
El gran libro de las especias – The great book of spices
El siguiente texto es un extracto del libro El gran libro de las especias (ISBN: 9781646998579) Conocerlo, entenderlo, interpretarlo y ayudarlo, escrito por Chantal de Rosamel y Volkhard Heinrichs, publicado por de Vecchi /DVE ediciones.
Historia del comercio de las especias

El uso de las especias no es un fenómeno reciente. Está demostrado que las sociedades llamadas arcaicas conocían especias y plantas aromáticas locales que utilizaban en la preparación de sus alimentos, como demuestran estudios recientes sobre la prehistoria, a partir de la era neolítica (8000-5000 a. de C.). Entre las plantas aromáticas identificadas con propiedades medicinales y de conservación, están la alcaravea, la adormidera, el enebro, el lúpulo, la menta y la mostaza.
Las Especias En La Antigüedad
Egipto
Embalsamamiento

Se sabe que la práctica de la momificación mediante embalsamamiento se realizaba en Egipto desde el año 4000 a. de C. y que perduró hasta el año 700 d. de C. Según los mitos, se remonta a la diosa Isis, que hizo embalsamar a su esposo Osiris después de su muerte. Cabe recordar que, según la religión de los egipcios, el cuerpo debía permanecer intacto para poder sobrevivir en el reino de los muertos. El alma Kâ, como fuerza vital, está muy unida al cuerpo y no puede existir sin él, incluso después de la muerte. Esta creencia es la que origina el culto a los muertos, a los que se entierra con sus tesoros, muebles y víveres para que puedan renacer en el más allá. Las magníficas pirámides y tumbas de los faraones y de sus parientes servían de protección suplementaria a los cuerpos momificados.
Debido a que el oficio de embalsamador tenía un carácter muy secreto, sabemos relativamente poco de esta costumbre. El historiador griego Herodoto (siglo V a. de C.) la menciona en el libro II de sus Historias. De las tres grandes etapas del embalsamamiento, la primera (preparación del cuerpo) y la última (introducción en el sarcófago) tienen que ver especialmente con nuestro tema, porque la segunda sirve para desecar químicamente el cuerpo.
Después de haber extraído los órganos internos y de haberlos guardado con cuidado en los canopes, los embalsamadores, bajo la atenta mirada de Anubis, el dios de la muerte y de la momificación con cabeza de chacal, limpiaban el abdomen con vino de palmera alcoholizado y con plantas aromáticas. Después lo llenaban de mirra, resina y otras sustancias aromáticas, como la canela. A continuación, cosían el vientre y colocaban las vendas. En la famosa momia de Ramsés II el Grande (hacia 1301-1253 a. de C.), los investigadores modernos encontraron incluso granos de pimienta que habían sido colocados en su nariz.
En el momento de la colocación en el sarcófago, se añadía menta y tomillo para alejar a los insectos. Entre paréntesis, esto recuerda curiosamente la preparación del cuerpo de Cristo (ver Marcos XVI, 1; Lucas XXIII, 56; Lucas XXIV, 1; Juan XIX, 40: «Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con vendas y plantas aromáticas, como era costumbre enterrar a los judíos»). Todas estas plantas y especias aromáticas naturales debían cubrir el cuerpo según el ritual del embalsamamiento del Libro de los muertos egipcio: «Hacia ti vienen las plantas que salen de la tierra, que regeneran el lino y los vegetales. Vienen a ti en forma de sudario precioso, te preservan en forma de vendas, te hacen crecer en forma de ropa…».
Considerando que ni la canela ni la pimienta son especias originarias de Egipto, sino que provienen de la India y de Ceilán (el actual Sri Lanka), los egipcios debieron tener que procurárselas a través de los comerciantes de la península Arábiga, el centro principal de distribución de todas las especias de procedencia oriental desde la Antigüedad hasta la llegada de los portugueses al océano Índico a finales del siglo XV. La historia de José, hijo de Jacob, en el Génesis, nos da un primer indicio sobre la presencia de los comerciantes árabes:
«Ellos [los hermanos de José] se sentaron para comer. Al alzar la vista, vieron una caravana de ismaelitas que venían de Galaad; sus camellos iban cargados de plantas aromáticas, de bálsamo y de mirra, que transportaban a Egipto…».
