Familia y relaciones

Hasta cuándo durará esa rabieta? – How long will that tantrum last?

El siguiente texto es un extracto del libro Hasta cuándo durará esa rabieta?(ISBN: 9781646993789) Conocerlo, entenderlo, interpretarlo y ayudarlo, escrito por Christine Brunet y Nadia Benlakhel, publicado por de Vecchi /DVE ediciones.

Mala reputación

Las rabietas, normalmente ruidosas, desconcertantes y exasperantes, están lejos de ser moco de pavo para los padres. Su mala reputación viene de lejos. Hay que ir con cuidado, porque en ocasiones avanzan enmascaradas…

Un comportamiento explosivo

Parecía que el día había empezado bien. Esta mañana, cuando le ha dejado en la escuela, estaba de buen humor. Le ha hecho muchos mimos y usted se ha sentido orgullosa de aquel hombrecito que le sonreía.

Pero por la noche, al ir a sentarse en la mesa para cenar, se ha puesto a gritar y a dar patadas porque usted no le ha dado un caramelo, y no soporta que no le den lo que pide. Los padres prescindirían con mucho gusto de estas escenas penosas y ruidosas que tienen el increíble poder de llevarlos al borde de un ataque de nervios. «Insoportable», «mal educado», «mimado», «malcriado»…, los niños caprichosos no gozan de buena reputación.

Siempre es como si quisieran imponer su voluntad, de forma repentina e imprevisible, como si momentáneamente hubieran perdido el sentido de la medida y de la razón. Los caprichos, desconcertantes, suelen producirse por sorpresa, sin avisar. A veces impresionantes por su violencia, hacen perder la calma a los padres, y con razón. Además de gritos y lloros, las rabietas pueden ir acompañadas de golpes, quejas e insultos. Como presos de un furor ciego, algunos niños llegan a pegar, morder, arañar a sus padres, tirar objetos, romper el camión de su hermano o, directamente, pisar a su hermana pequeña.

Sin embargo, el niño que quiere un capricho no siempre se expresa de forma tan espectacular. Algunos no hacen ruido: se limitan a enfurruñar. Saben muy bien cómo expresar su despecho y su mal humor a sus padres. Estos enfurruñamientos pueden poner tan a prueba su sangre fría como una rabieta. Con menor frecuencia, algunos niños pueden tener una reacción muy espectacular, conocida como «espasmo del sollozo». Bajo el efecto de la cólera, el niño pierde la respiración, se pone morado o muy pálido y puede llegar a perder el conocimiento durante un instante. Deja de respirar y no controla lo que le pasa. En la inmensa mayoría de los casos, el episodio termina por sí solo cuando el niño recupera la tranquilidad y su seguridad interna.

Adiestrar para educar

A nadie le sorprende que las rabietas se hayan considerado desde siempre como una mala hierba que se debe evitar que germine cueste lo que cueste. Sinónimo de desobediencia y de falta de respeto, ponían en peligro la propia autoridad paterna. En el siglo XIX, y hasta la década de 1960, educar a un niño consistía en echar sermones y en «adiestrar». La represión se practicaba con la mejor de las intenciones, por el bien del niño. En aquella época existía la convicción de que el niño tenía que ser educado para convertirse en un individuo fuerte que no mostrara sus emociones. Los castigos destinados a reprimir las rabietas solían ser humillantes y consistían a menudo en castigos corporales, a saber, zurras o latigazos. Se predica bala mentira para obtener la verdad y se intentaba hacer caer al niño en la trampa: «Estás mintiendo, losé porque se te está alargando la nariz».

Esta educación, en la que el autoritarismo era la ley, desarrollaba en el niño un temor hacia el padreen detrimento del valor de las caricias y de los mimos, reconocidos actualmente como beneficiosos. Ser un poco cariñoso podía ser considerado, incluso, como una debilidad de los padres… El adulto tenía todo el poder y toda la razón. El niño tenía deberes y ningún derecho. Ni hablar de tomar la palabra en la mesa, de tener deseos y aún menos de imponerlos. Ciertamente, con tales métodos, las rabietas generalmente se erradicaban, incluso en el niño más rebelde. Pero, ¿a qué precio? El niño, sometido a la voluntad de sus padres y en ocasiones humillado, reprimía sus impulsos y sus emociones.

