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Las cartas del Kama Sutra. El libro del amor – The cards of the Kama Sutra. The book of love

El siguiente texto es un extracto del libro Las cartas del Kama Sutra. El libro del amor (ISBN: 9781639190232) Conocerlo, entenderlo, interpretarlo y ayudarlo, escrito por Siddha Rati, publicado por de Vecchi /DVE ediciones.

Introducción

Los amores de Krishna, una de las muchas representaciones de Visnú, con Radha, una lechera, son
un tema frecuente en la iconografía hindú y constituyen la expresión más pura de la pasión y el
erotismo. Museo Guimet, París (© fotografía de RMN/Arnaudet)

Para muchos occidentales el Kama Sutra es un libro pornográfico. Sin embargo, como escribió Alain Daniélou, uno de los más prestigiosos especialistas en culturas orientales del siglo pasado, «constituye un estudio imparcial y sistemático de uno de los aspectos esenciales de la existencia, y no tiene ningún punto en común con la pornografía. El Kama Sutra es, ante todo, una representación del arte de vivir del ciudadano civilizado y refinado que completa, en el ámbito del amor, el erotismo y los placeres de la vida, otros dos tratados paralelos que son el Artha Shastra, que versa sobre política y economía, y el Dharma Shastra, que trata de la moral, y a los que siempre hace referencia. El erotismo es, sobre todo, la búsqueda del placer, y las técnicas eróticas tienen como objetivo alcanzar el paroxismo al que las Upanishad otorgan el valor de una percepción en la línea del estado divino, que es una voluptuosidad infinita».

Este libro, escrito entre los siglos I y IV d. de C., está formado por varios tratados, que tienen por tema la vida sexual y social de los hindúes de las castas altas.

La primera versión del Kama Sutra tiene un origen mítico y se atribuye a Nadi, compañero del dios Siva. Este primer núcleo fue resumido y continuado por varios autores, entre los que destaca Vatsyayana, un literato residente en la ciudad de Pataliputra, que escribió una compilación con la forma que habitualmente se conoce.

Cuenta una leyenda que Vatsyayana, que vivió en el siglo IV, además de ser un hombre extraordinariamente culto también era muy ávido de dinero y placeres. Fue consejero del príncipe Shatavhana, el cual se comportó muy generosamente con él. Pero, acercándose ya al momento de la muerte, el príncipe supo que Vatsyayana había provocado que se acusara de fraude a las arcas públicas y de otros delitos a varios ministros, cuando él era el responsable directo.

Entonces fue condenado a una extraña pena: encerrado en una fortaleza, era «atormentado» por cinco mujeres jóvenes y deseosas, que cada mes eran sustituidas por nuevas «torturadoras».

El propósito era verle sucumbir, vencido por la exuberancia de las cortesanas. Él, por el contrario, a lo largo de cuatro años logró llevar a cabo y describir todas las experiencias eróticas posibles e imaginables.

El Kama Sutra refleja el pensamiento filosófico hindú, según el cual el alma se reencarna continuamente para alcanzar el nirvana a través de la purificación del karma (el peso de las acciones de la vida presente y de las precedentes que determina la reencarnación). La purificación se obtiene siguiendo las tres grandes metas de la vida, la última de las cuales, el kama, se refiere a todo lo que afecta a los sentidos.

Por este motivo, las cartas que presentamos no reproducen solamente posturas referidas a las relaciones sexuales, sino también una serie de símbolos referidos a las 64 artes del kama, entre las cuales figuran el juego, la danza, el canto, la recitación de poemas, objetos, flores y animales que embellecen la vida, etc., que tienen un efecto psicológico importante, y no sólo para los hindúes.

La sexualidad: un tema «candente»

La Mujer Y El Placer En Occidente

Según la cultura hindú, la vida de la mujer transcurre en su mayor parte dentro de la casa. En
esta miniatura, Krishna sale de la estancia en donde acaba de encontrarse con Radha. Museo
Guimet, París (© fotografía de RMN/Arnaudet)

