Los mayas – El contexto histórico
El siguiente texto es un extracto del libro Los mayas(ISBN: 9781644610503) Conocerlo, entenderlo, interpretarlo y ayudarlo, escrito por Bernard Baudouin , publicado por de Vecchi /DVE ediciones.
La civilización maya
Definición
Partir. Abandonarse al tiempo y al espacio. Dejarse llevar por este lento fluir, ineluctable, que nos lleva al pasado, tan lejos que ni siquiera sabemos dónde estamos. Incluso olvidamos quiénes somos. Mirar, ver y notar solamente las intensas, las íntimas vibraciones de la historia de cada día. Allí es donde nos lleva nuestro viaje de hoy.
Muy lejos y, a la vez, muy cerca, teniendo como guía al hombre, el enlace, el nexo de unión con todas las experiencias, todas las tentativas, pequeñas o grandes, que desde el inicio de los tiempos han visto la luz para intentar afirmar la fuerza vital, el deseo de vivir, las razones de existir.
El hombre en el tiempo. Puesto a prueba por el tiempo. Con las urgencias inherentes a su fragilidad. Que corre todavía más rápido, que lucha todavía con más ardor, porque sabe que dispone de poco tiempo para hacerlo.
El hombre de aquí y de allá, diferente y a la vez el mismo, en su búsqueda insaciable de esta «otra cosa» impalpable que siente profundamente arraigada en sí mismo.
El viaje por el tiempo se convierte en una liberación para esta sed insaciable de saber, de entender, de aprender y, en definitiva, de comprender lo que significa vivir. A través de los otros, de aquí o de allá, uno se encuentra a sí mismo, se descubre a través de una civilización desaparecida o de un reinado lejano.
Pero siempre, pase lo que pase, nos lleve donde nos lleve nuestro viaje libre de normas por la historia de la humanidad, todo sigue girando en torno a la humanidad profunda, a las lecciones vividas aquí y allá por hombres lejanos que contribuyeron en su tiempo, en su espacio, a la construcción de lo que hoy son los límites, las referencias, las normas de nuestro presente.
Nada se perpetúa solo, aislado, sin ninguna referencia previa con lo que existía antes. Nada se explica, se justifica ni se comprende sin contemplar lo que hay a su alrededor. Al fin y al cabo, el viaje que emprendemos en estos momentos, al margen de la simple curiosidad por las prácticas y las costumbres antiguas, no es más que la expresión de una necesidad profunda y visceral de saber, de percibir, de sentir lo que puede ser una trayectoria humana.
Dicho de otro modo, responde a la necesidad de definir nuestra propia trayectoria.
El contexto histórico
Hay viajes que aparentemente no llevan a ninguna parte y, sin embargo, nos hacen penetraren universos más que naturales, con decorados y ambientes tan elocuentes como lejanos son los destinos.
Abrir de nuevo los ojos al final de una rápida “transferencia» por el tiempo y por el espacio es uno de estos viajes. En unos instantes, sin tan siquiera llegar a percibirlo, hemos pasado de la forma más sutil de nuestro presente cotidiano hacia otro mundo, que de pronto se presenta ante nuestra mirada cuando abrimos nuevamente los ojos. Quizá no es más que un sueño, pero ya tenemos algunos signos que nos hacen presentir que esto no es así.
Bienvenido a este océano de vegetación, de bosques interminables empapados del agua de las lluvias tropicales, a la selva espesa y ruidosa, de terrenos cenagosos, que se extiende hasta perderse de vista por algunas de las tierras de lo que mucho más tarde sería Guatemala, México y Honduras, en el corazón de América central.
Hace 40.000 años aproximadamente, hombres llegados del norte, procedentes de Siberia, penetraron en este vasto continente por un istmo que más tarde daría lugar al estrecho de Bering. Estos conquistadores de raza mongol, exploradores infatigables, atravesaron, mucho antes que todos los conquistadores conocidos, este continente inmenso prácticamente de un extremo al otro, casi desde el Polo Norte hasta la glacial Tierra de Fuego, diseminando embriones de poblaciones que formarían grupos, ciudades y, más tarde, sociedades.
