Cultura, espiritualismo y creencias

Descifrar y entender la Biblia. Antiguo y nuevo testamento – Decipher and understand the Bible. old and new testament

El siguiente texto es un extracto del libro Descifrar y entender la Biblia (ISBN: 9781639199440) Conocerlo, entenderlo, interpretarlo y ayudarlo, escrito por Aurelio Penna, publicado por de Vecchi /DVE ediciones.

Antiguo Testamento

Aunque no nos demos cuenta, nuestra vida, en aspectos que nos parecen instintivos y «naturales », se caracteriza y, en cierta manera, está determinada por unos sedimentos culturales milenarios que se interrelacionan profundamente con nuestra personalidad. Este es el caso de la tradición bíblica, que influye no sólo en los creyentes, sino también en los agnósticos y en los ateos, y, si sobrepasamos las fronteras del Occidente cristiano, se extiende a todas aquellas regiones del mundo donde está arraigada la civilización occidental.

La influencia de la Biblia se manifiesta, obviamente, en el terreno religioso. En efecto, repercute en todos los que creen en las «religiones del Libro»: hebreos, cristianos y musulmanes, aunque de un modo diferente. Concretamente, los fieles hebreos y protestantes han tenido siempre un conocimiento directo de la Biblia. Tradicionalmente, los cristianos ortodoxos y los católicos han absorbido sus conceptos a través del magisterio (es decir, la enseñanza) de sus Iglesias. En cuanto al islamismo —que venera a Abraham, el primer monoteísta—, su libro sagrado, el Corán, contiene abundantes citas sobre personajes bíblicos: los patriarcas, Jesucristo, María, etc.

Asimismo, se reconoce la influencia bíblica en la cultura laica y «secularizada»: en la literatura, la música, la pintura, la escultura, la arquitectura, etc., en la vida cotidiana y, en general, en todas las facetas de nuestra civilización. Sirvan de ejemplo las infinitas expresiones del lenguaje, las imágenes y las anécdotas de origen bíblico que forman parte de nuestro patrimonio cultural, aunque a veces su significado originario haya cambiado.

Pero también debemos pensar que la Biblia ha desempeñado un papel muy importante al forjar la ética del mundo moderno, sobre todo en tiempos de la Reforma protestante. De la Biblia nos llegan los principios de iniciativa y responsabilidad individual que caracterizan nuestra civilización, así como los principios de libertad, tolerancia, democracia y laicidad, la exaltación de la sensibilidad social y la lucha contra la miseria, la ignorancia y la degradación del hombre.

A diferencia de otras culturas, que subordinan los valores personales a los del colectivo, la cultura judeocristiana asigna al individuo un lugar en el mundo muy autónomo (aunque no totalmente). La influencia de la Biblia no tiene que ver sólo con el pasado, sino que también alcanza hasta nuestros días. Traducida a unos 2200 idiomas y dialectos, actualmente es un superventas en términos absolutos: es el libro más vendido en el mundo.

Cada año se imprimen de ella decenas de millones de copias; pero, pese a todo, hasta hace pocas décadas, la lectura directa y —por decirlo de algún modo— privada de la Biblia era un hecho bastante raro: no estaba prohibida, pero tampoco se alentaba. Con el Concilio Vaticano II las cosas cambiaron y en la actualidad el número de católicos que se acercan a leer directamente la Biblia va en constante aumento. Un acontecimiento cultural de mucha relevancia es la traducción interconfesional —realizada por estudiosos católicos y protestantes— en una lengua común, basada en el método de las «equivalencias dinámicas», que permite presentar con el lenguaje actual el significado original de la Biblia.1

Es importante señalar que la difusión de la Biblia avanza en nuestros días al mismo paso que el secularismo (una visión del mundo y un proyecto de sociedad que prescinden de la religión). También es singular el hecho de que, mientras las Iglesias cristianas tradicionales parecen estar en regresión, la Biblia continúa leyéndose: esto nos lleva a pensar que esta obra contiene un germen de vida autónomo y un mensaje siempre actual, hoy y hace tres mil años.

