Cultura, espiritualismo y creencias

El Aura. Energía vital luminosa – The Aura. luminous life energy

El siguiente texto es un extracto del libro El Aura. Energía vital luminosa (ISBN: 9781683253822) Conocerlo, entenderlo, interpretarlo y ayudarlo, escrito por Stefano Mayorca, publicado por de Vecchi /DVE ediciones.

Introducción

Según la mayor parte de las tradiciones mágico-esotéricas, todos y cada uno de los seres vivos posee una especie de doble etérico, como una vaina de energía que irradia su mismo cuerpo: los ocultistas de la escuela teosófica de principios del siglo XX se ocuparon de este tema por extenso, así como los seguidores de la teoría de la fisiología sutil y, más en general y con enfoques diversos, casi todos los teóricos de la New Age, los cuales confieren a esta vaina el sugerente nombre de aura. El término, que proviene del griego (αυρα), ha conservado en nuestra lengua el significado original de brisa, soplo de viento, perfume; se trata, pues, de una emanación perceptible por los sentidos aunque, al mismo tiempo, invisible. Claro está que visible para los clarividentes, quienes ·al parecer· no sólo logran verla, sino que además deducen, por su aspecto y colores, aspectos importantes sobre la salud física, mental y afectiva de aquella persona a la que pertenece.

La idea, más bien antigua, de una envoltura sutil que envuelve todos los cuerpos materiales no puede separarse de otra, aún más universal, de un espíritu que anima el cosmos entero, conocido por la tradición mágica universal como Spiritus Mundi (Espíritu del Mundo). Acaso fue esta concepción la que inspiró al médico y curandero francés Franz Anton Mesmer (1734-1815), la teoría del magnetismo animal sobre la que basó sus estudios posteriores acerca del aura. En 1779 publicó su obra fundamental Memoria sobre el descubrimiento del magnetismo animal, que suscitó una gran controversia y una oposición cerrada en los ambientes científicos oficiales. Puede resultar útil releer algunas de las páginas que escribiera este excéntrico masón del siglo XVIII a la luz de los resultados obtenidos por la psicoterapia y la bioenergética, así como los estudios del psicoanalista Wilhelm Reich (1897- 1957) y todo aquello que ha podido comprobarse a través de la acupuntura y la pranoterapia (curación por la respiración):

Existe una influencia mutua entre los cuerpos celestes, la Tierra y los cuerpos animados. Un fluido que se difunde por doquier de manera uniforme, hasta el punto de no dejar nada vacío, cuya sutileza no admite comparación y que, a causa de su naturaleza, es susceptible de recibir, propagar y comunicar todas las impresiones del movimiento […] Esta acción recíproca está sometida a unas leyes mecánicas desconocidas hasta hoy […] El cuerpo animal acusa los efectos alternos de este agente, que se manifiesta de modo inmediato gracias a la leve estimulación de la sustancia de los nervios […] La propiedad del cuerpo animal que lo hace susceptible a la influencia de los cuerpos celestes y de la acción recíproca de aquellos que lo rodean, que ilustra su analogía con los imanes, me ha inducido a llamarla mag netismo animal. Este conocimiento pondrá al médico en disposición de evaluar en las mejores condiciones el estado de salud de un individuo, así como de preservarlo de las enfermedades a las que está expuesto. De esta forma, el arte de la curación alcanza su máximo grado de perfección.

En efecto, Mesmer aplicó sus teorías acerca del magnetismo animal en la práctica terapéutica, obteniendo ciertos resultados esperanzadores. Sin embargo, nunca logró convencer en el ambiente médico de su época, muy receloso al respecto.

Medio siglo después, el químico austriaco Karl Reichenbach (1788-1869) acometió su investigación en el mismo sentido, y con idéntico espíritu emprendedor. Así, en 1845 este autor sostuvo la omnipresencia de una energía vital y luminosa, a la cual llamaba OD, que envolvería todos los cuerpos existentes. El magnetismo mesmeriano no sería más que una de las posibles expresiones de esta energía vital.

