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El gran libro de los chakras – The great book of the chakras

El siguiente texto es un extracto del libro El gran libro de los chakras(ISBN: 9781644618011). Conocerlo, entenderlo, interpretarlo y ayudarlo, escrito por Laura Tuan, publicado por de Vecchi /DVE ediciones.

Los chakras 

La material y la energía

«Nada se crea ni se destruye, sino que se transforma». Esto es lo que afirmaban los filósofos griegos, a propósito del eterno fluir de las cosas, que los sabios hinduistas identificaron por su parte con el samsara, el ciclo del devenir.

Según las leyes de la física, la energía nunca desaparece, sino que simplemente se transforma. Tras la apariencia material de nuestro cuerpo físico, que hay quien considera erróneamente como la única rea -lidad, existe todo un conjunto energético sin el cual ni siquiera habría vida, formado por tres estructuras distintas: los cuerpos sutiles, los nadi y los chakras.

libro de los chakras

No por casualidad, el número tres está siempre presente en todo lo que respecta a lo divino. Basta pensar en las tría das divinas: Vishnú, Brahma y Shiva, en el hinduismo; Padre, Hijo y Espíritu Santo en el cristianismo; Osiris, Isis y Horus en la religión egipcia; por no hablar del hombre mismo, que es al mismo tiempo espíritu, mente y cuerpo.

Por lo tanto, tres son los elementos que se manifiestan a partir de la unidad primordial; y, para los hindúes, tres son las cualidades (guna) de la sustancia: tamas (oscuridad, inercia), rajas (movimiento)y sattva (equilibrio, luminosidad).

De su combinación, uniéndose de dos en dos, se derivan las cuatro posibilidades, los elementos cósmicos griegos: agua, tierra, aire y fuego, de un total de siete; o sería mejor decir seis más uno, porque, combinando las tres guna (tamas, rajas y sattva) en todas las parejas posibles (sattva y rajas, sattva y tamas,rajas y tamas), alcanzaríamos la cifra de seis, que eran los sistemas filosóficos dela India antigua y los planetas del sistema solar conocidos en la Antigüedad, si excluimos la Tierra, que es desde donde los observamos. Así pues, seis son los chakras principales del hombre común: Muladhara, Svadhishthana, Manipura, Anahata, Vishuddha y Ajna, puesto que el séptimo, Sahasrara, pertenece al iluminado que ha trascendido la condición humana. Para obtener la séptima combinación, hay que salirse del esquema delos emparejamientos de las guna y proceder a la unión de los tres (tamas y rajas, sattva).

En el hombre, las dos energías, masculina y femenina, yang y yin, de cuya interacción se originó la vida, se polarizan, mediante diversos cruces, a lo largo de la columna. En la práctica, somos grandes imanes vivientes de cuatro polos, sensibles a todas las leyes físicas de la electricidad y del magnetismo, formados por dos polaridades horizontales, yin y yang, y dos verticales: la más alta y espiritualizada se encuentra en la cúspide del cráneo y la más baja y densa en la base de la espina dorsal. Entre estos dos polos, caracterizados por un potencial y, en consecuencia, por un voltaje distinto, se sitúan todos los estadios intermedios, como las notas de una escala musical, donde las notas más bajas se deben a una vibración lenta y las más agudas a un movimiento vibratorio rapidísimo.

En la práctica, estamos atravesados por un flujo continuo, por una corriente eléctrica positiva y negativa en cuyas intersecciones, a lo largo del eje vertical de la columna, la energía forma unos remolinos que giran en el sentido de las agujas del reloj y al contrario en función de su polaridad. Cuando la corriente positiva que fluye de un lado del cuerpo se cruza con la negativa, como es dominante, desplaza el remolino en su dirección. Esta es la razón por la que todo remolino parece girar en sentido contrario respecto al anterior y al posterior. Naturalmente, no se trata de corrientes continuas sino alternas, muy parecidas al flujo energético generado por la rotación dela Tierra, hacia el Sol entre mediodía y medianoche, y en dirección opuesta entre medianoche y mediodía.

Es la respiración del cosmos, que alterna rítmicamente los ciclos nocturnos y diurnos, al igual que el hombre alterna inconscientemente el predominio de uno u otro orificio nasal durante el acto respiratorio. En la fase de inspiración, la energía va hacia arriba, y al espirar vuelve a concentrarse hacia abajo. De este modo, al respirar con el orificio nasal izquierdo prevalece la experiencia de la percepción, mientras que al respirar con el derecho prevalece la de la acción. Los hindúes simbolizan este complejo sistema energético con la imagen de Meru Danda, el equivalente oriental del caduceo de Mercurio, la vara a lo largo de la cual se retuercen las dos energías serpentinas.

