
El cultivo biológico de hortalizas y frutales – Organic cultivation of vegetables and fruit trees
El siguiente texto es un extracto del libro El cultivo biológico de hortalizas y frutales (ISBN: 9781683255949) Conocerlo, entenderlo, interpretarlo y ayudarlo, escrito por Fausta Mainardi Fazio, publicado por de Vecchi /DVE ediciones.
Significado, objetivos, límites y perspectivas del cultivo natural
En primer lugar, hay que aclarar brevemente el significado y los objetivos del cultivo natural, también llamado biológico o biodinámico, que va ganando cada vez más adeptos no sólo en lo que a las explotaciones familiares se refiere, sino también en los grandes cultivos industrializados.
Esta nueva técnica se sustenta en los siguientes puntos:
— no utilización de productos químicos (abonos, productos empleados contra los parásitos y las malas hierbas);
— equilibrio o creación del ecosistema en el espacio cultivado (es decir, se crea un medio donde conviven numerosas especies vegetales y animales, que instauran entre sí relaciones de control recíproco o de intercambio);
— conservación de la fertilidad orgánica de la tierra, imitando con las técnicas apropiadas todo lo que ocurre en la naturaleza;
— abandono de la explotación intensiva de la tierra con el monocultivo, y recuperación de técnicas antiguas, como la compatibilidad de cultivos y la rotación.
A partir de lo expuesto, se pueden realizar unas primeras consideraciones sobre los límites y las perspectivas del cultivo natural:
— implicación personal: el cultivo mixto de hortalizas y frutales con diferentes exigencias y sobre todo con temporadas distintas impide la unificación de los trabajos y la mecanización;
— la renuncia a los fitosanitarios químicos y a medidas sanitarias eficaces y útiles para las distintas patologías conlleva que haya que controlar prácticamente a diario los cultivos;
— los productos, desde el punto de vista nutricional e higiénico, son de una calidad indudablemente superior pero, si nos atenemos a la estética, no son comparables a los obtenidos mediante el cultivo convencional, que se apoya mucho en el aspecto de las hortalizas y de las frutas, que el consumidor exige cada vez más perfectas, de mayores dimensiones, con más color;
— el rendimiento, en general, es inferior respecto al obtenido con dosis masivas de abono químico, y está claro que, para las grandes empresas, todos los motivos expuestos, además del elevado coste de la mano de obra, constituyen un freno para aplicar esta técnica natural, aunque los denominados productos biológicos se suelen vender luego a precios superiores a la media;
— en la explotación familiar, debido a la extensión relativamente modesta de superficie cultivada y a la disponibilidad de mano de obra, la técnica natural ofrece perspectivas interesantes;
— por último, el particular, que no cultiva para obtener beneficios, sino para cubrir las necesidades familiares, no tendrá ningún inconveniente en invertir su tiempo libre en esta actividad, volviendo a los métodos naturales, indispensables para poder recolectar frutas y verduras genuinas y «garantizadas», que no requieran un lavado laborioso o que deban ser peladas, con la consiguiente pérdida de contenido vitamínico y mineral.
Una última y, desgraciadamente, necesaria consideración respecto a los límites del cultivo natural: la salubridad del huerto y de los productos de cultivo natural (y, por consiguiente, su garantía) son a veces motivo de discusión debido a un factor ajeno a las técnicas de cultivo: la conta – minación (especialmente en lugares próximos a vías de mucho tráfico).
La formación de la tierra en el medio natural
La técnica de cultivo natural se propone reproducir en el campo los fenómenos que tienen lugar de forma espontánea en los terrenos cubiertos de vegetación, reconduciéndolos de modo más racional y, sobre todo, desligándolos de las estaciones. En los bosques, en los terrenos baldíos, en todo aquel lugar en donde haya un manto verde, las plantas restituyen al suelo sustancias orgánicas indispensables, que han elaborado utilizando los elementos simples absorbidos.
A lo largo de todo el año, las especies perennifolias van renovando las hojas, y las plantitas de ciclo breve mueren junto a las plantas viejas. En otoño, el fenómeno «retorno a la tierra» se acentúa, con la caída casi simultánea de hojas, frutos y semillas. En el suelo se deposita una masa de vegetales muertos, a la que se añaden los animales muertos y las deyecciones animales.
En dicha masa se forma una numerosísima y variada población compuesta de microorganismos (algas, hongos, protozoos, bacterias), que se multiplica a expensas de la materia orgánica, descomponiéndola, de manera que ponen nuevamente a disposición de los vegetales los elementos nutritivos en forma simple y asimilable. Los microorganismos que generan transformaciones beneficiosas para la nutrición de las plantas son sobre todo las bacterias llamadas aerobias, que viven y trabajan exclusivamente en presencia de oxígeno.
La eficacia de este laboratorio viviente se mantiene gracias a insectos, moluscos, arácnidos y, en particular, lombrices que, excavando galerías y atacando directamente el detrito, crean en la tierra una estructura que facilita la circulación del aire; por otro lado, mezclan los materiales orgánicos e inorgánicos (minerales que conforman la tierra), y movilizan las sustancias elaboradas.
El detrito se transforma en un material llamado humus, un término latín que significa simplemente «tierra», pero que para nosotros es sinónimo de sustrato vivo, fértil, indispensable para el cultivo. Los materiales orgánicos se encuentran en la tierra en distintos grados de descomposición, según su antigüedad.
Si observamos la sección vertical del suelo, partiendo desde la superficie, se distinguen los siguientes estratos:
• estrato activo, constituido a su vez por:
a) material relativamente intacto, cuya estructura primitiva de ramas, hojas y frutos es todavía reconocible; su espesor es variable, según la entidad del depósito;
b) material de estructura notablemente homogénea, oscuro, blando, grumoso, con el característico olor de sotobosque, que es donde vive la microflora útil;
• humus durable o de reserva, que tiene un grado de descomposición incompleto, y su función es la de proporcionar gradualmente, a lo largo de todo el año, las sustancias nutritivas asimilables;
• humus maduro o listo para el abono, con un grado avanzado de descomposición y, por lo tanto, de efecto rápido en el cultivo, especialmente en lo que se refiere al nitrógeno asimilable;
• estrato inerte: debido a la falta de aire, carece de vida microbiana, exceptuando una actividad limitada de bacterias anaerobias, que se multiplican sin la intervención del oxígeno y que originan la putrefacción de los residuos orgánicos que se encuentran en el interior de la tierra y que todavía no han sido descompuestos.
El espesor de los distintos estratos es variable, en función de la cantidad de depósito, de la calidad del detrito y las condiciones de temperatura y humedad.
La microflora sube al material nuevo, buscando aire y alimento, y lo descompone; simplificando, el estrato activo avanza gradualmente hacia la superficie, y su parte más profunda, carente de aire, vuelve al estado inerte.
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