Hatshepsut
Esta reina (1520-1484 a. de C.), que gobernó como auténtico faraón durante quince años, es muy conocida también por su expedición al país de Punt, ilustrada suntuosamente en el segundo pórtico, llamado de Punt en su templo funerario en Deir el-Bahari, cerca del Valle de las Reinas en Luxor. Hatshepsut fomentó el comercio con Asia y envió una misión a las minas del Sinaí y una expedición comercial a Punt, región del este de África rica en oro, sobre todo en resinas, incienso, mirra, olíbano, ébano, marfil, plantas aromáticas y medicinales y animales salvajes. Los tesoros de Punt, probablemente la actual Somalia, se incorporaron al del dios Amón en Karnak: sus sacerdotes consumían muchas plantas aromáticas durante las ceremonias. Las resinas, las plantas aromáticas y las especias también se utilizaban en grandes cantidades durante el embalsamamiento.
Esta expansión bajo Hatshepsut es aún más notable si se tiene en cuenta que Egipto vivía normalmente encerrado en sí mismo. Prefería importar las mercancías exóticas mediante intermediarios extranjeros antes que ir a buscarlas ellos mismos a sus países de origen2. Además, los egipcios, que destacaban en el arte de la navegación fluvial, no eran muy buenos marineros. Para hacer que los barcos fueran aptos para la navegación en alta mar, hubieran tenido que elevar la borda de ambos lados, es decir, construir barcos más grandes, aunque el viaje, finalmente, fuera más bien un cabotaje a lo largo de la costa oriental de África. Esta expedición marítima y comercial constituyó un ejemplo aislado, pero prefigura otros descubrimientos por vía marítima.
Los Pueblos Semitas, Comerciantes De Especias Entre Oriente Y Occidente: Israelitas, Ismaelitas, Fenicios Y Árabes
Según la tradición islámica, Abraham se llama Ibrahim3. Según la Biblia, los árabes (ismaelitas) descienden de Ismael, el hijo mayor de Abraham y de la esclava egipcia Agar, y las doce tribus judías de Jacobo Israel, hijo de Isaac y nieto menor de Sara y Abraham. Entre las tribus nómadas descendientes del linaje de Ismael también están los nabateos, poderosos comerciantes de especias, en el norte y en el centro de la península Arábiga. Así pues, parece que el lucrativo comercio de las especias y las plantas aromáticas ya estaba en manos de los comerciantes árabes en la época de Abraham, aproximadamente en el 2000 a. de C. Estos productos, a la vez lujosos y sagrados, debían servir tanto para el culto como para el embalsamamiento y la cocina.
La reina de Saba, el rey Salomón y el Fénix

La reina de Saba, personaje histórico según las inscripciones descubiertas por los arqueólogos en el antiguo territorio del reino de Qatabân, en el suroeste del Yemen, hizo lo contrario que la reina Hat-shepsut: ella misma fue, con una caravana, a rendir homenaje a Salomón (970-931 a. de C.), poderoso rey de la unión de Judea e Israel, muy conocido por su riqueza y sabiduría.
«Llegó a Jerusalén con un numeroso séquito y con camellos cargados de plantas aromáticas, grandes cantidades de oro y piedras preciosas».
De esta cita, es importante destacar que, en la Biblia, las plantas aromáticas y las especias van siempre asociadas al oro, a las perlas o a las piedras preciosas, tradición que llega hasta los Reyes Magos del Nuevo Testamento (Mateo II, 2).
«Ellos [Los Reyes Magos] entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, se prosternaron y le adoraron. Después abrieron sus tesoros y le ofrecieron sus presentes: oro, incienso y mirra».
Por consiguiente, las especias y las plantas aromáticas eran tan caras como el oro, las perlas o las piedras preciosas, debido al coste de transporte desde países exóticos casi desconocidos, así como a su rareza y origen secreto, casi mítico. La llegada de la reina de Saba no fue una expedición aislada, sino que se convirtió en el inicio de una serie de fructíferos intercambios comerciales, ya que el rey Salomón le ofreció a cambio de los donativos que había traído de su país una cantidad que los multiplicaba por cien.
