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Cómo alcanzar la felicidad – How to achieve happiness

El siguiente texto es un extracto del libro Cómo alcanzar la felicidad (ISBN: 9781639199433). Conocerlo, entenderlo, interpretarlo y ayudarlo, escrito por Luigi Ranieri and Luigi Alfonso, publicado por de Vecchi /DVE ediciones.

Prólogo

He sido invitado por la dirección del Cenáculo a impartir una serie de conferencias sobre un tema que pudiera interesar a los socios. Me he informado sobre el tipo de auditorio con el que me encontraría y se me ha dicho que seguramente se trataría de gente de cultura superior a la media, de clase superior a la media, y de mediana edad. He pensado que iría bien un tema como “Meditación y felicidad”. El tema fue aceptado e incluido en el programa, no sin cierta perplejidad. El primer encuentro tendría lugar el 24 de septiembre.

He pasado todo el verano pensando en la manera de hacer comprensibles cosas que tan sólo estaban claras en mi mente y en la práctica cotidiana.

Tenía que explicar que la felicidad puede alcanzarse como estado de consciencia, pero que dicho estado presupone al menos un buen conocimiento de uno mismo y también una clara visión de lo que realmente se quiere. Tenía que hacerles comprender que la meditación es, en este caso, el medio más completo para alcanzarla.

Estas explicaciones requerían una premisa que valiera también como ejemplo. Sucesivamente, durante las conferencias, presentaría otros e incluso un caso real. La premisa, como decía, debería consistir en un ejemplo: el mío. Tenía que hablar de mí, de mi camino, tenía que explicar de qué había partido, adónde había llegado, por qué estaba allí y adónde podía acompañarles. Además, para los participantes sería una buena ocasión para intentar hablar sobre ellos mismos, si fuera necesario.

Esta decisión me llevó a escribir el presente prólogo.

Me llamo Stefano, tengo casi sesenta años y soy un ex profesor de filosofía. Dejé la cátedra cuando mis estudios y mi experiencia me obligaron a elegir. Antes había puesto un gran empeño en volver a ser alumno, en asistir a otras escuelas, en aprender de otros maestros. Después, he pasado un período de aislamiento para perderme y para encontrarme a mí mismo y a mi realidad superior y eterna, durante el cual he cambiado mucho. Por último, he vuelto a ejercer mi magisterio, pero sólo para ayudar a los demás.

Este lenguaje que utilizo puede parecer oscuro y yo, a mi vez, no puedo hacerlo mucho más claro, debido a que se trata de una experiencia, y es de todos conocido que esta, en cuanto tal, no puede ser comunicada a los demás en su integridad. Por poner un ejemplo, podemos imaginar a alguien intentando describir el sabor de las fresas a otra persona que no las ha visto ni probado nunca. A pesar de ello, intentaré decir algo más sobre determinadas ideas como:

· volver a ser alumno;

· abandonar la cátedra;

· acudir a otras escuelas y a otros maestros;

· el aislamiento;

· el magisterio como servicio.

Siempre serán difíciles de explicar con palabras que serán interpretadas yendo más allá de su significado aparente. Son pensamientos dirigidos a quien desea realmente iniciarse en este tipo de experiencias, pero inútiles para quien se contente con tener un conocimiento sólo intelectual. Se dirigen a quien quiera saber, no a quien quiera conocer. La diferencia sustancial entre estos dos términos se examinará a continuación.

Las palabras con las que intentaré explicarme no deberán entenderse deteniéndose en su sentido. Quien desee saber sentirá la vibración y la invitación a conducir su propia mente en otras direcciones; será la misma persona la que saldrá de las dificultades y no tendrá ningunas ganas de comprender ·en el sentido de tomar dentro de sí· las palabras, porque ella misma será empujada por el deseo de experimentar directamente, en su propia piel.

Volver a ser alumno

Tantos años de estudio de las filosofías orientales y de las doctrinas esotéricas me habían permitido comprender la importancia de volver a ser alumno. Era necesario reconquistar el máximo de pureza, de humildad y de deseo de aprender cosas nuevas, aun existiendo el peligro de perderlo todo. Voluntariamente, en principio, evité tanto dirigirme a otras escuelas como buscarme un maestro. Más bien insistí en la introspección para hacer emerger de mi interior al discípulo de corazón puro.

Siempre tengo presente la célebre frase de la Baghavad Gita: „Cuando el discípulo está preparado, el maestro aparece‰ y por ello continué buscando con voluntad y constancia, construyendo lentamente mi silenciosa preparación. Y fue en ese momento cuando empecé a tener los primeros contactos con la meditación, a descubrirla y a conseguir los primeros resultados. Una auténtica revelación sobre este excepcional instrumento llegaría más tarde, en un momento realmente difícil.

Estos primeros contactos ya me permitieron descubrir la multiplicidad de mi propio yo. Un descubrimiento importante y completo que tendré ocasión de explicar con más detalle. Por ahora, puedo decir que no resulta fácil descubrir las distintas facetas de cada uno, ni tampoco separarlas, y mucho menos llegar a la parte única, pura, humilde y dispuesta para ser modelada. No es fácil, repito, pero es posible, lo afirmo con absoluta certeza. Esta posibilidad es ofrecida a cada ser humano, independientemente de su sexo, cultura o condición social. Pero eso sí, sólo cada cual puede decidir si quiere realizarla o no.

El abandono de la cátedra

No fue fruto de una decisión irreflexiva, sino la consecuencia de una crisis. En general, en mi vida cada siete años aparece una crisis, un cambio, la sensación de que se está concluyendo definitivamente una parte de mi existencia.

Sin embargo, esta vez se perfilaba más compleja de lo acostumbrado.

