
El gran libro de las palmeras – The big book of palm trees
El siguiente texto es un extracto del libro El gran libro de las palmeras (ISBN: 9781639190072) Conocerlo, entenderlo, interpretarlo y ayudarlo, escrito por Teresa Garcerán, publicado por de Vecchi /DVE ediciones.
Introducción

Las palmeras son originarias de regiones tropicales y subtropicales, así como de lugares donde los riesgos de heladas son mínimos. En las zonas templadas o frías casi no existen especies nativas. Por esta razón siempre las ha rodeado un halo de exotismo y misterio que las ha hecho tan deseadas para ornamentar jardines en todo el mundo.
Los grandes viajeros europeos de todas las épocas quedaban maravillados con estas joyas del reino vegetal, capaces de evocar lejanos paraísos. Su cultivo y utilización comenzó a la vuelta de las primeras expediciones desde lugares donde las palmeras eran especies cotidianas, tanto por su uso alimentario como por la materia prima que ofrecen.
La dificultad de su cultivo residía, y reside, en la limitación que supone la temperatura para su desarrollo y supervivencia. Especies que en sus lugares de origen son hermosos ejemplares capaces de proporcionar alimento, materiales para diversos fines y una buena sombra donde refugiarse del sol llegaban a su destino y languidecían poco a poco, sin posibilidad de sobrevivir la mayoría de las veces. Por ello, hubo que buscar las mejores ubicaciones, las más similares a su lugar de origen, y las especies que se adaptaran de una forma más adecuada a las nuevas condiciones. A partir de ese momento, las palmeras se hicieron cada vez más habituales en los jardines más lujosos. Así, comenzaron a ser especies admiradas y con una gran capacidad evocadora de paraísos lejanos y exóticos que hoy en día todavía pervive en nuestro imaginario colectivo.
Poco a poco las palmeras han ido tomando nuestros jardines, parques, plazas y avenidas, y han pasado a ser una seña de identidad de algunos lugares, como la ciudad italiana de Bordighera, conocida como «la ciudad de las palmeras» por la gran cantidad y calidad de estos bellos ejemplares que posee. Así, Claude Monet, inigualable transmisor de sensaciones en su obra, pinta las palmeras de la ciudad y sus jardines, y deja constancia de la magia emanada por la interacción de la bella costa italiana y sus sensuales palmeras.
La costa mediterránea está llena de bellísimos ejemplares. Algunos son de cultivo ancestral por herencia de los pueblos llegados de la costa africana que nos enseñaron a cultivar y consumir los deliciosos dátiles, por contar con dos especies autóctonas: el palmito (Chamaerops humilis) en la zona occidental y la palmera de Creta (Phoenix theophrasti) en la oriental. Otras especies vienen de lejanos lugares que pueden desarrollarse adecuadamente en nuestros climas. Sea cual sea la razón, países como España, Francia e Italia cuentan con centros de investigación, jardines botánicos, parques públicos, grandes avenidas y paseos dedicados a estos «príncipes» del reino vegetal, tal y como los nombró Carl von Linnaeus, padre de la botánica moderna.
El cultivo de la palmera datilera, Phoenix dactylifera, en Elche, en la costa mediterránea española, surge por la utilización de un sistema agrario en el que prima el aprovechamiento de la escasa agua con que cuenta la zona, característica propia de los pueblos llegados del norte de África, y que encaja perfectamente con la realidad climática del lugar, hasta el punto de que hoy en día se sigue utilizando el mismo método de cultivo de huerto. Las porciones de tierra se delimitan con hileras de palmeras dispuestas a lo largo de las acequias de regadío, y crean así una pantalla vegetal generadora de un microclima que favorece el cultivo de diversas especies hortícolas que, de otra manera, no sería posible producir.