«El rey Salomón dio a la reina de Saba todo lo que ella quiso y pidió, y le hizo presentes dignos de un rey como Salomón. Después ella volvió a su país, con sus sirvientes».
Entre reyes, se hablaba de donativos y de presentes, cuando en realidad se trataba de un trueque de mercancías de lujo. Este comercio bíblico se hizo más provechoso después, porque «el peso del oro que llegaba cada año a Salomón era de 666 talentos de oro, aparte de lo que obtenía de los negociantes y del tráfico mercantil, de todos los reyes de Arabia y de los gobernadores del país».
Aquí descubrimos un rasgo distintivo del comercio mundial de todos los tiempos: fabricar o cosechar un producto que tiene un coste bajo en el propio país para venderlo allí donde este producto no existe y donde, por consiguiente, una demanda más alta fijará un precio más elevado y nos procurará un beneficio mayor. Como rey, Salomón tuvo que arrogarse el monopolio, al menos de los derechos de aduana, sobre todas las mercancías procedentes de Arabia. Todavía en tiempos de Jesucristo, los fariseos pagaban el diezmo (el 10%) por las especias y las plantas aromáticas, una especie de precedente del VA.
De ahí la importancia de la historia de la reina de Saba, cuyo reino se encontraba en el sur de Arabia, en el actual Yemen, y que resistió a los asirios cuando estos quisieron apoderarse del comercio de mercancías exóticas de Saba.
Un anónimo poeta latino del siglo I d. de C. describe en su poema «Fénix» su propia versión de este pájaro mítico, que se rodea de todas las plantas aromáticas y especias procedentes de Saba y Asiria para construir su nido. Recoge canela, bálsamo, tejpat (hojas de Cinnamomum tamala), casia, goma arábiga, incienso, nardo y mirra. Aquí encontramos otro rasgo común entre los comerciantes de especias: la voluntad de mistificar el origen de las especias para deslumbrar y seducir a su clientela. Asimismo, se trataba de ocultar siempre los orígenes y los lugares de abastecimiento a las orejas de los curiosos y los posibles ladrones.
Encontramos una ilustración de esta estratagema en el libro III de las Historias de Herodoto (siglo V a. de C.), donde se habla sobre la cosecha del cinamomo (canela, casia) por parte de los ismaelitas: estos pretendían hacer creer que los trozos de corteza seca del kinamomon llegaban a sus manos gracias a unos pájaros gigantes, los grifos, que los transportaban para construir sus nidos en las cimas de montañas inaccesibles para los hombres. Para recoger las ramitas, la gente cortaba grandes trozos de buey, que los voraces pájaros se llevaban a sus nidos. Demasiado frágiles para soportar este peso suplementario, los nidos se venían abajo con su cargamento de canela, que los hombres se apresuraban a recoger del suelo para venderlo en otros países. No estamos lejos de la realidad si reemplazamos, en esta mistificación, a los pájaros gigantes por veleros o galeras lo suficientemente grandes para viajar en alta mar hacia la India y Ceilán.
Cuando los europeos descubrieron finalmente el misterio del origen de las especias a finales del siglo XV, actuaron de la misma manera y guardaron este secreto a toda costa. Hasta entonces, desde Herodoto y nuestro poeta latino del «Fénix», los occidentales habían creído que la canela, la casia y la pimienta venían de Arabia, mientras que los comerciantes árabes iban a buscarlas, de hecho, a la India y a Ceilán. ¡Esto demuestra que los árabes supieron guardar el secreto! Existe otro mito estrechamente vinculado con el Fénix (que cada vez renace más bello de sus cenizas) y con la reina de Saba: el de la Arabia eudaimon de los griegos, la Arabia felix de los romanos y la Arabia feliz de Occidente.
