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Los caballos ibéricos – The Iberian horses

El siguiente texto es un extracto del libro Los caballos ibéricos(ISBN: 9781644617137) Conocerlo, entenderlo, interpretarlo y ayudarlo, escrito por Vincenzo De Maria, publicado por de Vecchi /DVE ediciones.

Historia, orígenes y diffusion del caballo ibérico

Es imposible establecer desde cuándo existe el caballo en la Península Ibérica. Los testimonios más antiguos se remontan al Paleolítico, y aparecen en pinturas y grabados rupestres que nos hablan de la importancia que tenía este animal en la dieta alimenticia de los hombres de la época.

Se supone que en aquel tiempo el caballo estaba extendido por toda Europa, hasta que, unos diez mil años antes de nuestra era, un aumento de la temperatura media en el continente provocó una importante mutación ambiental que hizo desaparecerlos grandes prados que lo caracterizaban; estos fueron sustituidos por una vegetación de tallo alto.

Los herbívoros, especialmente los de gran tamaño, se vieron obligados a emigraren busca de nuevos pastos y se trasladaron hacia el norte. Se cree que, a consecuencia de estos fenómenos, el caballo dejó de existir en Europa occidental y, en cambio, sobrevivió en dos zonas distintas: en las grandes estepas de Rusia meridional con el tarpán y en las estepas de Mongolia con el przewalski. Los expertos parecen estar de acuerdo en hacer descender todas las razas de caballos existentes hoy en día de estos dos tipos: el primero, el tarpán, caracterizado por un perfil rectilíneo, y el segundo, el przewalski, por un perfil convexo o su convexo. Cuando el caballo reapareció en Europa dio origen al céltico, descendiente directo del tarpán, mientras que en África se extendió un derivado del przewalski.

Los indicios de esta renovada presencia del caballo en la Península Ibérica son antiquísimos, al igual que los de su adiestramiento, que, según parece, fue muy anterior al del resto de los países europeos. Se han encontrado armas construidas con hojas de sílice montadas sobre largas astas de madera, que por sus características hacen pensar en unas rudimentarias alabardas. Utilizada por todos los ejércitos, desde la Edad del Bronce hasta la invención de las armas de fuego, la alabarda constituía el arma más importante de la que disponía la infantería para defender sede la caballería. Estaba dotada de un pico, que permitía atacar con la punta de una hoja lateral, con la que el soldado de infantería intentaba desjarretar (cortar los tendones de las extremidades posteriores)al caballo de su enemigo, y, en sentido contrapuesto a esta, de un garfio con el que podía enganchar al jinete y derribarlo.

Todo esto induce a pensar que ya en tiempos remotos, alrededor del año2000 a. de C., el caballo no sólo existía en la Península, sino que además era criado y utilizado para combatir. Por otra parte, España se hizo pronto famosa como tierra de caballos; las colonias fenicias, griegas, cartaginesas y romanas que se fundaron aquí extendieron esta fama. Acerca de ello escribieron los clásicos Homero y Jenofonte, y después Varrón, Columela, Virgilio, Plinio y muchos otros. No sólo hablaron de los caballos, sino también dela cultura ecuestre, tan original y eficaz, ligada a estos animales, a su adiestramiento y a sus características. Numerosos y aguerridos ejércitos reforzaron su caballería con estos ejemplares (los cartagineses y los romanos en primer lugar).

Un entorno natural adecuado tuvo sin duda una gran importancia. En la Penínsulas e criaban dos tipos de caballo: en el noroeste, uno de estatura reducida, con cabeza pequeña, dotado de abundantes crines y, muy a menudo, con estampa de mulo, con una constitución fuerte y robusta que lo hacía más adecuado para el trabajo que para la silla; en el sureste del país, en cambio, en la zona de grandes llanuras ricas en pastos y cereales, se crió un caballo de buena alzada, fuerte y proporcionado, muy parecido a los ejemplares del norte de África pero mejor desarrollado y seleccionado, debido a un entorno más propicio, pero también a una cultura ecuestre cuidadosa y elaborada, y, por lo tanto, rigurosa con la selección.

Desde la Antigüedad, los romanos definían los caballos ibéricos como frenados, es decir, adiestrados para ser montados y controlados con una embocadura, mientras que los africanos eran calificados de desfrenados, o sea, montados habitualmente sin embocadura. Esto señala muy bien dos formas distintas de controlar y montar estos animales; en definitiva, del modo de utilizarlos.

Después vino el tiempo de las invasiones de los pueblos bárbaros: suevos, alanos, vándalos y, por fin, visigodos, que ocuparon la Península durante mucho tiempo. La influencia de los caballos que llegaron con estos pueblos no se dejó sentir debido a la gran calidad de los autóctonos. Las leyes romanas de defensa de la cría caballar se mantuvieron siempre en vigor y los animales fueron considerados una de las mayores riquezas del país.

El hecho de intentar establecer la influencia de los caballos introducidos en la Península por la invasión árabe es muy difícil. La mayoría de los conquistadores eran bereberes islamizados, dirigidos por una minoría de árabes. Puede suponerse, razonablemente, que la mayor parte de los caballos que atravesaron el estrecho de Gibraltar eran originarios del norte de África, de raza bereber y, por lo tanto, muy parecidos a los caballos ibéricos de los cuales podían considerarse hermanos. De todas formas la cantidad no era relevante y aún más modesto era el número de caballos árabes. Ciertamente, los nuevos amos del país apreciaron mucho su patrimonio equino y se quedaron tan impresionados que, en diversas ocasiones, sus dignatarios enviaron a Bagdad y a Constantinopla regalos que incluían caballos españoles. En su conquista no destructiva, los árabes, además, supieron hacer propia la cultura ecuestre y las técnicas de cría, de forma que, cuando se inició la Reconquista, los reyes cristianos tuvieron que combatir contra un enemigo dueño de una buena táctica ecuestre y que disponía de unos caballos excelentes.