Cada vez son más quienes, sin tener relaciones con las Iglesias, o poseyendo un vínculo ines table y esporádico, leen por su cuenta la Biblia, por una necesidad de enriquecimiento cultural o, más a menudo, de búsqueda existencial. Pero no todos logran salir airosos de la empresa, en parte debido a la amplitud de la obra, indudablemente imponente, y en parte porque se trata de un texto de lectura bastante difícil. Este libro quiere ayudar al lector a no estancarse en las primeras dificultades. Aquí encontrará las informaciones básicas y una guía de lectura ágil que le permitirán entender el mensaje fundamental de la Biblia.

Primera Parte

Las cuestiones básicas

Comparación con otros libros religiosos

A partir de la mitad del siglo XVIII se empezó a pensar que las distintas religiones eran manifestaciones diferentes de una necesidad humana común. Por ello, habría que incluir a todos los libros sagrados que llevan, más o menos, este mensaje en un mismo plano. Sin embargo, esta es una conclusión apresurada, porque una cosa es establecer el principio fundamental de la igualdad de todas las fes y otra, pretender homologar las diversas expresiones de religiosidad. En particular, la Biblia presenta algunas características distintivas, que entenderemos mejor si consideramos los libros sagrados de las otras grandes religiones.

Los libros del hinduismo. Los libros sagrados del hinduismo, los Veda, fueron compuestos entre el 1500 y el 800 a. de C. Los últimos, denominados Upanishad, tienen un enorme interés filosófico y literario. El término Veda significa en lengua sánscrita «ciencia», y sus autores están considerados en la tradición hinduista «invitados de los dioses» o incluso «hijos de los dioses»: estos habrían tenido el privilegio de ver los textos sagrados, antes incluso de que fueran escritos con sus propias manos.

El contenido de los Veda está constituido esencialmente por textos doctrinarios, es decir, idóneos para proporcionar una enseñanza. En ellos se puede encontrar una cosmología y una cosmogonía2 de base panteísta, y una concepción cíclica del tiempo, presentado como una rueda animada por un movimiento perpetuo que vuelve siempre al mismo punto, sin ningún objetivo ni redención final. Para escapar a la eterna recurrencia del tiempo, el hombre debe adquirir una consciencia adecuada y ejercitarse en las prácticas ascéticas; así podrá librarse del deseo, que es la causa de los sucesivos renacimientos. Según la concepción religiosa hinduista, el mundo tiene una apariencia engañosa y el hombre no tiene poder sobre este.

Los libros del budismo. La mayor expresión literaria del budismo es el Tipitaka, conjunto de las principales enseñanzas atribuidas a Buda, recogidas en forma escrita hacia el siglo I a. de C., varios siglos después de la muerte del Maestro. Su contenido es esencialmente filosófico, con reflexiones sobre el carácter negativo de la existencia, la cual se concibe como una cadena ininterrumpida de reencarnaciones sucesivas, dominadas por la insatisfacción y el dolor. Los Tipitaka incluyen la enseñanza necesaria para la ascesis, que permite romper la cadena del dolor y lograr, con las propias fuerzas, la salvación, identificada con la extinción o nirvana. En la concepción religiosa budista, el fin ideal que se persigue no es ser, sino no ser. En el budismo falta la figura de un dios, entendido como el creador absoluto y omnipotente del mundo.

El libro del islamismo. El texto sagrado del islamismo, el Corán, está escrito por un único profeta, Mahoma, que está considerado el intermediario físico de la revelación de la verdad divina. El libro, no obstante, es creado directamente por Dios y existe ab aeterno. En el Corán, el hombre se presenta como dependiente de Dios, no autónomo, y situado a una distancia inalcanzable de Él. De ahí nacen una concepción fatalista de la vida y una visión teocrática de la sociedad, en la que el pluralismo y la laicidad están negados sustancialmente: en la cultura islámica, las leyes del Estado no son obra del hombre, sino de Dios.

Originalidad de la Biblia

La originalidad de la Biblia respecto a los libros sagrados de las otras religiones es sorprendente, sobre todo si se considera que el pueblo de Israel no vivió aislado, sino en contacto con civilizaciones evolucionadas y, en algunos aspectos, superiores, como los egipcios, los asirio-babilonios o los griegos. El primer rasgo de originalidad se encuentra en la propia figura de Dios, que no es un concepto filosófico o una idea abstracta, sino una persona, que establece una comunicación directa con otras personas, los seres humanos. Se trata de un Dios que no se limita a existir, sino que actúa, crea, juzga, condena y salva.