En la cultura occidental, influenciada por el cristianismo, el placer sexual a menudo se ha valorado negativamente, porque se ha relacionado con la perdición del alma. Por consiguiente, la mujer, vehículo del placer, objeto de deseo y, por tanto, instrumento de pecado, se ha considerado un ser imperfecto y tentador. La demonización de la mujer tiene su origen en el desprecio del cuerpo, el femenino, considerado una versión incompleta del masculino. Sin embargo, esta connotación negativa del físico femenino no debe atribuirse a la cultura cristiana, sino que se remonta a los orígenes del pensamiento filosófico occidental, que considera la materia y el espíritu como entidades claramente separadas, y cree que la mortificación de la primera es indispensable para la purificación del segundo. En cambio, en la cultura hindú, y en general en las culturas orientales, el alma y el cuerpo son una entidad única e indisoluble. Aristóteles, en el De generatione animalium, afirma que «la mujer es, y ha sido siempre, un varón mutilado, y la catatemia [la semilla femenina] es semilla, pero no en estado puro, ya que hay algo que en ella no se puede encontrar: el principio del alma». Los Padres de la Iglesia hicieron suyas estas teorías. San Jerónimo, por ejemplo, cita a Séneca: «El amor por la mujer de otro es siempre deshonesto, y también es vergonzoso amar en exceso a la propia. El sabio, cuando ama a su mujer, hace prevalecer la razón por encima de la pasión. Se opone al asalto de las pasiones y no se deja llevar por una relación pasional con su propia mujer. No hay nada más infame que amar a la propia mujer como se amaría a una adúltera…» (Adversus Iovinianum I, 49). San Agustín condicionó durante siglos la moral católica, restando el contenido sexual al amor y oponiéndose a cualquier forma de placer físico. Afirma que precisamente en el placer del acto sexual se produce la transmisión del pecado original y, por tanto, del mal y de la muerte.

Georges Duby, analizando la moral sexual occidental de los siglos XI y XII, escribe: «El hombre tiene una sola esposa. Debe tomarla tal como es, fría en el cumplimiento de su debitum, y le está prohibido calentarla» (G. Duby y M. Perrot, Storia delle donne – Il medioevo, Roma-Bari, 1990).

En el ámbito de la reflexión cristiana sobre el cuerpo hay varios aspectos que considerar: el miedo obsesivo al pecado de origen sexual y la consiguiente aversión al placer; la demonización de la mujer, un ser inferior, criatura lasciva y tentadora, por su propia naturaleza dada al sexo; el desprecio por el matrimonio, considerado remedium concupiscentiae, y la exaltación del celibato como modelo de virginidad parecido a la virginidad divina, la mortificación de la carne entendida como vía para honrar a Jesucristo.

En Occidente, el cristianismo ha condenado desde siempre el deseo sexual y el placer de la carne, y se han loado los santos y los místicos que llevaban una vida absolutamente casta.

Este concepto perdura todavía hoy como arquetipo. De hecho, cuando pensamos en alguien que ha optado por la vida espiritual, ya sea un monje, un bonzo o un yogui, nos parece normal que su existencia deba respetar los principios de austeridad y abstinencia de cualquier forma de sexualidad.

En los años sesenta del siglo pasado se vivió un proceso que fue definido como la revolución sexual, en contra de la pretensión de control de la moralidad y a favor de la liberación de los vínculos puritanos y opresivos en lo referente a la relación entre los sexos.

Como suele ocurrir en todas las revoluciones, se cayó en el extremo opuesto: una sexualidad sin freno que ha invadido otros ámbitos de la existencia, como lo muestra la publicidad en prensa y televisión, desde la moda a la venta de automóviles, el lenguaje o la alimentación.

Entre Oriente Y Occidente

Los amores de Krishna y Radha son un tema frecuente en las miniaturas que indican el carácter
sagrado de la relación erótica. Museo Guimet, París (© fotografía de RMN/Arnaudet)

Hoy en día, el número de separaciones y de divorcios aumenta continuamente. Ocurre con frecuencia que dos personas que tienen un buen entendimiento sexual, afectivo y psicológico sufren influencias provenientes de la sociedad: la facilidad por instaurar relaciones extraconyugales y tener aventuras en muchos lugares, el imperativo categórico de priorizar la carrera y la acumulación de dinero, de la imposibilidad de la mujer de dedicarse solamente a la familia, a la gestión de la casa, al cuidado de los hijos.

Las mujeres del tercer milenio están sometidas a presiones que hubieran sido inconcebibles en las generaciones anteriores: deben abrirse camino en la jungla del mercado laboral y procurar obtener buenos resultados en lo relacionado con la afirmación personal, son devoradas por la ambición de ser mejores que los hombres, de ganar tanto dinero como ellos, ya que el dinero es la medida del valor de las personas, pierden mucho tiempo y son víctimas del estrés en los desplazamientos de casa al trabajo, y cuando ya están en casa deben ocuparse de la familia. En estas condiciones es fácil entender que se intente limitar al máximo el nacimiento de hijos, que requiere una disponibilidad total y desmesurada.

