Cultura, espiritualismo y creencias

Profetas y profecías – Panorama histórico – Prophets and prophecies

El siguiente texto es un extracto del libro Profetas y profecías(ISBN: 9781644614105) Conocerlo, entenderlo, interpretarlo y ayudarlo, escrito por Ursula Fortiz, publicado por de Vecchi /DVE ediciones.

Los profetas de la Antigüedad

Primeras Definiciones

Panorama Histórico

En todos los lugares en donde han vivido, los hombres han tenido en común el mismo miedo a los elementos naturales, entre los cuales el rayo ha sido siempre uno de los más temidos. También han tenido los mismos problemas de supervivencia. Por esta razón les ha preocupado la fertilidad de sus tierras, y también la de sus mujeres. Y han utilizado los mismos procedimientos para conjurar la mala suerte: ofrecer sacrificios a los dioses, a quienes han hecho responsables de ello. No es de extrañar, pues, que en todo Oriente se encuentren las mismas devociones, que cumplían las mismas funciones. En los primeros milenios de nuestra cultura, el concepto de lo divino experimentó con el tiempo una evolución directamente relacionada con la comunicación primero entre las ciudades, y luego entre los pueblos. Inicialmente el concepto de divinidad estuvo ligado al grupo, que, siendo a menudo nómada, constituía su propio panteón. Más tarde el grupo nómada se hizo sedentario y convirtió a los dioses itinerantes endioses residentes, protectores de su ciudad o de su principado. Y esto ocurrió en todos los grupos, en todas las ciudades.

En Mesopotamia y en Egipto este proceso se inició hacia la mitad del cuarto milenio. Una ciudad colocaba a una divinidad en la primera fila de sus dioses, mientras que sus vecinos colocaban a otra. De este modo, estas dos ciudades adoraban al mismo dios, pero bajo una denominación diferente. En el primer rango de los dioses de aquella época estaban el sol, la luna, el rayo, la fertilidad femenina, la lluvia, etc. Conviene matizar esta lógica de la vida, ya que, según el clima, una divinidad será más poderosa que otra. Es verosímil que un dios del rayo —por ejemplo, Adad— tenga más importancia en una región montañosa como la Alta Mesopotamia que en las llanuras costeras de Fenicia (en el actual Líbano).

Con el tiempo y el proceso de instauración del sedentarismo, nacen las ciudades. Los príncipes hacen la guerra, ya sea para aumentar sus posesiones, ya sea porque no hay otra razón para vivir. Por medio de la guerra, las poblaciones se comunican unas con otras. Una consecuencia puntual de esta actividad incesante será el reconocimiento, en materia de divinidad, en una región más extensa, de la primacía de unos conceptos comunes. En este segundo estadio, se puede constatar que en el conjunto de Oriente Medio durante el segundo milenio tres grandes entidades imperan por encima de las demás: Shamash, dios sol, que origina la vida; Adad, dios del rayo, que puede quitarla; e Istar, diosa del amor y de la guerra —y también de la fecundidad—, que se alía una vez con uno, otra vez con otro. Es conveniente identificar el concepto de trilogía, que desembocará en el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. En esta nueva tríada, la madre-fertilidad quedará relegada a un plano complementario.

El límite occidental del campo de actuación de los dioses de Oriente es Palestina, el no man’s land entre las civilizaciones egipcia y mesopotámica. Confrontados a dos sociologías diferentes, los palestinos crean un panteón ambivalente en donde se codean Amón-Ra, el egipcio, e Istar, la mesopotámica. En este mismo territorio, hacia el siglo VI, aparece un dios local originario de los desiertos semíticos, YHWH, cuya carrera será larga, casi tanto como la de un Adad.

Para nosotros es difícil entender al hombre del segundo milenio, por lo mucho que estaba sometido a la inmanencia divina. Ninguno de sus pensamientos, ninguno de sus actos escapaba a lo que —erróneamente— podríamos llamar superstición. El hombre de este tiempo es intrínsecamente religioso, en el sentido de que él no es nada y que la divinidad, que ejerce su poder sobre él, lo es todo. Su vida no le pertenece, ni tampoco sus ideas, y esto ocurre de un extremo a otro de la sociedad, del príncipe al desheredado.

Según las sociedades y en función del tiempo, las relaciones con las divinidades evolucionan. Al principio, los hombres se limitan a temer a los dioses. Luego, para apaciguar su cólera, les hacen ofrendas y sacrificios. En un tercer estadio, intentan conocer la voluntad divina a través de una especie de «protodiálogo». Este diálogo deberá ser codificado, para la pregunta, y luego descifrado, para la respuesta. Esta es la razón de ser delos oráculos y de los profetas.

¿Qué Es Un Oráculo?

