
Pintura sobre vidrio sin cocción – Paint on glass without baking
El siguiente texto es un extracto del libro Pintura sobre vidrio sin cocción (ISBN: 9781644616703) Conocerlo, entenderlo, interpretarlo y ayudarlo, escrito por Teodora Trifa and Antonin Tarulescu, publicado por de Vecchi /DVE ediciones.
Introducción

El arte de la vidriera ha ocupado siempre un lugar de relieve entre las actividades humanas. Pero el vidrio pintado no tiene vida propia: es la luz que atraviesa su superficie la que nos permite percibir sus colores; efectivamente, los colores de una vidriera pueden ser distinguidos gracias a la luz que se refleja en ella. Sin la luz, la vidriera es un objeto sin vida. Pensemos, si no, en las vidrieras de una iglesia: sólo muestran su belleza desde el interior, cuando las observamos a contraluz.
Por tanto, la vidriera «vive» gracias a su dinámica relación con la luz, hasta el punto de que cambia de aspecto en función de la hora del día, de la estación del año o del tiempo atmosférico.
Sin embargo, la luz no es sólo un fenómeno físico que hace que nuestro mundo sea visible; también tiene un profundo significado espiritual, ya que siempre ha sido asociada a la bondad, a la belleza y a la trascendencia. Precisamente, esta concepción de la luz como manifestación de las virtudes divinas estuvo presente en el origen de la utilización de las vidrieras en la arquitectura religiosa medieval. En efecto, según el pensamiento de la época, la radiante luminosidad de las vidrieras conseguía que se iluminase el alma de los fieles, ayudándoles a acogerse a la luz de Dios.
Por lo tanto, la vidriera fue una experiencia mística cuya misión era la de acercar a los hombres a la dimensión divina.
Con el desarrollo de la arquitectura gótica, que conoció una gran utilización de las vidrieras multicolores, el hecho de entrar en la iglesia ya no representaba únicamente un momento de consuelo y de elevación espiritual, sino también el acceso a un mundo mágico y reservado.
En aquella época, como sustancialmente ocurre todavía hoy, la vidriera ya era, más que una imagen, un elemento capaz de caracterizar un ambiente.
Desde la Edad Media, este arte fue conociendo múltiples vicisitudes, pasando de los logros de la producción artística del siglo XIII al realismo típico del Renacimiento, para llegar, durante los siglos XVI y XVII, a su declive, causado por los mismos artesanos, que empezaron a darle más importancia a la pintura del vidrio que a la luminosidad de la vidriera (que representa su verdadera esencia).
Aun así, a finales del siglo XIX, espoleado por las nuevas orientaciones artísticas y culturales, el arte de la vidriera conoció un redescubrimiento que culminó en el Art Nouveau y Art Déco, corrientes artísticas que se desarrollaron en Europa a finales del siglo XIX y principios del XX.
Su influencia, sobre todo, se ha manifestado en la arquitectura y en las artes decorativas. En ese periodo, artistas como Morris, BurneJones, Mackintosh, Horta y Tiffany revolucionaron el arte de la vidriera.
A mediados de siglo, se produjo una etapa de excepcional creatividad. Iniciada en Francia y en Alemania, la renovación llegó pronto también a los Estados Unidos. Grandes artistas como Léger, Matisse, Braque, Chagall, pero también Schaffrath y Meistermann, innovaron profundamente el arte de la vidriera, tanto en las técnicas expresivas como en los métodos de elaboración. La influencia de esta renovación se manifestó en todo el mundo, incluso en Australia y Japón.
Desde hace tiempo, la vidriera sacra ha sido ampliamente sustituida por la profana.
Hoy en día, el arte de la vidriera todavía sigue ejerciendo una fascinación especial. Pero si, por un lado, su historia milenaria, su significado simbólico y el estímulo creativo de los maestros que lo han consagrado en el tiempo contribuyen a aumentar su valor, por otro, infunden temor en aquellos que, aun estando desprovistos de una seria preparación artística, se sienten atraídos por este arte y desearían realizar, por sí mismos, las decoraciones que tanto admiran. El objetivo de este libro es, precisamente, el de hacer que un arte aparentemente inalcanzable sea accesible para todos, ilustrando clara y sencillamente todas las técnicas de decoración sobre vidrio que no requieren cocción en el horno.
Todas estas técnicas, que se valen de nuevos tipos de barnices o de productos innovadores como los adhesivos, son de fácil realización, y cualquiera puede llevarlas a cabo sin la necesidad de utilizar utensilios especiales.