Terminada la Reconquista, empezó la expansión del caballo ibérico en todo el continente por el gran interés y la reputación que iba logrando en todas las cortes. Fue objeto de los regalos que los monarcas se intercambiaban y supuso la materia prima para la creación de escuelas de equitación que más adelante se hicieron famosas. A Inglaterra llegaron importados por Enrique VIII y Carlos I. En Italia se convirtieron casi en una moda, y todas las cortes intentaron mejorar y enriquecer sus cuadras con su presencia; así ocurrió en Milán, Venecia, Mantua y Pisa. La más famosa escuela de equitación de Europa en aquella época fue la de Maddalena, en Nápoles, donde se escribieron los primeros tratados de equitación y donde prácticamente nació la alta escuela.

El caballo andaluz se utilizó mucho para mejorar razas locales y así se hizo en Flandes, Dinamarca y Austria, donde contribuyó de forma decisiva a la creación de nuevas razas, como el lipizano y el kladrub. En Suecia se importaron diversos ejemplares a principios del siglo XVII. En Alemania muchas razas fueron mejoradas, como la maclemburg, la oldemburg y la holstein. En Rusia su contribución fue decisiva en la creación de la raza orloff.

Pero tan pronto como los reyes españoles se dieron cuenta de que una libre exportación de sus caballos empobrecería y comprometería su cría, decretaron leyes que no sólo incrementaban y protegían la cría, sino que prohibían la salida de caballos del país, debido también a su gran valor como arma bélica. En el año 1347,Alfonso XI puso la cría caballar bajo el control directo de la Casa Real en todo el territorio de la corona castellana. Juan I de Castilla endureció las ya severas leyes contra el robo de caballos, mientras Enrique II de Castilla, en 1462, prohibió el cruce delos valiosos caballos andaluces con los equinos del norte del país, así como su utilización para obtener mulos. También se prohibió la exportación de caballos bajo la amenaza de penas muy severas.

Carlos V confirmó, en 1525, una larga serie de privilegios de los que gozaban los miembros de la Cofradía de la Mesa, una asociación de criadores trashumantes. En 1534 se promulgaron leyes que prohibían hacer del caballo objeto de donaciones y de disposiciones testamentarias que contemplaran su salida del reino; a los transgresores se les amenazó con penas que iban desde la confiscación de bienes al patíbulo.

Bajo el reinado de Felipe II se tomaron medidas activas para incrementar la cría; todas las circunscripciones del país estaban obligadas a reunir a las personas más competentes, que debían discutir y proponer a las autoridades estatales las normas más adecuadas para incrementar la cría caballar. Si los sementales resultaban insuficientes, se disponía la compra de un ejemplar por cada veinticinco yeguas, con la obligación de vigilar su mejor uso. También se concedían facilidades a los criadores, como librarse de ser procesado por deudas aquel que pudiera demostrar la posesión, desde al menos tres años, de doce o más yeguas. Asimismo, se prohibió su exportación, se creó la primera Yeguada Real de Córdoba la Vieja y, en 1579, se instituyeron los primeros registros para la inscripción de caballos.

Se nombró como responsable de la Yeguada Real al noble napolitano Juan Jerónimo Tiutti, quien introdujo en la cría de sementales, además de equinos napolitanos, a caballos normandos, holandeses y daneses, lo que puso en peligro la pureza de la raza. Por suerte, a esta tendencia se opusieron los pequeños criadores, que continuaron utilizando sementales de pura raza española.

En 1695 Carlos II creó un Registro General en el que se inscribían todos los caballos, yeguas, potros y potrancas, e hizo obligatorio su marcado a fuego y la posesión de una marca para todos los criadores que constaba en un libro-registro.

Bajo el reinado de Felipe V, la política a favor de los criadores de caballos siguió con la exención del servicio militar de uno de los hijos del criador que poseyera cierto número de yeguas. La dirección dela cría caballar se confió al obispo de Málaga y a su disposición se pusieron todos los medios necesarios. En 1775 se publicaron todas las actas y decretos que tenían como objeto la cría caballar. En el año 1789 se prohibió la posesión de un semental asnal a los agricultores que no tuvieran también al menos un caballo porcada dos asnos.

En 1786 la Junta Real de Caballería se separó del Consejo del Reino y se le encomendó la dirección de la Escuela Veterinaria.

En 1812 se confirmó la prohibición de criar mulos en Andalucía, Extremadura y Murcia.

Con Fernando VII se estableció una nueva yeguada en Úbeda (Jaén) y, en 1829,el infante don Carlos fundó otras dos, en Cazorla (Jaén) y en Sevilla; después de la guerra carlista se instituyeron los depósitos de sementales.

En 1847 se creó la Dirección General de Agricultura, de Industria y de Comercio, con una junta consultiva para el desarrollo de la cría caballar, y en 1864 la dirección de esta cría pasó al Ministerio de Guerra hasta 1904, cuando se creó la Dirección General para la Cría Caballar y la Remonta. Los diferentes centros militares de cría caballar y la Escuela Militar Ecuestre dependen también, en la actualidad, del Ministerio de Defensa.

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