Familia y relaciones

La palabra adecuada. Las frases que deben decirse o escribirse en cada ocasión – The right word. Phrases to be said or written on each occasion

El siguiente texto es un extracto del libro La palabra adecuada. Las frases que deben decirse o escribirse en cada ocasión (ISBN: 9781639190959) Conocerlo, entenderlo, interpretarlo y ayudarlo, escrito por Simonetta Vercelli  , publicado por de Vecchi /DVE ediciones.

La Carta Hoy

Nuestro siglo ha asistido a una rápida evolución de los instrumentos de comunicación, del telégrafo y el teléfono, hasta llegar al fax y al correo electrónico. Pero los nuevos medios, derribada la barrera del tiempo y la distancia, no son capaces de suplantar la comunicación epistolar, ni entre particulares ni en las relaciones comerciales.

La carta añade oficialidad al mensaje, subraya su significado, a veces permite incluso exponer lo que el remitente no puede o no se atreve a expresar con palabras. La carta habla por nosotros: el tipo de carta escogido, la escritura, el planteamiento del escrito y la rúbrica resultan tan elocuentes como las palabras.

Lógicamente, los negocios, ciertos trámites oficiales y la vida privada se tratan con forma, tono y contenidos diferentes, pero las reglas, a pesar de su variación, se inspiran siempre en las mismas necesidades de claridad, orden y síntesis. Respetarlas no significa plegarse a viejas convenciones, sofocando la inspiración personal, sino demostrar respeto y disponibilidad hacia el prójimo.

Correspondencia privada

Escoger la carta entre los distintos medios para comunicarse, es decir, el menos en boga y aparentemente el más difícil, significa dedicarle al destinatario no sólo unas palabras, sino una parte de nuestro tiempo e interés, algo que debe tenerse en cuenta.

No cabe la menor duda de que el teléfono ha reemplazado prácticamente a la carta: la rapidez e inmediatez al enviar y recibir mensajes nos parece ya irrenunciable a la mayoría de nosotros. Escuchar una voz querida nos crea la ilusión de tenerla cerca físicamente. Y además, para escribir (y leer) una carta se necesita tiempo, silencio y concentración, cosas difíciles de conseguir en nuestras jornadas repletas de compromisos.

Lógicamente, el estilo epistolar se adapta a las circunstancias y a los tiempos. En el Renacimiento, un secretario italiano era el orgullo de las cancillerías de todos los estados europeos. Hoy en día pocos serían capaces de captar los rebuscamientos estilísticos y retóricos con que se trataban, volviéndolos sutilmente en beneficio propio, incluso los temas más espinosos. Sonreímos con ternura al leer las líneas tan almibaradas que el abuelo escribió desde el frente: Querida esposa, espero que esta te encuentre con buena salud como estoy yo… No deja de pensar en ti este tu devoto marido (mayo de 1917). Encontramos exageradamente ampulosas las fórmulas de cortesía todavía en uso hace pocos años: Le ruego presente a su señora madre mis mejores deseos para su salud, así como mi más profundo respeto (agosto de 1966).

Hoy en día los eslabones de la vida en sociedad son más anchos, las relaciones tienden a ser más informales, el tiempo nos asedia, pero siempre hay circunstancias en las que no se puede dejar de escribir. Por lo demás, supongo que el lector estará ya persuadido del valor de una carta: el simple hecho de leer estas páginas significa que se halla ya frente a la hoja en blanco, en busca de las palabras adecuadas.

Enviar una carta significa alcanzar a un interlocutor lejano en su intimidad y con toda probabilidad permanecer con él. En un mundo que ya es tópico definir como «aldea global», donde las distancias y el tiempo para cubrirlas ya casi no tienen importancia, donde sonidos e imágenes se acumulan a nuestro alrededor y nos distraen, la carta nos obliga a detenernos y reflexionar.

Una llamada telefónica, con el paso del tiempo, ya no calienta el corazón como cuando la recibimos y acaba olvidándose. En cambio, una carta difícilmente se tira a la basura: amarillea entre las páginas de un libro o yace olvidada en el fondo de un cajón; se convierte en la forma tangible de un recuerdo. Y, como los recuerdos, puede presentarse inesperadamente de frente, con la carga emotiva que la había generado aún intacta. Por ello, escribir a un amigo, a la persona amada o incluso por simple cortesía adopta un significado particular.

En qué ocasiones escribir

No podemos dejar de escribir, aunque nos cueste:

• para participar con nuestra presencia en el momento triste que un conocido está atravesando;

• para dar las gracias (por la hospitalidad, por un regalo, etc.);

• en respuesta a todas las cartas que se reciben: escribir es una cortesía, responder una obligación. El intervalo permitido es de unos diez días: más allá, su imagen se empañaría y además resulta cada vez más probable que venza la pereza. Un amigo lejano, en el extranjero, apreciará una carta más que una rápida llamada telefónica. La carta da alegría ya al abrirla, atestigua un afecto que supera el tiempo y la distancia, y es la única capaz de transmitir la atmósfera, los humores y la realidad del lugar de origen.

El escritorio bien provisto

En previsión de las circunstancias en las que coger la pluma, es imprescindible que el escritorio de la persona que sabe vivir esté siempre bien provisto de papel de cartas, notas y tarjetas de visita escogidos con criterio y buen gusto.

Entre los innumerables productos del mercado, es mejor el papel liso, moderadamente pesado, de bordes rectos. Dejando los colores vivos y las fantasías a las jovencitas, puede escoger entre el clásico blanco (casi obligatorio para los caballeros) o bien el marfil, el gris perla y el azul muy claro (adecuados para una señora que quiera apartarse con sobriedad de la tradición). En estos colores también se comercializan actualmente hojas y sobres de papel ecológico. El interior del sobre, coordinado con la hoja, estará forrado de blanco, marfil, gris o azul. Asegúrese de que las dimensiones de sus sobres resulten conformes a las normas adoptadas para la mecanización del servicio de correos.

Si se desea papel de cartas con encabezamiento, téngase en cuenta que las iniciales sólo están permitidas para las jóvenes: monogramas sencillos de carácter pequeño o mediano, sin rúbricas ni rasgos pretenciosos, situadas en el ángulo superior izquierdo de la hoja, en relieve si se desea. La corona o el escudo heráldico apenas deben destacar y lo mejor es que estén impresos en relieve y sin color. En el papel de cartas privado el encabezamiento con nombre y apellidos se imprime en la parte superior izquierda de la hoja.

Mantenerse fieles, en la medida de lo posible, al tipo de papel y al color escogido será otra caracterización de la personalidad de quien escribe y ayudará a los destinatarios a reconocerle.

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