El sentido del término oráculo ha evolucionado con el tiempo, según la obligación del hombre con la religión. Inicialmente, en las antiguas religiones precristianas, el oráculo es un enunciado. En la mayor parte de los casos, se presenta en forma hablada, escrita, o bajo la apariencia inteligible de un signo. Es una respuesta de la divinidad que ha sido interrogada por un demandante. A partir de ahí, se plantean numerosas cuestiones: ¿quién va a expresar el oráculo?, ¿su interpretación será comprensible por todos o sólo por algunos?

No es difícil imaginar el despliegue técnico, digno de la divinidad, que debe prepararse para estructurar el diálogo entre los hombres y los dioses, y también la posición ventajosa de aquel que podrá autentificar el oráculo, y posteriormente oficializarlo. Este problema del intermediario, en su naturaleza y su estatus, encarna la diferencia más visible en la práctica de las religiones politeístas, de un extremo a otro de Oriente, ya que, hasta la aparición del judaísmo, el politeísmo fue la característica común a todas. Pese a ello, hubo tentativas de monoteísmo, como la de Aknatón, que, sin embargo, fracasaron. En el año 2000 a. de C., un viajero curioso, deseoso de recorrer de una punta a otra el mundo imaginable, habría partido, sin ningún tipo de dudas, desde el extremo oeste de Egipto. En este imperio reinaba Amen emes I, brillante fundador de la XII dinastía. A continuación, habría atravesado el delta del Nilo y se habría aventurado por el único camino que llevaba al este, siguiendo la costa entre el «mar Superior» y el desierto de Sinaí. Desde allí, poco preocupado por ir hacia Levante, ante el riesgo de morir de sed cruzando los montes del Sinaí o los desiertos arábigos, habría girado a la izquierda, hacia el norte, siguiendo las llanuras costeras, llenas de viñedos y olivares, que constituían la riqueza de Palestina. En poco tiempo habría llegado a Fenicia, pueblo de comerciantes que no escatimaba medios y comerciaba con todo Oriente, vendiendo sus valiosos árboles, cedros y cipreses. Después de haber enviado unas tablillas de Ugarit a algún amigo de Menfis interesado en seguir su periplo, nuestro viajero se habría aventurado hacia el noreste y, tras atravesar Alep, se habría dirigido a Kabira y al Éufrates, el más próximo delos dos ríos que los dioses, en su bondad, han brindado a los hombres para convertir en un paraíso aquellas tierras quemadas por el sol. En Kabira, nuestro viajero curioso se habría embarcado en un barco cuyas perchas eran empujadas por barqueros babilónicos. Siguiendo el curso del agua y del tiempo, llevado por la corriente, habría descubierto Mari, desde donde habría enviado otra tablilla, y luego Babilonia. Una vez allí, necesitado de frescor y fatigado por el viaje en barco, se habría detenido en los jardines y habría dormido a la sombra de Semiramis. Poco después habría reanudado su marcha fluvial, para atravesar Caldea y llegar al «mar Inferior»(golfo Pérsico). Con este itinerario, nuestro viajero habría recorrido la totalidad del mundo conocido, mejor dicho, la media luna fértil. Y, al mismo tiempo, habría salido del Imperio del Oeste, el egipcio, para llegar al Imperio del Este, el babilónico. La historia de los hombres de Oriente, a lo largo de los tres milenios que precedieron al cristianismo, está hecha de luchas por la supremacía entre estos dos imperios. Desde el punto de vista de la historia de las religiones, es la época del politeísmo. El hombre hablaba a los dioses y de ellos recibía oráculos por medio de los profetas. Con el monoteísmo, el diálogo desaparece. Dios se vuelve sordo a las preguntas de los hombres. Su alternativa para responder a la desesperación humana serán los milagros. Y los hizo.

¿Qué Es Una Profecía?

A diferencia del oráculo, que constituye la respuesta de la divinidad a una pregunta que le ha sido formulada directamente, la profecía es un enunciado espontáneo por iniciativa del dios, el cual se adueña del espíritu de un individuo y habla por su boca. A partir del momento en que se trata de la voluntad divina, y de que el hombre, pues, no es más que el instrumento de una voluntad que le supera, se constata a menudo que el hombre profeta, atrapado por esta voluntad, más fuerte que la suya, e investido de una misión que no ha elegido, a veces quiere escapar de ello. Moisés se lamenta en varias ocasiones de que Yahvé le haya distinguido para instruir y guiar a su pueblo. Y esto mismo es lo que les ocurre a otros profetas bíblicos.

Veremos que no sólo hay profetas bíblicos. Todas las religiones tienen sus profetas. Cuando nos encontramos ante las nociones de oráculos, profetas y profecías, tendemos a asociar ingenuamente los oráculos con los griegos, los profetas con la Biblia y las profecías con Nostradamus. Sin embargo, en esta obra veremos que la realidad no es así.

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