Sin embargo, y como enseña la alquimia, en realidad nada permanece inmutable, sino que todo puede ser transformado, al modificar simplemente su ritmo vibratorio, del más burdo al más sutil, del emblemático plomo al oro purísimo. Y, por lo demás, como afirma Einstein, ¿qué es la materia, sino un pensamiento vibrante a velocidades inferiores? Es la argucia del mago, antigua como el mundo: materializar objetos, ralentizando la velocidad vibratoria de la energía del pensamiento, o desmaterializarlos, aumentándola. Toda manifestación de la realidad, que puede resumirse en una de las cuatro categorías, temperamentos, humores o tattva (en sánscrito, «esencia de lo que es»), no es más que energía vital que opera a ritmos distintos: así, la diferencia entre los elementos se debe únicamente a una velocidad de vibración diferente.

libro de los chakras

Basta con pensar en la tierra, sólida, visible, tangible e inerte (es decir, incapaz de pasar a un estado distinto), para imaginar la lentitud vibratoria de sus partículas atómicas. Después viene el agua, un poco más rápida desde una perspectiva vibratoria, como demuestra su falta de forma, su capacidad de adaptarse a cualquier recipiente y, al calentarse, pasar al estado gaseoso, sin dejar de ser visible y tangible. Después, el fuego, que no se toca pero se ve y se siente; y, por último, el aire, real aunque intangible e invisible. Sabemos que existe, porque en el caso que nos faltara moriríamos asfixiados, sin embargo, no lo podemos ver, sopesar, ni mucho menos apretar entre los dedos.

El fluir de los tattva y el predominio temporal de uno sobre otro se manifiestan en el cielo a través de las energías planetarias y zodiacales que se suceden en la tierra mediante los ciclos estacionales. Al igual que los animales, las plantas y las aguas, el cuerpo del hombre tiene sus estaciones. No es por casualidad que, como enseña la medicina ayurvédica,en primavera predomine el aire, el Vata, unido a la respiración, el verano sea la estación de la bilis, Pitta, y el otoño y el invierno, húmedos y fríos, la de la flema, Kapha. En este sistema de pensamiento nada es bueno o malo, ni un elemento vale más que otro, ni hay un color, una nota o un planeta mejor, porque toda la energía tiene un sentido preciso en el todo; a condición de que se manifieste sin estridencias, en sintonía con el resto.

Atender a los ritmos del cielo y de la tierra, escritos en los astros y en las estaciones, es el primer deber de quien aspira a emprender un camino, en armonía con el cosmos y los demás seres.

Las estructuras energéticas del hombre

Los cuerpos sutiles

libro de los chakras

En la Antigüedad, los egipcios se dedicaron al estudio de los cuerpos sutiles del hombre, contenidos uno dentro del otro—como si de muñecas rusas se tratase—de forma cada vez más sutil. Hasta el punto de que, conscientes de la supervivencia de los elementos sutiles en la materia, dispusieron un complejo arte funerario en el que lo más importante era el acto del embalsamamiento.

Como después demostraron las minuciosas clasificaciones de la escuela teosófica, los egipcios distinguían el cuerpo físico (Khat) de su sombra (Kha), a los que añadían el alma (Ba), el intelecto (Khu) y el corazón (Ab). De forma similar, el pensamiento tántrico, además del físico, reconocía un cuerpo etérico, uno astral, uno mental y otro espiritual.

El cuerpo etérico

Completamente similar en forma y dimensiones al físico, es la fuente del que este extrae la energía vital, procedente del sol, y todas las sensaciones físicas que retransmite a través de los nadi y los chakras. Una vez satisfecha la necesidad energética del organismo, elimina los excesos en unos flujos de unos dos centímetros que constituyen el aura etérica, fotografiada por primera vez por el matrimonio Kirlian en los años treinta.

El aura ejerce sobre el físico una acción protectora, impidiendo que la agredan los agentes patógenos y rechazando la negatividad en viada voluntariamente por algún operador delo oculto. Sin embargo, cuando, a causa del estrés, una dieta inadecuada o pensamientos y emociones negativas, estos filamentos se curvan y enredan hasta ocasionar grietas en el tejido áurico, la enfermedad y la negatividad logran atravesar las barreras protectoras y se instalan en el cuerpo, mientras que la pérdida de la fuerza vital, como el agua a través de una grieta, hace descender el nivel energético y vibratorio de manera en ocasiones preocupante.

Pero aún es posible intervenir gracias al efecto terapéutico del pensamiento positivo, capaz de reparar las fisuras y restablecer el tono energético. Además, dado que la radiación de las plantas está muy próxima a la del cuerpo etérico (de ahí la eficacia de los preparados terapéuticos de las herboristerías), podrán obtenerse pequeños milagros energéticos simplemente caminando con los pies descalzos sobre la hierba o sentándose con la espalda apoyada sobre un tronco.

Es la sede de los sentimientos, las emociones y los rasgos del carácter. Su aura es ovoidal, que puede llegar a superar incluso varios metros el cuerpo físico: se cuenta que el aura de Buda se extendía a lo largo de casi cuatro kilómetros.

Además de los constantes cambios de carácter, detectables como colores estables y predominantes, el cuerpo astral registra las emociones más fugaces.

La mayor parte de los bloqueos emotivos, que arrastramos desde vidas anteriores y con los que nos vemos obligados a enfrentarnos, se alojan, en el cuerpo astral, en la zona del plexo solar.

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