El Dios de Israel se esconde, es decir, no se impone al hombre; es más, le reconoce libertad y autonomía. Pero le pide que se esfuerce en una búsqueda personal. Está escrito en la Biblia: «Me buscaréis y me encontraréis. Porque me buscaréis con todo vuestro corazón, yo me dejaré encontrar por vosotros» (Jeremías 29, 13-14). Y sigue: «El Señor está con vosotros si vosotros estáis unidos a Él. Si lo buscáis, Él se dejará encontrar. Si lo abandonáis, Él os abandonará» (2 Crónicas 15, 2). En cuanto al mundo, no está visto como una ilusión o un mal del que hay que huir: la Biblia simplemente se opone a las expresiones negativas de la sociedad humana que lo dominan.

El mundo, en sí mismo, es una realidad positiva, precisamente porque es la creación de Dios; pero también es una realidad decaída por culpa del pecado, es decir, debido a la rebelión de la humanidad. A pesar de la existencia del mal —descrito como un hecho, sin justificaciones doctrinales—, la Biblia presenta una concepción positiva de la vida. La salvación no se realiza por medio de obras meritorias o huidas de la realidad, ni tan siquiera a través de la costosa conquista de un saber esotérico, sino por medio de la gracia divina, que es el amor gratuito e incondicionado de Dios.

Él está siempre dispuesto a ayudar al hombre, a pesar de sus continuas infidelidades, para hacerlo salir de la situación de alienación sin perspectivas en la que se encuentra. Para la Biblia, el mundo es el escenario en el que el hombre se realiza a sí mismo, donde se esfuerza en una gran obra de restauración que tendrá cumplimiento en el «reino de Dios». En la Biblia, la historia está considerada positivamente, hecho que constituye un caso único en la extensísima literatura religiosa del mundo. Existe también la convicción de que Dios se revela en la historia, que puede pensarse como un libro escrito por los hombres, que supone la expresión de experiencias humanas y religiosas, colocadas en el tiempo e interdependientes entre sí.

En otras palabras, en la Biblia no hay ningún rastro de una concepción mitológica del mundo, situada fuera del tiempo. La Biblia también es, en el Antiguo Testamento, la historia de un pueblo, Israel, que actúa, no obstante, con una perspectiva general. En el Nuevo Testamento, será la historia de un pueblo mucho más vasto, caracterizado ya no por una etnia común, sino por una espiritualidad compartida por todos indistintamente. En cualquier caso, en el Antiguo y en el Nuevo Testamento, la Biblia es la historia de una comunidad, de su búsqueda, de su encuentro y de su desencuentro con Dios, al que se proclama actor de esta misma historia, y da a esta, y a la vida de todos los hombres, un significado.

Por esto —lo que supone otra singularidad— la Biblia es a la vez particular y universal: particular, porque narra una experiencia histórica concreta; universal, porque da respuesta a las grandes preguntas que la humanidad se ha planteado desde siempre en todas las épocas. La Biblia no expone una doctrina o un sistema de doctrinas: indica, al contrario, un itinerario de búsqueda y estimula una colaboración creativa entre el hombre y Dios, al formular preguntas y responderlas.

Siempre está ante un discurso. El Dios de la Biblia es el que llama y «manda» al hombre, aquel que le dice «ve» y «haz»: sus palabras tienen contenidos precisos, que tienen que ver con la existencia de otros hombres. La experiencia religiosa no se agota en el cumplimiento de un rito y va más allá del culto de lo sagrado; no se refiere sólo a la interioridad de cada individuo, sino que abarca a toda la comunidad de los creyentes. El mensaje de la Biblia es abierto, como una proclama «para las naciones»: no ofrece doctrinas consoladoras, no aconseja la resignación, sino que exige el cambio para mejorar las cosas e invertir los aspectos negativos de la realidad. Por eso es esencialmente democrática: porque a la vez que condena la violencia y la arrogancia de los poderosos, promete la salvación —también material— a todos, especialmente a los «últimos», aquellos que la sociedad normalmente rechaza.

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