Para obtener rendimientos económicos de las palmeras, estas no sólo se destinan a la producción de dátiles o a emplearlas como mera pantalla, sino que también se genera toda una findustria artesanal que aprovecha las fibras que de ellas se obtienen. La artesanía produce cantidad de enseres, para uso doméstico, como cestos y capazos, para uso personal, como sombreros, o para usos religiosos tradicionales, como las trabajadas «palmas» que se bendicen el Domingo de Ramos. Estas son las llamadas «palmas blancas», de gran tradición por los trabajos que los artesanos, tanto de Elche como de Bordighera, realizan para usar en celebraciones religiosas.
Los jardines botánicos de España, Francia e Italia cuentan con colecciones espectaculares de palmeras, algunas cultivadas en exterior y otras en invernaderos preparados para acoger a estas maravillas del reino vegetal.
Cabe destacar las que viven en grandes macetas en l’Orangerie de los jardines del palacio de Versalles, cerca de París, donde tanto palmeras como otros ejemplares pasan el invierno hasta que llega el buen tiempo y salen a gozar del sol y el calor. Ello nos muestra cómo las palmeras pueden cultivarse en cualquier clima, ya sea en exterior, con ejemplares capaces de soportar bajas temperaturas, ya sea en interior o invernaderos, con especies que precisan temperaturas cálidas y cuidados especiales. Asimismo, en el Jardin des Plantes, en París, podemos disfrutar de un nutrido grupo de palmeras en uno de sus invernaderos.
En lugares donde podemos pensar que las palmeras no van a sobrevivir encontramos especies perfectamente establecidas y con una en vidiable salud, como es el caso de las palmeras de la Recta de la Pasiega (Cantabria), en el norte de España, donde viven ejemplares de palmera de Chile, Jubaea chilensis, así como de palmito elevado, Tra – chycarpus fortunei, o en Brest, en el norte de Francia, en el Conservatoire Bota nique National, donde cuentan con una colección de palmeras tanto en el exterior como en el invernadero, así como en el Jardin Botanique de Bayona (Francia).
En la costa mediterránea hallamos el Jardín Botánico Histórico de la Concepción en Málaga; este cuenta con una gran colección de palmeras, entre otras muchas especies, que nos permite contemplar algún ejemplar centenario. También en la misma ciudad, el Parque Municipal reúne gran cantidad de palmeras de diferentes géneros y especies.
En la Costa Azul francesa podemos pasear por sus magníficas avenidas y bulevares o visitar los jardines de Ville Thuret (Antibes) y el Parc Phoenix (Niza). Si traspasamos la frontera, ya en Italia, es visita obligada el Orto Botanico de la Villa Ormond, en San Remo, del Centro de Estudio e Investigación de las Palmeras. Si cambiamos de mar y nos vamos al oceáno Atlántico hallaremos en las paradisiacas islas Canarias una especie que es originaria del lugar, la palmera de Canarias, Phoenix canariensis, que vive repartida por todas las islas; también podremos visitar el Palmeral de Haría, en Lanzarote, y contemplar una parte de lo que fue en su día un extenso palmeral y el estilo de vida que en torno a él se ha desarrollado.
Conocer las palmeras

Las palmeras, como el resto de plantas que cubren nuestro planeta, son elementos imprescindibles por la capacidad de generar vida y acogerla, ya sea como alimento, ya sea como principales productoras de oxígeno. Aunque las palmeras poseen estructuras similares al resto de las especies de porte arbóreo, presentan algunas diferencias que las hacen distanciarse de lo que habitualmente designamos como «árboles».
Detalles Morfológicos
La morfología o estudio de la forma, estructura y modificaciones que experimentan los seres orgánicos, en nuestro caso las palmeras, pasa por que nos detengamos en los principales órganos y descubramos sus funciones, así como las peculiaridades que caracterizan a la familia de las Palmas.
El sistema radical

Las funciones básicas de las raíces son las de alimentar a la planta, anclarla al suelo o al sustrato y establecer relaciones de simbiosis, es decir, la vida en común de dos especies distintas establecida de manera regular y con beneficio mutuo de los participantes, con hongos y otros microorganismos presentes en el suelo.
La raíz absorbe del suelo tanto los elementos nutritivos como el agua, con los que forma la savia bruta que luego se repartirá por toda la planta. Este órgano es el que capta tanto el agua de riego como los abonos que aportamos al cultivarlas, ya sea en plantaciones en el suelo, ya sea en contenedores o macetas.
Las palmeras poseen un sistema radical fasciculado, formado por un abundante haz de raíces delgadas y alargadas que surgen de la base del tallo. Este tipo de raíz es propio de las Monocotiledóneas, las que en el momento de germinar la semilla emiten una sola hoja embrionaria, a diferencia de las Dicotiledóneas, que producen dos. Estas raíces se disponen radialmente y se dirigen en todas direcciones, con lo que pueden cubrir grandes superficies. Algunas de ellas pueden llegar a poseer más de 50 m de longitud y penetrar hasta más de 5 m, aunque lo habitual es que no lleguen a sobrepasar los 2 m de profundidad.
Las raíces de las palmeras son diferentes de las que poseen los demás árboles, ya que no existe una raíz principal que va aumentando de tamaño todos los años. Dentro de este haz radical hallamos raíces de diversos tamaños, que clasificaremos en primarias, secundarias, terciarias y cuaternarias.
Las primarias, originadas en la base del tallo, son las más gruesas y largas, y las que anclan la palmera al suelo; de las primarias nacen las secundarias, y de ellas las de menor orden. En la parte terminal de todas existe una zona no lignificada responsable de realizar la absorción del agua y de los nutrientes del suelo.
Este sistema radical denso, abundante y con gran capacidad regenerativa es muy eficaz a la hora de sujetar las palmeras al suelo y evitar las caídas por problemas de desarraigo a causa de temporales de viento.
Las raíces de las palmeras tienden a crecer de forma continua, y sólo se detienen si las temperaturas son extremadamente frías o si el suelo se encuentra encharcado o muy seco.
Algunas especies de palmeras emiten raíces aéreas desde la parte basal del tronco, como la palmera datilera (Phoenix dactylifera). Este fenómeno suele tratarse de una adaptación al entorno: la palmera datilera es originaria de las zonas desérticas y crece en suelos arenosos, cuyo nivel, por efecto del viento, puede variar en un reducido espacio de tiempo. Otras especies producen un tipo de raíces aéreas denominadas «zancos», que van apareciendo desde el tronco como elementos de sujeción; a medida que van enraizando las emitidas a mayor altura, las inferiores se secan y llegan a desaparecer. Estas raí ces las producen los géneros Socratea e Iriartea y especies como Caryota gigas o Verschaffeltia splendida.
El tronco o estípite

