablas de arcilla y que data del 3000 a. de C. ¿Acaso se podía soñar con un encuentro más hermoso entre un primer estudio de las plantas y la arcilla, sustancia mineral tan presente en la confección de ungüentos y cataplasmas para conseguir el bienestar y la belleza?
Sea cual fuere el valor que le concedamos a este símbolo, y en una óptica más racional, tenemos que constatar que el ser humano siempre ha intentado sacar el mejor partido de las plantas para proteger su integridad corporal. ¿Cuántos preparados empíricos que provienen del principio de los tiempos siguen teniendo hoy vigencia? Una cantidad considerable, según parece, fruto de una tradición oral que no se ha desmentido nunca.
Perspectivas de futuro
Y aún más: la medicina actual, no contenta con utilizar los efectos benefactores de esta farmacopea natural procedente del principio de los tiempos, se inscribe cada vez más dentro de programas de investigación específicos para codificar los principios de esta, así como en programas de exploración sistemática de las potencialidades de las plantas hasta entonces no estudiadas o mal estudiadas.
Es así como químicos, farmacéuticos y otros especialistas vuelven a hojear el gran catálogo internacional de los tratamientos naturales para intentar extraer y aislar algunas sustancias vegetales que pudieran dar origen a nuevos medicamentos.
La fitoterapia «doméstica»
La utilización de las plantas frescas o secas para su aplicación externa no surge de la fitoterapia propiamente dicha, si bien esta se encarga de explotar las propiedades específicas de las diferentes especies vegetales.
Al contrario de los medicamentos, esta no presenta virtudes curativas en un sentido médico del término (¿cómo sería posible esto, teniendo en cuenta las débiles concentraciones de principios activos presentes en los diferentes preparados que proponemos?),pero puede contribuir a un mejor nivel de bienestar, nada despreciable.
Además, y por las razones que hemos aducido, no hay que temer ningún tipo de efecto secundario, desde el momento en que hemos omitido sistemáticamente de nuestro catálogo las plantas tóxicas. En estas condiciones, y con tal de que no atribuyamos a la fitoterapia doméstica poderes que no le pertenecen, encontraremos en este libro con qué calmar y embellecer nuestro cuerpo sin ningún riesgo para nuestra salud. Sin embargo, si algún dolor o síntoma persistiera, se debería acudir inmediatamente al médico. De este modo, y sólo así, podremos sacar el máximo provecho del uso de plantas sin riesgo de comprometer nuestra saludo nuestro equilibrio.
La arcilla
La arcilla ocupa un lugar aparte en esta obra, puesto que constituye el único elemento mineral utilizado para la confección de mascarillas y otras cataplasmas. Por esta razón le dedicamos todo un capítulo. La arcilla —roca sedimentaria terrosa de color blanco, pardo, gris, amarillo, rojo o verde (en función de la cantidad de óxido y de hidrato de hierro que contenga)— ha sido utilizada desde hace mucho tiempo por sus efectos beneficiosos en curas tanto internas como externas.
Los médicos de la época faraónica ya la tenían en gran estima y la utilizaban frecuentemente para curar heridas, afecciones y otras inflamaciones de la piel.
Denominada tierra de Lemnos por los griegos, en referencia a la isla del mar Egeo cuyo subsuelo era particularmente rico en arcilla, se la incluía en la composición de emplastos elaborados para favorecer la cura de todo tipo de dermatitis y ayudar en la cicatrización de quemaduras.
De hecho, el gran sabio Dioscórides nos habla elocuentemente de ello en su obra Materia médica: «La arcilla cura los abscesos y cierra heridas desde el momento en que se producen».
Los romanos no fueron menos ya que alabaron sus múltiples propiedades beneficiosas por boca de Plinio.
La arcilla, elemento clave de la farmacopea europea de la Edad Media y el Renacimiento, tuvo un eclipse, sin embargo, durante el Siglo de las Luces, antes de volver a convertirse en protagonista a finales del siglo XIX.
Bajo el impulso de naturistas alemanes, se redescubren las múltiples propiedades de la arcilla. Entre ellos, un tal Kneipp, eclesiástico que consiguió curar caballos enfermos de fiebre aftosa haciéndoles digerir arcilla.
Animado por este éxito, se dedicó a tratar a hombres y mujeres con el mismo remedio, limitando sin embargo su acción únicamente a aplicaciones externas.
También en estos casos los resultados fueron espectaculares, sobre todo en lo que se refería a luxaciones, contusiones, esguinces y otros tipos de lesiones.
Siguiendo en esta dirección, otros pioneros ampliaron el campo del uso de la arcilla, que resultó tener también efectos beneficiosos en enfermedades de la piel, heridas, quemaduras e inflamaciones diversas.
No resulta nada sorprendente, por tanto, encontrar la arcilla en el abanico de tratamientos que se propone en los centros de curas termales.
Los famosos baños de barro no son más que una aplicación de arcilla disuelta sobre el cuerpo.
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