Cultura, espiritualismo y creencias

Los cátaros – The Cathars

El siguiente texto es un extracto del libro Los cátaros(ISBN: 9781644610381) Conocerlo, entenderlo, interpretarlo y ayudarlo, escrito por Urbain Faligot, publicado por de Vecchi /DVE ediciones.

Un Repasoa Las Religionesantiguasque Condujeronal Catarismo

El Dualismo

Diógenes era un personaje particular. Al preguntarle Alejandro lo que deseaba, respondió:    «Apártate, que me tapas el sol». Y, sin embargo, es posible que Alejandro se hubiera colocado a propósito entre el filósofo y el sol. Parece que Diógenes ya no deseaba nada de lo que los hombres pudieran darle. Diógenes había renunciado a cualquier impulso, incluso a aquel que motiva y pone en movimiento el espíritu de los hombres en un mundo en permanente expansión.

El hombre es al mismo tiempo parte activa y pasiva de este impulso, ya que no puede evitar actuar y sufrir a continuación el contragolpe. Aun siendo así, existe siempre una parte de él mismo que quiere y otra que no quiere. Se trata del «para qué sirve», del fatus, la fatalidad.

Ahí se encuentra la esencia misma de la dualidad que la razón; preocupada por clasificarlo todo, ha querido además ordenarlo bajo diferentes etiquetas. De ahí nuestro interés en distinguir varios tipos de dualismo. Pero estas distinciones suponen más una labor de comprensión para la razón que algo realmente útil. Así pues, el dualismo es esencialmente la naturaleza de oposición de lo que parece contrario:

— cosmológico: la oposición constante de dos causas contrarias que llevan implícita la permanente simultaneidad destrucción/construcción;

— metafísico: una realidad transcendente invisible opuesta a lo visible;

— antropológico: el eterno combate del hombre entre alma y cuerpo, razón y pasión;

— epistemológico: el conocimiento puede depender del sujeto, el ego, o del objeto, el alter ego;

— ético: oposición entre el deber y el placer, la responsabilidad y la irresponsabilidad.

En definitiva, lo dicho sólo sirve para mostrarnos que todos estamos siempre sujetos a contradicciones duales y que todas nuestras acciones y omisiones pueden entenderse a partir de este concepto. Como diría Jourdain en El burgués gentilhombre, somos todos duales. Habrá quien se sorprenderá al descubrirlo y quien no se sorprenda.

Dejando de lado esta clasificación pueril, el concepto perdura y adquiere una dimensión real, pero limitada, en cuanto se aplica a la filosofía o a la religión. Limitada, porque se trata siempre única y exclusivamente de una cosa y su contrario, pero interesante, porque lo que es una causa en una situación, puede ser una consecuencia en otra. Es como si, en un razonamiento matemático, después de probar que algo es cierto, se probara con otro argumento que es falso. Ser consciente de esta situación debe conducir a una decisión: sí o no.

En lo tocante a la religión, el dualismo es la oposición entre dos principios: Dios y el diablo. En filosofía, se trata de la oposición entre el alma y el cuerpo. Por lo tanto, reunir los dos principios en un único concepto no deja de ser tentador y beneficioso: Dios es el alma y el diablo es el cuerpo.

El grave peligro de cualquier «escuela» es querer facilitar una explicación general a partir de un principio único que sólo puede resolver una parte. De este modo se abre la puerta a contradicciones de sentido común. No se puede ser a la vez cartesiano y gnóstico.

En la creación de un dualismo religioso se aprecian tres etapas. El antes: es el terreno invisible delas causas. El durante: es el terreno donde se aprecian las consecuencias generadas por las causas. El después: ¿qué será este después?; ¿habrá uno?; ¿es necesario que lo haya?

En lo que concierne al durante, es el mismo para todo el mundo. Pero, en lo que a causas se refiere, es imprescindible inventarlas. Generalmente se acepta el siguiente proceso: reinaba un Dios intemporal y perfecto; un ángel se le opuso, se separó de él y cayó. Este ángel maligno, para vengarse, creó el mundo del mal y lo visible.

En cuanto al ámbito del después, todo el mundo está más o menos de acuerdo en dar al hombre la oportunidad de acceder a la felicidad eterna. Sólo cambian los medios, pero todos pasan por la oración.

El tema del combate final para marcar el comienzo del después aparece en muchas religiones antiguas, como el Ragnarök en la mitología nórdica.

Como oposición al principio religioso de la dualidad existe el principio de unidad. Es el caso del cristianismo. La existencia de un Dios omnipotente, pero sobre todo eterno, permite confirmar el paso sencillo del antes al durante y seguidamente al después. Este Dios todopoderoso está presente tanto en lo visible como en lo invisible. Pero, ¿cómo pudo permitir este Dios todopoderoso la creación de un mundo tan malo? ¡No nos confundamos! El mundo era perfecto hasta que Adán y Eva se dejaron seducir. Su error permitió al Maligno manifestarse (de nuevo el tema del ángel caído).

La llegada del Hijo de Dios a la Tierra para dar a los hombres una segunda oportunidad de salvarse viene a confirmar, si no a probar, la unidad del principio que precede todo: la infinita bondad de Dios y su carácter eterno. Es el argumento del principio único. Dios es el único principio.

Por el contrario, en el sistema dualista coexisten dos principios previos: el del bien, de naturaleza invisible, y el del mal, de cuya existencia es prueba el mundo de los hombres.

De ser necesario, no resultaba difícil demostrar que la existencia de este mundo visible del mal erala prueba misma de que ese otro mundo invisible era real, puesto que, de acuerdo con el principio dualista, una cosa difícilmente puede existir sin su contrario. Sobre este tipo de sofisma se apoyaron los gnósticos al enfrentarse a la religión de los primeros siglos, ya que además para ellos era difícil de aceptar la creación del mundo según el Antiguo Testamento.