Mi intento de querer ser cada vez más receptivo, de convertirme en un buen alumno, me ponía, entre otras cosas, más que nunca de parte de los estudiantes. Me observaba.

De esta forma, noté que mi profesión se estaba vaciando de sentido y demasiado a menudo no hacía nada más que repetir pensamientos que no eran míos.

En esos momentos crecía la distancia que me separaba de los demás. Explicaba, preguntaba, expresaba valoraciones de forma cada vez más automática, sin satisfacción.

Yo también deseaba con impaciencia que se acabara la hora de clase. Pero lo más importante era la plena consciencia que tenía de este sentimiento, era como si otro estuviera impartiéndola. Me dedicaba a observarme y cada vez estaba más convencido de que el interés y el sentido que creía haber dado a mi vida continuaban disminuyendo.

Entonces me encontré ante un dilema: ahuyentar las dudas y las sensaciones negativas, para volver a tomar una actitud que me ayudara a vivir, repitiéndome a mí mismo que la vida no se puede cambiar, o bien avanzar y profundizar en la crisis hasta sus últimas consecuencias. Tomé la decisión de trazar una clara línea de separación entre lo que debía y lo que quería hacer. Elegí cambiar la orientación de mi existencia. Entre tanto, empezaba a dar resultados ese diálogo interior que había iniciado casi por curiosidad.

Otras escuelas, otros maestros

Cuando en mi interior empezó a manifestarse el espíritu del alumno, también sentí la necesidad de buscar escuelas. En primer lugar, me interesé por aquellas que se inspiran en la tradición oriental y que conocemos con los nombres de yoga o zen. Me empujaba hacia ellas una atracción que se había forjado en el tiempo, a través de un antiguo interés por las religiones de la India, China y Japón. Se trata de una fascinación que no puede explicarse en términos racionales, pero que desde siempre ha contagiado a muchísimas personas. Más tarde, me interesé por teorías más cercanas a nuestra civilización mediterránea.

Me acerqué a las escuelas esotéricas que inspiraron a los egipcios, a Pitágoras, a los gnósticos, a los cabalistas, a los rosacruces, a las órdenes iluministas, etc.

Por último, concluí esta larga investigación profundizando en el conocimiento de las nuevas fronteras de la psicología humanística, de la psicosíntesis, de las dinámicas mentales y también de la Escuela Arcana para la Nueva Era.

Cada vez me sometí a todas las reglas, pruebas y experiencias prescritas para ser aceptado. Cada vez, y como novicio, seguí al respectivo maestro encargado de acompañarme y después abandonarme cuando se hacía posible que yo siguiera por mi cuenta. He gozado de la gran fortuna de encontrar a un maestro particular, que más tarde volví a encontrar en otros momentos. Quizá fuera casualidad o quizá fuera una señal. De él recibí mucho y sus enseñanzas aún están vivas. Fue él quien me dejó cuando intuyó que estaba cerca otro maestro, el definitivo, el interior. Se me hace extremadamente difícil encontrar las palabras adecuadas para explicar este último encuentro o para dar simplemente una indicación. Con este bagaje, con la experiencia de estos distintos caminos y con un maestro invisible, me encontré por fin solo. Sin esperarlo, y a una velocidad sorprendente, cambiaba mi visión de la realidad. Me esperaba una nueva y decisiva prueba: el desierto.

El aislamiento

Sabía que muchos investigadores al llegar a un cierto punto de su camino tuvieron que vivir la experiencia del aislamiento. En cierto sentido, estaba preparado para ello. Quizá me esperaba una reacción distinta, un tipo de sufrimiento diferente. A veces, sucede que amigos, conocidos, o incluso el mismo estilo de vida se vuelven extraños y se alejan cada vez más de lo que uno desea. Se empieza albergando un sentimiento de soledad, pero enseguida uno se encuentra completamente aislado. Ahora, alrededor sólo hay desierto, ya sea simbólico, ya sea real.

Pero además de la desaparición de los otros y del diálogo, también cambian de valor los conocimientos, el estudio y los intereses. También surge la desazón de la persona que está perdiendo sus propias conquistas, relaciones y convicciones. Hay que volver a elegir: permanecer unido a las más inmediatas razones de existencia o dejar que a tu alrededor sólo haya un desierto. En un primer momento, sufrí mucho, viví con mucha ansiedad este período tan particular. Más tarde, decidí proseguir y he bebido hasta el fondo de tan amargo cáliz.

Permanecí durante mucho tiempo solo, aislado y con un progresivo y horroroso desinterés por todo. Incluso llegué a temer que mi vida perdiera sentido. Proseguí en mi análisis hasta el fondo y al final, realmente al final, me di cuenta de que sólo me quedaba la respiración. Esta función, por lo general instintiva, era lo único que poseía, pero me unía a algo más que no conseguía definir con claridad.

Llegado a este punto descubrí o, mejor dicho, fui consciente, de la antigua técnica meditativa. Me concentré sólo y únicamente en la respiración y comprendí qué era y cómo podía ayudarme la meditación. De hecho, reconstruí lentamente todo lo que había perdido. Mi bagaje se recomponía y ya no consistía en conocimiento, sino en saber, porque estaba hecho única y exclusivamente de experiencias. Más adelante tendré ocasión de explicar cómo las experiencias de meditación son, para nuestro cerebro y para nuestra consciencia, idénticas a las vividas comúnmente. Ahora, el desierto, casi por arte de magia, se transformaba poco a poco en un maravilloso jardín. El jardín de la felicidad, la mía. Y yo había regresado, lo sentía cada vez más mío y sentía que no lo volvería a perder.

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