A lo largo de los siglos y de los milenios, al capricho de esta larga maduración, nacieron unos pueblos que a su vez trazaron las grandes líneas de nuevas civilizaciones. La caza, la pesca y la recolección alimentaban la vida primitiva que poco a poco fue surgiendo en aquellas tierras vastas y de recursos ilimitados. Lentamente, los grupos formaron un tejido, las costumbres fueron tomando forma.
Cuando hacia el octavo milenio a. de C. se retiraron los hielos, desapareció el puente natural por donde habían pasado los emigrantes, y estos quedaron separados de sus orígenes, entregados a su propia suerte en un continente que ya era el suyo.
De este desarrollo en condiciones de aislamiento, sin ningún vínculo con el viejo mundo que había visto nacer a los primeros hombres, y sin contactos ni referencias políticas o culturales que influyeran sobre ellas, emergieron algunas de las civilizaciones más ricas y prestigiosas que jamás ha engendrado la inteligencia humana.
Pero, de momento, los hombres de aquel tiempo no han alcanzado todavía este nivel de evolución. Tienen que enfrentarse a otros imperativos más inmediatos. En efecto, en el séptimo milenio a. de C.se produjeron importantes cambios climáticos, que tuvieron una incidencia considerable en el medioambiente, hasta el extremo de provocar la desaparición de numerosas especies animales. Dado que la caza era hasta entonces una de las actividades principales de las primeras sociedades que ocuparon aquellas tierras, la población se vio obligada a diversificarlos medios de subsistencia.
La primera consecuencia de esta situación es una acentuación del sedentarismo. En menos de dos mil años a la cacería se añadió la recolección, y luego el cultivo de alimentos nuevos como el maíz, las judías y algunas cucurbitáceas.
Así, a lo largo del tercer y el segundo milenio a. de C., se multiplicaron los poblados semipermanentes, se desarrollaron las herramientas, apareció la cerámica. Otro signo de aquel tiempo es que se empezó a sentir la necesidad de honrar a los muertos, cuyos restos se enterraban, lo cual representaba un argumento más en favor de instalarse en un lugar concreto. La aparición de un «culto a los muertos» y la creencia en un «más allá» denotan un deseo de eternidad y ponen los primeros cimientos delo que más tarde será una religión. Todavía es demasiado pronto para referirse a un fenómeno que pueda emparentarse con una civilización original, pero se puede afirmar que las primeras “sociedades» realmente constituidas están tomando cuerpo.
La cultura olmeca
Hay que esperar a la segunda mitad de segundo milenio para ver cómo una cultura muy concreta se separa gradualmente de estas primeras corrientes civilizadoras: la cultura de los olmecas1.Esta vez no se trata del simple predominio de una etnia sobre sus vecinos. La presencia olmeca se caracteriza por la afirmación de una verdadera identidad cultural, que a lo largo de más de un milenio brilló en toda América central e influyó profundamente en las civilizaciones posteriores.
Como si presintieran el papel innovador que ejercerían en aquella región, los olmecas imponen una forma de pensar y unas referencias, definen unas nuevas relaciones de fuerza y de influencia. No sólo crean un estilo artístico, cuyas huellas se encuentran en otras civilizaciones, sino que además elaboran una visión espiritual del universo en la que todos los pueblos de la región se reconocerán de una manera u otra. En este último ámbito desempeñan un papel fundamental e influyen en millones de individuos.
A orillas de los ríos que atraviesan las selvas de la costa del golfo, se construyen centros de culto como San Lorenzo, con su plataforma de arcilla de 45 metros, o la isla pantanosa de La Venta, en la que se levanta una pirámide de 30 metros.
Con el transcurso de varios siglos, el pensamiento olmeca llega al norte, a las tierras que más tarde se convertirían en México, y también se extiende hacia el sur, hasta El Salvador, a más de 1.200 kilómetros de sus orígenes. Se trata, pues, de un área de influencia considerable, que no se limita a aportar una dinámica nueva y desaparecer, sino que perdura durante siglos, impregnando profundamente las costumbres y las mentalidades.