Los gnósticos, que vivieron el nacimiento del cristianismo, despertaban al sentimiento de la nueva religión tras una larga tradición de filosofía griega. Todo apunta a que no se presentaron ante el nuevo razonamiento con las manos vacías.

El pensamiento de Pitágoras estaba impregnado de auténtico dualismo. Se acerca a lo que pronto se dio en llamar orfismo en alusión a Orfeo, el poeta que viajó a los infiernos, de donde trajo la explicación de todos los misterios. Si bien está comprobada la existencia del orfismo, no es fácil decidir si fue una filosofía o una religión. Fuera lo que fuera, este sistema proponía una doctrina de bienestar del alma basada en prácticas expiatorias. En ella aparecen argumentos dualistas por primera vez en el pensamiento griego: debido a una falta original, el alma humana, de naturaleza «demoníaca», está aprisionada en un cuerpo, que es su materialización. El deseo constante de expiar dicha falta, mediante la oración, por ejemplo, puede conducir al alma a la redención tras sucesivas reencarnaciones. Dichas reencarnaciones sólo encontrarán su punto final con la inclusión en lo divino. Este sistema, a falta de ser una doctrina, plantea la cuestión angustiosa para el hombre del origen del mal y de los medios que debe poner en práctica para lograr el bienestar de su alma.

Todo esto muestra a la perfección hasta qué punto el dualismo forma parte de la naturaleza humana y cómo su única vía de escape es y sigue siendo lo divino. Pero también conviene tener presente el abismo que separa lo divino de la religión. De ese abismo surgirá el catarismo.

La filosofía pitagórica, más apoyada en lo divino que en la noción de un Dios, es dualista. Paralelamente a la doctrina cátara, que estudiaremos más tarde, un aspecto se invierte de uno a otro caso. Para Pitágoras, el alma es de naturaleza demoníaca y el cuerpo es sólo un envoltorio insignificante. Para los cátaros, el alma será de naturaleza divina y el cuerpo de naturaleza maligna.

Zoroastro y El Mazdeísmo

La existencia de Zoroastro está confirmada; Platón (428-348 a. de C.) lo cita varias veces. Gracias a diversas fuentes podemos situarlo en el tiempo, concretamente entre los siglos VI y V a. de C. Fue filósofo, historiador y religioso. Su verdadero nombre era Zaratustra, que los griegos tradujeron de un dialecto iranoarameo.

A partir de Zoroastro, el Sol perdió su condición omnipotente y pasó a ser un símbolo sencillo y magnífico, el fuego de la vida. De este modo, su concepción cambió de causa a consecuencia. En ese periodo de transformación adquirió una dimensión suplementaria: la luz del espíritu, es decir, la pureza.

Este paso de un estado poderoso e innato, el fuego propiamente dicho, a un estado de potencia espiritual, la luz en sentido figurado, fue la señal de un cambio profundo en las mentalidades. De ser objeto de una adoración temerosa, el Sol se convirtió en protagonista de un amor verdadero, participativo.

Así estaban las cosas a mediados del último milenio antes de nuestra era.

Esta época, el siglo V a. de C., es importante desde otros puntos de vista. También fue, no lo olvidemos, el momento del gran exilio de los judíos hacia Babilonia precisamente cuando estaban redactando el Antiguo Testamento.

Al mismo tiempo, Zoroastro reunía antiguos mitos y tradiciones para elaborar a partir de sus propias ideas un pensamiento de naturaleza religiosa que sería más universal, porque estaba impregnado de filosofía.

Este siglo V del último milenio antes de Cristo, muestra en muchos aspectos numerosos cambios. Se podría afirmar, sin equivocarse demasiado, que lo más destacable es la difusión de la escritura y el consiguiente acceso al conocimiento.

Paralelamente al desarrollo de este significado dela escritura, se va a formar una nueva orientación popular.

Existe una gran diferencia entre los dos procesos de creación que van a conducir, el uno a la elaboración del pensamiento de Zoroastro y el otro a la redacción del Antiguo Testamento. Zoroastro es heredero de veinte siglos de leyendas que, gracias a la escritura, quedaron reflejadas en Mesopotamia, mientras que los judíos comenzaron a redactarlos primeros libros del Antiguo Testamento sólo cinco siglos antes. Además, las largas retahílas de reglas dogmáticas en que se basa el Antiguo Testamento son de un valor literario discutible, o cuando menos, discutido. En definitiva, si Zoroastro contó su propia historia, los judíos adaptaron por su parte la suya.

El libro sagrado del mazdeísmo es el Avesta. Se escribió tras la muerte de su iniciador. El mérito del Avesta es apoyarse en los antiguos mitos, actualizarlos y arreglarlos según una progresión coherente. Acceder a su significado es el resultado también de una progresión coherente. La obra es tan clara, tan bien estructurada, que aquellos que la conozcan podrán decir que su fácil comprensión se traduce en una forma de iniciación.

Esto es, al menos, lo que dicen de ella sus partidarios, puesto que, en realidad, esta religión es una de las peor conocidas que existen.

Sin embargo, y aunque parezca paradójico, está aún muy presente entre los parsis (de la antigua Persia),refugiados en el noroeste de la India desde la conquista islámica (siglo IX). De hecho, conocemos esta antigua religión del Irán gracias a los parsis. Sin embargo, las contradicciones profundas entre las prácticas del culto actual y las del culto pasado hacen que nos siga resultando hermética.

El Avesta plasma los dos principios previos en permanente conflicto: el bien y el mal.

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