En realidad, ¿qué felicidad se puede encontrar viviendo en un país abrasado por el sol y formado en gran parte por un desierto yermo y unas montañas rocosas de aridez proverbial? El mito suele compensar realidad y saber. Cuando menos se conoce un país, más entra en juego la imaginación. Así es como funcionan los mitos, las sagas, los cuentos de hadas. Se identificaba la Arabia feliz con todos los placeres sensuales de los perfumes, de las especias y las plantas aromáticas, las cuales se creía que abundaban en cantidades ilimitadas. Los occidentales imaginaban que estas riquezas permitían una vida ociosa y erótica sin hambre ni sed, ni frío ni enfermedades: una especie de paraíso terrenal y proyección compensatoria de todo lo que faltaba en Europa. De ahí el entusiasmo por Oriente, eterna tentación de los europeos. La verdad, sin embargo, era muy distinta.
Debido a su indigencia y a la falta de recursos agrícolas de su país, los ismaelitas tuvieron que buscar en otra parte lo necesario para subsistir. Se dedicaron a viajar, a hacer descubrimientos, a establecer relaciones comerciales con otros pueblos al este y al oeste de su país. La habilidad para los descubrimientos y el comercio, la valentía y la posición geoestratégica de la península, entre Asia y África oriental, les llevaron a hacer de su país, por tierra y por mar, el punto central entre la India, Sri Lanka, el archipiélago indonesio, China y Japón por un lado, y Oriente Próximo y Medio, África y Europa por el otro. Los ismaelitas y los sabeanos se encontraban en una situación parecida a la de otros pequeños países marineros como Portugal, que arrebató el monopolio del comercio de las especias a los árabes en el siglo XV y que, a su vez, perdería a manos de Holanda en el siglo XVII. Después llegaron los franceses y los ingleses en el siglo XVIII, pero esto ya lo veremos más adelante.

Por ahora, quedémonos un poco más con Salomón. También se le atribuye el Cantar de los cantares (I-8), pero este es más bien una selección de poemas de amor, escritos entre el siglo V y el siglo III a. de C. El Cantar es uno de los textos más sorprendentes de la Biblia, un verdadero canto al amor y un auténtico himno a la alegría de vivir, situado en medio de los textos sagrados. Durante mucho tiempo se han hecho esfuerzos para interpretarlo de un modo místico: en un sentido figurado, el que ama representaría a Dios y el amado al pueblo elegido de Israel. Actualmente, nos atrevemos a tomarlo al pie de la letra, con todo el erotismo que lo impregna. Este texto lírico en forma de diálogo utiliza muchas metáforas del mundo de los perfumes, de las especias y las plantas aromáticas:
«Tus brotes son un paraíso de granados, con los frutos más exquisitos, alheñas con nardo/ Nardo y azafrán, caña aromática y cinamomo, con todo tipo de árboles de incienso, mirra y áloe, con los mejores bálsamos» (Cantar IV, 13-14).
Probablemente sea la mayor densidad de especias y plantas aromáticas citada en la Biblia, con siete menciones concretas. El nardo (Nardostachys jatamansi, familia de las Valerianáceas) es una planta del Himalaya y del Hindu Kush cuyas raíces ofrecen un aceite muy perfumado, muy apreciado y sumamente caro en la Antigüedad. Con este aceite es con el que una mujer unge al Señor cuando pasa un tiempo en la casa de Simón el Leproso en Betania. Algunos de los que le acompañaban se indignan por un gasto tan tremendo, pero Jesús les responde profetizando su muerte: «Ha hecho lo que ha podido; ha embalsamado mi cuerpo para la sepultura » (Marcos XIV, 4-9).
La caña aromática es, muy probablemente, el toronjil, nombre de un grupo de plantas que desprenden un olor a limón, como la verbena y la melisa, también conocidas por su valor medicinal. El azafrán (Crocus sativus, familia de las Iridáceas), de origen persa, es la especia más rara y más cara de todos los tiempos. El polvo fabricado con sus estigmas florales secos se utiliza como condimento y como colorante amarillo. El cinamomo con el nombre de casia no es otra cosa que la canela (Cinnamomum zeylancium, familia de las Lauráceas), corteza aromática y perfumada del canelo. Esta especia hace su aparición en la cuenca oriental del Mediterráneo a través de Tiro (actualmente Sour, en el Líbano), la ciudad comercial fenicia más importante, a partir del siglo VI a. de C., después de su tránsito por vía marítima y terrestre (caravanas) desde Ceilán y la India del Sur.
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