Una vez cumplida su obra, la civilización olmeca desaparece tan rápidamente como había crecido, sin dejar otros vestigios que no fueran su estatuaria: imágenes esculpidas en monumentos de piedra; enormes cabezas talladas en la roca que podían llegara medir cuatro metros de altura y pesar hasta 65toneladas.Durante su apogeo, la civilización olmeca posee más de 40 poblaciones urbanas, pero, por razones desconocidas, pronto llegó la hora del declive. El centro ceremonial de San Lorenzo es destruido en el año 900 a. de C. A partir del siglo VII a. de C., los olmecas desertan de sus ciudades y desaparecen. Intentan enterrar sus cabezas de piedra, las vuelcan, las mutilan, como tratando de llevar a cabo un ritual destinado a neutralizar el poder que habían tenido antes, como queriendo afirmar que ya no las necesitaban. Hacia el año 300 a. de C., los habitantes de La Venta destruyen el enclave y huyen. A partir de entonces, la civilización olmeca pertenece al pasado.
Sin embargo, por encima de las contingencias materiales, inherentes a toda sociedad humana, el legado olmeca va más allá de ser un mero episodio temporal. Su dimensión cultural y espiritual lo sitúa de facto en el rango de fuente mayor, de la que bebieron civilizaciones posteriores en aquella parte de mundo. He aquí algunos de sus elementos más característicos: la creación de una escritura jeroglífica con más de 180 símbolos, de un sistema de cálculo y de un calendario; los sacrificios humanos, los ritos de sangre, las peregrinaciones, los centros ceremoniales con sus pirámides y sus explanadas de orientación celeste que denotan un dominio y un genio arquitectónico sin precedentes; las primeras nociones de astronomía; la división del mundo en «cuatro direcciones»; la instauración de la religión del jaguar (animal totémico que simboliza la fuerza y el poder), que evoluciona desde un animismo primario hacia la creencia en seres sobrenaturales mitad hombres y mitad animales; y una producción artística sorprendentemente floreciente y original de efigies de jade y todo tipo de piedras semipreciosas. La riqueza indiscutible del pensamiento olmeca, que en muchos ámbitos fue totalmente visionario, da lugar igualmente un sistema teocrático, cuyos grandes principios sirvieron de cimiento para las civilizaciones que surgieron y se desarrollaron en América central después de la olmeca. La autoridad mayor de un centro religioso, actuando como un mecanismo de control social, y también la tendencia de las poblaciones locales a la disciplina religiosa, a venerar y honrar los altos lugares teñidos de una aura mística, son otras particularidades que, en culturas posteriores, recordarán la aportación esencial de la civilización olmeca.
De hecho, a su manera, y probablemente sin haber tenido conciencia de ello, los olmecas llevaron a cabo en un milenio una auténtica revolución en las mentalidades. En términos de organización social, lo que hasta entonces era simplemente una estructura tribal más o menos perfeccionada y estable—todos los individuos eran en cierto modo iguales—se transforma en una jerarquía en la que aparecen jefes y poco después los primeros signos de un funcionamiento de Estado. Aparecen la organización y la planificación, se forma una elite que ostenta el poder y dirige con firmeza al pueblo, que a su vez se convierte en mano de obra.
Por otra parte, el dinamismo olmeca introduce prácticas que dan a las ciudades unos medios de supervivencia más fiables: los recursos alimentarios se diversifican y su producción se intensifica; el intercambio de productos entre regiones se desarrolla enormemente; un urbanismo coherente hace más fáciles las condiciones de vida.
En el plano espiritual, los olmecas franquean una etapa esencial al superar el chamanismo primitivo para crear una mitología sólida y compleja —dominada por un ser medio humano, medio felino, el hombre-jaguar— que da origen a la mayor parte de divinidades posteriores: dios de la lluvia, de la tierra, de los elementos naturales, de las estaciones, del maíz, de la vegetación, etc.
Así, cuando desaparece la civilización olmeca, todos los elementos que la componen parecen haberse unido para hacer posible que se cumpla un destino fuera de lo común, del que los mayas serán inspirados constructores.
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