Muchos otros autores, después de Mesmer y Reichenbach, han tratado de demostrar científicamente la existencia de un fluido vital inserto tanto en lo universal como en lo particular. Entre ellos, quizás el más célebre sea el ruso Sernion Davidovich Kirlian, un especialista en electricidad que en 1939 construyó un aparato ·conocido por tal motivo con el nombre de cámara Kirlian· con el que, al parecer, se podía fotografiar unas radiaciones luminosas emitidas por los cuerpos, tanto orgánicos como inorgánicos. No obstante, y a despecho de su popularidad, el efecto Kirlian ha sido sometido a grandes críticas por parte de los denominados círculos académicos, en base a consideraciones de carácter estrictamente electromagnético, que descartan las deducidas de la física sutil que suponen los experimentos realizados con la cámara Kirlian.

En este orden de cosas, las aportaciones de la investigación parapsicológica podrían resultar fundamentales, tanto para la verificación de la existencia de las luminosidades postuladas por Reichenbach y otros estudiosos calificados de heréticos (las cuales, todo hay que decirlo, fueron defendidas durante milenios por los seguidores de la fisiología oculta, occidentales y orientales), como para desvelar los mecanismos bioenergéticos que permitirían percibir el aura a un número muy elevado de sensitivos, generalmente a través de la vista.

El problema puede estudiarse en clave puramente parapsicológica, pero también esotérica, como a menudo sugieren, con cierto énfasis, los informes de los sensitivos. A pesar de limitarnos al papel de estudiosos y divulgadores, tendremos que examinar con atención estos informes, y transmitirlos al lector, con la esperanza de dar algún día con la clave que permita interpretarlos. Los pioneros en definir conceptualmente el aura en cuanto tal y en clasificar sus diversos componentes en un esquema dotado de coherencia, aun cuando indemostrable, fueron ·como se dijo anteriormente· los seguidores de la escuela más extendida de pensamiento esotérico del siglo XX: la Sociedad Teosófica.

A decir verdad, su fundadora, la condesa rusa Helena Petrovna Blavatsky (1831-1891), al abordar la cuestión de los cuerpos sutiles eludió entrar en detalles: se limitó a revelar cómo mantenían conexiones con los estados de la conciencia, aunque no profundizó en el aspecto ·que sin embargo admitía· de las estructuras bioenergéticas codificables anatómicamente. Dos de los herederos espirituales más reconocidos de la condesa rusa, C. W. Leadbeater (1847-1934) y Annie Besant (1847-1933), optaron por enfatizar la experimentación a través de la clarividencia, afirmando abiertamente la realidad física o parafísica de una energía, que de forma ovalada, envolvería nuestro cuerpo material.

Se trataría de un halo, cuya forma y colores revelarían de forma minuciosa nuestros pensamientos, sentimientos y emociones. Estos investigadores dedicaron en 1901 un breve ensayo a dicho tema, titulado Las formas-pensamiento, al que siguió, en 1907, una obra de mayor envergadura, escrita únicamente por Leadbeater: El hombre visible y el hombre invisible.

Este libro incluía unas figuras que, con gran despliegue de detalles, ilustraban las formas y colores de las auras de los distintos tipos humanos y psicológicos según los percibe un clarividente experto. En Las formas-pensamiento, el aura del hombre se define como la parte exterior de la sustancia nebulosa de sus cuerpos superiores, interpenetrándose unos con otros.

Esta sustancia trasciende los límites del cuerpo físico, que es el más pequeño de todos.3 De ello y de otros textos teosóficos, se deduce que hay dos cuerpos conectados con el aura: el cuerpo etérico, que cumple la función de distribuir con sentido el principio vital por las diversas partes del cuerpo físico, y el cuerpo astral o anímico, sede de las emociones y de los movimientos afectivos. El tema del aura, como se intuye en esta breve presentación de la evolución de tal concepto, presenta múltiples facetas y puede ser abordado desde distintas perspectivas, cada una de las cuales conduce a múltiples filones de investigación: se va así del análisis antropológico al simbólico-esotérico, pasando por la epistemología de lo sagrado y los experimentos parapsicológicos.

Por todo lo dicho, no es difícil deducir la necesidad de avanzar en la indagación de nuestras capacidades mentales y bioenergéticas aún latentes: una exploración que nunca concluirá y que, quizá constituye la aventura más fascinante que pueda acometer la especie humana.

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