La única excepción la constituye el arenado, para el que se necesitan unos utensilios apropiados, que, en cualquier caso, se pueden adquirir en una vidriería a precios bastante asequibles, siempre en función de la complejidad del trabajo. Al margen de esta pequeña dificultad, nos ha parecido que la descripción de esta técnica puede revelarse como muy útil para los que estén interesados en profundizar en el arte de la decoración del vidrio. La combinación de los distintos métodos de trabajo que se presentan permite obtener refinados efectos artísticos. Pero no hay que olvidar que, más allá de esto, la fantasía y la creatividad individuales tendrán un papel determinante en el logro de unos resultados satisfactorios. Obviamente, el aprendizaje de las técnicas de pintura sobre vidrio se habrá completado cuando se consiga su aplicación práctica. Es posible que algunos decidan realizar estos trabajos con miras profesionales, pero la mayoría se mostrarán interesados en su uso y aplicación en el ámbito doméstico. En efecto, una ven-tana, el espejo de una puerta, el cuerpo de un mueble, un espejo o los pequeños jarros de vidrio que adornan la cocina representan, cada uno de ellos, una ocasión para divertirse y pintar, dándole a los objetos ese toque final que los convierte en únicos.
Un cenicero, un centro de mesa, un jarrón, un reloj de pared o una pintura sobre vidrio, al ser decorados con las técnicas que se ilustran en este libro, pueden transformarse también en regalos originales y apreciados.
Es verdad que los resultados serán proporcionales al talento, la fantasía, la pasión y, no menos importante, al grado de experiencia de cada aspirante a pintor sobre vidrio. Podemos garantizar que estas técnicas también depararán grandes satisfacciones a todos aquellos que no se consideran especialmente dotados de creatividad y de habilidad manual.
El vidrio
Breves notas históricas

El vidrio, cuyo descubrimiento se suele fechar alrededor del tercer milenio a. de C., ya se utilizó ampliamente para la producción de objetos a partir del siglo XV a. de C. en Egipto y en el Mediterráneo oriental.
En esa época, los artesanos egipcios perfeccionaron la fabricación de un vidrio transparente que se podía fundir y colar como un metal. De este modo, se pudieron obtener barras de vidrio a las que, aún calientes, se les podía dar forma en moldes de arena para realizar jarrones y recipientes, que después se decoraban con hilos de cristal fundido.
En el siglo II a. de C., los Sirios inventaron el método del soplado, que consistía en recoger la pasta de vidrio sobre un tubo y soplarla, delante de la entrada del horno, hasta alcanzar la forma deseada, para después ponerla a enfriar. Esta técnica llevó a una mayor diversificación de los productos manufacturados, entre los que se incluían botellas, jarrones y platos con motivos decorativos hechos de vidrio fundido.
Con el paso del tiempo, las vidrierías se difundieron desde Oriente Medio hacia toda la costa mediterránea, pasando por Chipre, Creta y por la Grecia antigua, hasta llegar a la península itálica, donde los romanos, además de perfeccionar el arte de la elaboración del vidrio, pusieron en práctica una técnica de grabado que les permitió realizar esculturas de elevado valor artístico.
Después del siglo I, se desarrollaron las técnicas de coloración del vidrio que, originalmente, era translúcido debido a las impurezas contenidas en los minerals. Muy pronto, los objetos de vidrio se convirtieron en un sello distintivo de las casas aristocráticas, sobre todo en el norte de Europa. En los siglos V y VI, los maestros vidrieros siguieron perfeccionando su arte, tanto que, en una época ligeramente posterior, en la Europa meridional, se produjeron interesantes intercambios entre las distintas técnicas. La producción occidental floreció especialmente en Venecia, donde, a partir de finales del siglo XIII, en la isla de Murano, se impuso la industria del vidrio soplado, establecida como una corporación cerrada cuya tradición todavía se mantiene hoy en día.
En los siglos posteriores, se desarrollaron en toda Europa objetos manufacturados artísticos, sobre todo en Viena y en Praga, donde se inició la elaboración del vidrio con óxido de plomo llamado cristal.
La arquitectura moderna también ha utilizado el vidrio con bastante asiduidad en la construcción de obras civiles e industriales. Los principales resultados de este filón arquitectónico se produjeron en el siglo pasado: el Crystal Palace, en Londres; las Halles y la Gare del Este, en París, o la galería Vittorio Emanuele, en Milán.
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