Avances mal interpretados

Afortunadamente, el estatus del niño ha cambiado: ha adquirido el derecho de expresar sus emociones y sus deseos. Esta evolución se ha producido gracias a un mejor conocimiento de la psicología infantil y al estudio de las relaciones precoces madre/hijo, inspirado en las investigaciones sobre las relaciones de apego en los animales. Actualmente, se descubren constantemente nuevas competencias en el recién nacido que no dejan de maravillarnos. ¡El bebé sabe hacer tantas cosas!

Entre otras, es capaz de distinguirlos sonidos, de reconocer la voz y el olor de su madre. Ahora, nadie pone en duda que el niño es una persona con derechos e incluso con una sexualidad. Ya no tiene que obedecer al pie de la letra ni aprenderlo todo de sus padres. Es actor en la relación única que le une a ellos. Es él mismo, incluso, el que crea a sus padres, suscitando nuevos intercambios y respondiendo a ellos. Desde su nacimiento, es un individuo potencialmente rico, apto para adaptarse, guiado por los gestos, las palabras y la mirada cargada de ternura de sus padres.

Sin embargo, a medida que se han ido divulgando entre el público en general, estos nuevos conocimientos han sido mal interpretados. Después de la revolución del 68, como respuesta a un gran autoritarismo, se pasó de un extremo a otro: estaba prohibido prohibir. Se confundió el hecho de satisfacer las necesidades del niño, algo imprescindible, con satisfacer sus deseos. Bajo el pretexto de no traumatizarle, se le debía permitir todo. El niño podía ir a la suya porque tenía derechos, todos los derechos del mundo. El niño-rey no tenía más que reinar.

Del mismo modo, actualmente, por haber valorado demasiado su singularidad, quizás hemos perdido de vista lo esencial del mensaje transmitido por los profesionales de la infancia. Evidentemente, el niño es una persona, pero una persona pequeña que no está en igualdad de condiciones con los adultos, y que menos aún puede ser un pequeño cabeza de familia. Tiene derechos, naturalmente, pero también deberes, como el de aceptar y de hacer suyas las normas dictadas por sus padres o por la sociedad y de respetar las prohibiciones que se le imponen.

¿Rabietas auténticas o falsas?

Todavía hoy, los prejuicios sobre las rabietas abundan. Se está pendiente de sus primeros indicios y se evocan como una mala costumbre que de ningún modo se debe aceptar. «Cuidado con mimarle demasiado», «no le cojas demasiado en brazos o se volverá caprichoso», se advierte a la joven mamá de vuelta a casa recién salida del hospital. El niño acaba de nacer, y todo su entorno ya se preocupa de que sus deseos no reinen en el hogar. ¿Llora? ¿Está nervioso e impaciente? Seguro que es porque tiene un capricho…Sin embargo, antes del año, es una afirmación totalmente infundada. Evidentemente, no siempre es fácil descifrar los mensajes emitidos por un bebé, y los padres pueden pensar que está haciendo sus primeras escenas. En los primeros meses de vida, el bebé forma cuerpo con su madre. Necesita que le calme, que le tranquilice, que le haga sentir seguro, que le lleve y le acune. El tacto, el contacto «piel contra piel» son esenciales para su equilibrio.

Más adelante, entre los 8 y los 12 meses, los padres vuelven a tener dudas: su hijo, hasta entonces sonriente y sociable, gime, estalla en sollozos cuando su madre está a punto de irse. No quiere estar en brazos de nadie más, se refugia en los de su madre o gira la cara a las personas desconocidas. ¿Será que ha entrado en la espiral infernal de los caprichos? De nuevo, las apariencias engañan. Muchos niños viven este periodo que los especialistas llaman «angustia del octavo mes» o angustia dela separación. El bebé se da cuenta de que su madre se marcha, pero no está seguro de que vuelva. Grita cuando se aleja porque teme perderla. Poco apoco, comprenderá que las personas y los objetos que no tiene a la vista no desaparecen para siempre. Mientras que el niño no supere esta angustia, no se puede hablar de capricho. No obstante, esto no significa que no se tengan que establecer límites y prohibiciones a partir de los primeros meses de vida para darle seguridad.

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