
Calendario lunar del agricultor – Farmer’s lunar calendar
El siguiente texto es un extracto del libro Calendario lunar del agricultor(ISBN: 9781646991310) Conocerlo, entenderlo, interpretarlo y ayudarlo, escrito por Paolo Cadorin, publicado por de Vecchi /DVE ediciones.
Calendario natural

Nuestros antepasados vivían más en contacto con la naturaleza que nosotros, y no padecían el estrés y el agotamiento que provoca la vida moderna. No obstante, estaban obligados a programar sus actividades con una cierta antelación que les permitiera afrontar los cambios climatológicos de los que a veces dependía su supervivencia.
Actualmente no tenemos este tipo de preocupaciones. Sin embargo, si retrocedemos unos años, nos daremos cuenta de lo complejo que resulta vivir al ritmo de la naturaleza. Las necesidades del hombre estaban marcadas por una unidad de tiempo natural determinada por las estaciones y los fenómenos meteorológicos. Era necesario tener un calendario para preparar la tierra, sembrar, recoger la cosecha, cazar y pescar. En efecto, había que planificar la economía de modo que se derrochara la menor cantidad de recursos posible y se obtuvieran, a la vez, los mejores resultados.
La observación directa de los fenómenos naturales estuvo ligada al estudio de la luna, que era lo más sencillo y útil. La vida del campesino y del jardinero, al igual que la del sacerdote, seguía la sucesión de sus fases.
Esta fue la primera forma de contar el tiempo, después de la alternancia del día y la noche producida por la rotación del planeta. Por esto, en la mayor parte de los calendarios antiguos, el tiempo se basaba en las lunaciones. Julio César, con la contribución de Sosígenes, introdujo el calendario solar.
Las fases de la luna fueron estudiadas antes que su movimiento. Estas proporcionaron un ritmo cíclico y sirvieron para regular no sólo la agricultura, sino también la vida civil y religiosa. La primera aparición de la luna nueva era seguida con atención, un sacerdote la verificaba y el sonido de las trompas servía para proclamarla.
Las lunas nuevas que coincidían con el cambio de estaciones eran las más solemnes, y fueron las que dieron origen a los «cuatro tiempos» de la Iglesia.
Meteorología astral

Actualmente, el hecho de hablar de meteorología astral puede parecer anacrónico a los no iniciados. Pero se equivocan: por un lado, porque, pese a los progresos que ha realizado el hombre a lo largo de la historia, el tema de la meteorología siempre está de actualidad; por otro, porque aquel que ama la naturaleza siempre ha sido capaz de prever el tiempo, observándola atentamente, y ha transmitido su saber a sus descendientes. No debemos olvidar que, si la previsión meteorológica es importante para la sociedad en general, todavía lo es más para el mundo agrícola.
En la Antigüedad, las previsiones meteorológicas se basaban en la observación de las estrellas. Desde épocas muy remotas, los datos astronómicos y, principalmente, el recorrido del sol en el Zodiaco, las fases dela luna y la salida y la puesta de las estrellas fijas marcaban el ritmo de la actividad de los campesinos y los marineros. Así, se elaboraron diferentes parapegmas (calendarios que contenían informaciones de carácter astronómico y meteorológico).
Las interpretaciones y las previsiones ligadas a la vida de la comunidad—por tanto, colectivas— ilustran la ley matemática de la periodicidad de los ciclos y de los ritmos estacionales según el concepto de la simbiosis vida-naturaleza-ley.
A este respecto, puede citarse la obra de Hesíodo Los trabajos y los días (s. VIII-VII a. de C.), que ilustra los usos agronómicos y meteorológicos de su época, y la de Eudoxio de Cnide (s. IV a. de C.), versificado posteriormente por Aratus a petición de Antígono I Gonatas, luego comentado por Cicerón, Varrón, Ovidio, Geminus y otros, y utilizado por Virgilio, Horacio, Tibullo y Plinio el Viejo.
Virgilio nos dice lo siguiente: «El trabajador tiene el deber de observar con atención la constelación de Acturus, la aparición de Capricornio y del Dragón resplandeciente, ya que el marinero que regresa a su patria viajando por mares agitados tiene que pasar por el Helesponto y por los arrecifes de Abidos».
Y he aquí otro fragmento: «Si preparas la tierra para el trigo y quieres tener una cosecha rica por tu trabajo, antes de echar las semillas en los surcos, espera que las Pléyades se acuesten cuando se alce la Aurora y que la brillante Corona de la hija de Minos haya desaparecido en elcielo». Esto significa que en aquella época había calendarios meteorológicos y astronómicos parecidos a los que se elaboraron entre los siglos XVI y XVIII, en forma de calendario lunar, en los que figuraban el ciclo de las estaciones y las previsiones relativas al tiempo y a la vegetación.
Cito a Virgilio porque, aparte de ser una personalidad célebre del mundo antiguo, el congreso de la Sociedad Francesa para el Progreso de las Ciencias que se celebró en Francia en 1892 honró su espíritu científico, del que hizo gala en el campo de la meteorología. En esta reunión se leyó un tratado muy aplaudido en el que se demostraba que la tempestad descrita en el primer canto de La Eneida se desarrolla, según el poeta, conforme a las direcciones de los vientos previstas por las leyes de los ciclones durante el paso de dichas perturbaciones.

En 1894, el secretario general, el Sr. Passy, concluyó: «¿Por qué no dedicar mis pensamientos a la aplicación del cultivo de leguminosas que enseñaron Berhelot y Schoesing, cuando veo que nuestro Virgilio aconseja intercalar una cosecha de guisantes, de altramuces o de arvejas entre dos cosechas de trigo? ¿Por qué no estar de acuerdo con Dehérain cuando afirma que, según Virgilio, hay que deshacer los terrones y atormentar la tierra sin cesar para hacerla fértil, o con Vilmorin, cuando comparte los argumentos de Virgilio acerca de la selección de las semillas? Virgilio expresó su propio pesar y el de todo el mundo antiguo reconociendo que ignoraba el porqué y el cómo de los asuntos del universo. Tuvo una visión poética de la ciencia moderna cuando proclamó en un verso célebre, que resume nuestras esperanzas y nuestra fe en la ciencia: “¡Afortunado aquel que ha podido penetrar en los secretos de la naturaleza! ¡Afortunado aquel que ha podido penetrar en la razón de las cosas!”».
¿Puede afirmarse que Virgilio presintió las leyes de las tempestades y de la vida? ¿Acaso los eruditos franceses no le habrán atribuido más virtudes de las que realmente merecía? Lo que queda fuera de toda duda es que los antiguos tenían un sentido de la observación que les permitió percibir la naturaleza de un modo empírico y juicioso. Homero nos proporciona otro ejemplo en La Odisea al describir la tempestad de la que Ulises es el único en salir indemne. Allí dice, por boca de este: «El torbellino que venía del oeste de pronto se detuvo y, entonces, el Auster, mucho más violento, empezó a soplar con rabia desde mediodía, y me impulsó hacia el fatal remolino de Charibde». Esta descripción correcta de la sucesión de las fases ciclónicas nos lleva a la conclusión de que los antiguos conocían la meteorología. «A aquel que observa bien la lluvia nunca le sorprenderá», escribe Virgilio. Y también pide a las musas que le enseñen lo que no puede ser explicado con la simple observación: las leyes del movimiento de los astros, de los eclipses y de las fases de la luna, las causas de los temblores de la Tierra, etc.
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