El tronco de las palmeras se denomina «estipe» o «estípite » para establecer la diferencia con los árboles. El tronco del árbol aumenta su grosor con los años, y al practicarle un corte apreciamos los anillos de crecimiento que permiten conocer su edad; en cambio, el estípite de las palmeras no engorda ni posee anillos de crecimiento que nos indiquen los años de vida que tiene la planta.
Las semejanzas del estípite con el tronco son muchas a nivel funcional, ya que se trata de un órgano sólido que sostiene y eleva la copa, y es el elemento de unión entre el sistema radical y la copa que facilita la distribución de los nutrientes por toda la planta. Las palmeras desarrollan la yema apical y las raíces, y producen hojas sin ganar altura hasta que el estípite no ha logrado su diámetro definitivo, y es entonces cuando inician su crecimiento en altura.
Al pensar en las palmeras, tenemos la imagen de un ejemplar esbelto con un solo estípite, pero en la naturaleza existen muchas especies que poseen varios troncos, es decir, son multicaules, como el palmito (Chamaerops humilis), la palma de frutos de oro (Dypsis lutescens) o la palmerita china (Rhapis excelsa), cultivadas habitualmente en nuestros parques y jardines.
Si pensamos en las ramificaciones que sus troncos nos muestran, se puede establecer otra diferencia con los árboles: parece que los estípites no son capaces de presentar esta característica, pero para nuestra sorpresa existen algunos géneros en los que la ramificación es uno de sus rasgos distintivos, como el palmito de Pakistán (Nannorrhops ritchiana), utilizado como especie ornamental, o Dypsis utilis, que debido a sus vainas fibrosas se exportaba para la fabricación de cuerdas.
En algún caso aislado pueden encontrarse ejemplares ramificados debido a alguna lesión en la yema apical. Otro grupo de palmeras que se distingue por la especificidad de su tronco son las que denominamos «acaules », es decir, con un estípite muy reducido o sin él, o que presenta un crecimiento subterráneo. Estas especies se han adaptado a entornos con limitaciones para la subsistencia, como la sequía, y el resultado ha sido la transformación del tallo o estípite.
Sin duda alguna, las palmeras más originales son las trepadoras, poseedoras de tallos delgados y flexibles que pueden llegar a alcanzar hasta los 200 m de largo en su hábitat original. Estas especies han adquirido este hábito trepador debido a la dificultad que tienen para acceder a la luz del sol y al agua de lluvia en un medio selvático, y han transformado alguna de sus partes (foliolos o inflorescencias) en espinas para conseguir trepar hasta lo más alto y así alcanzar su objetivo.
En el sureste asiático, una de las grandes zonas donde estas especies proliferan, son uno de los productos comerciales más preciados, ya que con ellas se fabrican muebles, así como otros objetos de gran calidad. Las especies que más se utilizan pertenecen al género Calamus, sobre todo el ratán (Calamus manan) y Calamus caesius.
El estípite puede tener diferentes tamaños y grosores dependiendo de la especie de palmera de la que se trate. La palmera de abanico mexicana (Washingtonia robusta), el coco plumoso (Syagrus romanzoffiana) o la palma real cubana (Roystonea regia) poseen estípites altos y esbeltos; mientras que la palma de sombrerero (Sabal domingensis) o la palmera de abanico californiana (Washingtonia filifera) cuentan con unos troncos que destacan por ser fuertes y robustos.
Especies como la palma real australiana (Archontophoenix alexandrae) o la kentia (Howea forsteriana) tienen estípites delgados, pero sin llegar a la extrema delgadez de la multicaule camedorea elegante (Chamaedorea elegans), de unos 3 cm de diámetro. En el polo opuesto hallamos los estípites más gruesos en la palmera chilena (Jubaea chilensis), que pueden llegar a medir casi 1 m de diámetro.
La mayoría de las palmeras presenta un estípite uniforme en lo que a grosor se refiere, pero existen algunas especies que muestran engrosamientos en alguna parte del tronco, como es el caso de la palma botella (Hyophorbe lagenicaulis), llamada así por presentar un ensanchamiento en la parte baja del estípite y recordar la forma de una botella.
Un efecto ornamental importante en las palmeras lo producen los restos de hojas, vainas o espinas o las marcas dejadas por todos ellos al caer o por su permanencia una vez se han secado. El estípite puede presentarse cubierto por largas fibras, liso y anillado o con restos de vainas, que parecen grandes escamas.
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