En Oriente, en cambio, lo que en nuestra cultura se considera una condición subalterna allí no lo es. En efecto, los pequeños cometidos cotidianos, que para el ama de casa occidental son fastidiosos y despreciables, se consideran actividades nobles, que dan prestigio y acercan a lo sagrado en cuanto manifestaciones de lo divino. La vocación de la mujer a la maternidad se considera sagrada y esta debe dedicarse enteramente a la prole, ya que los hijos tienen prioridad sobre cualquier otra cosa. Esto implica que el marido también debe estar siempre disponible, cumpliendo con su función de allanar las dificultades cotidianas, de procurar el dinero suficiente para asegurar el sustento familiar, es decir, velando por la tranquilidad material y espiritual de la familia.

La mujer es, o debería ser, para su familia, una manifestación divina de Shakti, ya sea como la que ama, protege, educa y cuida, o bien como la que seduce, captura y empuja a la disolución. Sea como fuere, toda mujer es la encarnación de la diosa y, desde este punto de vista, la condición femenina está muy sublimada, y todo lo que tiene que ver con el destino de esposa y madre se considera muy prestigioso.

¿Liberación o instrumentalización sexual?

Frente a una sexualidad empapada de contenido sagrado, en Occidente la esfera sexual —componente fundamental del equilibrio psíquico, necesario para la formación de una personalidad completa y madura— se relaciona con otros factores: el sentimiento de poder, la ambición, el deseo de poseer y de vencer. Pese a que actualmente vivimos una época de liberación sexual, todavía subsisten inhibiciones y curiosidad, dependencias y perturbaciones, tanto por lo que respecta a la presencia como a la ausencia de sexo en nuestra vida. Es indudable que no tenemos una relación serena con la sexualidad. Sólo hay que observar de qué manera los medios de comunicación (cine, televisión, prensa, publicidad, etc.) tratan el sexo, como si fuera un producto, llevándolo al mismo nivel que la pornografía, incitando a sacar provecho de las cualidades físicas de belleza y seducción, y llevando a menudo a la violencia o a la depresión a quienes no se sienten a la altura de los modelos impuestos. Tiempo atrás, cualquier imagen considerada lasciva estaba severamente prohibida. Ahora, en cambio, encontramos por todas partes fotografías muy explícitas que restan valor a la relación sexual y al juego de la seducción. Es un tema que se trata constantemente y desde muchas perspectivas, pero lo cierto es que las estadísticas indican que existe una disminución del deseo, tanto en los hombres como en las mujeres…

Además, aunque desde hace tiempo se predica la igualdad de los sexos, en el terreno erótico se dan muchos comportamientos caracterizados por relaciones de fuerza.

Los Diferentes Ideales Femeninos

En la cultura oriental hay una única energía divina, llamada Shakti, mientras que en Occidente la energía creadora originó dos modelos femeninos contrapuestos: Eva y María. La primera es el origen del mal, mientras que la segunda es la que puede remediar, mediante el sacrificio y el altruismo, los errores llevados a cabo por la compañera de Adán. En efecto, por un lado, el hombre honra a la madre y a la buena esposa, pero por otro, se siente atraído irresistiblemente por la prostituta, lasciva y tentadora; es decir, busca la virtud pero ama el vicio.

El ideal femenino del cristianismo es la virgen, totalmente ajena a los impulsos sexuales, perfecta por su castidad. La mujer occidental dispone solamente de dos modelos positivos, ambos derivados de la figura de la Virgen María (matrimonio y maternidad o virginidad y velo monacal). En cambio, la espiritualidad hindú no reconoce esta dicotomía. La principal figura divina, Shakti, tiene una importancia fundamental porque es el poder creador, la energía primordial que, uniéndose con el ser divino no indiferenciado, da a luz a lo que es visible y a lo que es invisible: los dioses y los hombres, la eternidad y el paso del tiempo, la fuerza materna, el molde del que nace el proceso de formación de la dualidad. Shakti crea y protege nuestro mundo, pero al mismo tiempo lo destruye, siguiendo la ley de la transformación continua, según la cual todo lo que ha nacido debe disolverse, cada instante debe desaparecer para permitir que el siguiente pueda manifestarse.

Esta energía se encarna cada vez en diosas que adoptan apariencias diferentes: Lakshmi es la protectora del género humano, la que dispensa felicidad y misericordia; cuando se presenta como Kalí es la señora del tiempo y de la muerte, la imagen de la desaparición y de la disolución de todo lo que existe, pero también de la muerte de lo que nos tiene prisioneros y el anuncio de una vida nueva.

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