
El gran libro de los perros de raza – Tener un perro! – The great book of the dogs of race
El siguiente texto es un extracto del libro El gran libro de los perros de raza(ISBN: 9781644611951). Conocerlo, entenderlo, interpretarlo y ayudarlo, escrito por Valeria Rossi, publicado por de Vecchi /DVE ediciones.
Los Orígenes
Los primeros restos fósiles de cánidos hallados en asentamientos humanos se remontan a unos 12.000 años. Durante mucho tiempo se ha supuesto que se trataba de perros domésticos, aunque también se ha planteado la hipótesis de que pertenecieran a cánidos salvajes que se aproximaban a un poblado para robar restos de comida y que, en alguna ocasión, eran capturados.

Actualmente se estima que la domesticación del perro debió de iniciarse hace unos 10.000 años, una cifra nada desdeñable por lo que respecta a la historia humana y canina, sobre todo si se tiene en cuenta que esta relación ha perdurado a través de glaciaciones, terremotos, guerras y carestías. Ninguna empresa habría durado tanto tiempo de no haber sido muy provechosa para ambas partes.
Presumiblemente, el primer perro domesticado fue un cachorro, ya que los cánidos de aquellos tiempos eran lobos de gran envergadura y ferocidad que hacían imposible toda tentativa de captura para obtener su colaboración. Quienes hubiesen intentado llevar a cabo tan descabellado plan habrían perecido entre sus fauces.
Es muy probable que este cánido, además de cachorro, debió de ser huérfano, ya que ninguna madre habría dejado que se lo sustrajeran sin haber presentado batalla. Además, tuvo que ser bastante joven, de alrededor de un mes de vida—pues si hubiese sido mayor no hubiese sobrevivido—, pero no más. La idea más lógica es que los primeros hombres lo capturasen para cebarlo, con la esperanza de que no escapara y de que creciera lo suficiente como para alimentar a tres o cuatro personas.
Naturalmente el cachorro creció, pero el hombre en lugar de una cenase encontró con un amigo al que no abandonaría nunca.
¿Por qué?
Es demasiado fácil responder «porque le era útil», y más si se tiene en cuenta que un perro (o un lobo) de cuatro o cinco meses no sirve prácticamente para nada, excepto para ensuciar y roer todo lo que encuentra. Podemos admitir que el hombre primitivo no concediera una excesiva importancia al brillo del suelo, pero todo el mundo sabe perfectamente que un perro joven destaca más por su capacidad de ocasionar desperfectos que demostrarse útil, especialmente si nadie lo educa ni lo adiestra (y no creo que en aquella época hubiese un campo de adiestramiento cerca de casa preparado para el primer perro de la historia).

Entonces, ¿por qué no se comieron al cachorro?
Habría podido empezar a ser útil a los ocho o nueve meses, aunque no había ningún motivo para dejarlo que creciese tanto. Primitivos o no, los hombres con toda seguridad habían saboreado carne de animales jóvenes y adultos, y cuesta creer que no hubieran descubierto que la carne joven es más tierna. Si en un primer momento era demasiado pequeño, un perro de cuatro meses ya tenía las dimensiones suficientes como para saciar el hambre de unos cuantos.
El perro no acabó en la mesa porque alguien de la familia se opuso tajantemente. Y es dudoso que hubiera sido un cazador o cabeza de familia, que pasaba poco tiempo encasa y no tenía tiempo para sentimentalismos; es mucho más probable que fuera una mujer, quizás a instancias de un niño que no podía soportar la idea de comerse a su mejor amigo.
Sea como fuere, el cachorro no acabó en la olla porque alguien loquería, esta es la única deducción lógica que se puede hacer. Las explicaciones utilitaristas solamente puede inventarlas quien nunca ha tenido un cachorro de cuatro meses correteando por casa.
Salvado por cariño, el primer perro doméstico creció hasta convertirse en un animal verdaderamente útil, acompañando al dueño en sus cacerías y mostrando los dientes al intruso que se asomaba por la puerta de la cabaña, o quizá las dos cosas a la vez.
Así se inició la historia de un dúo hasta el momento indisoluble. Y empezó más o menos al mismo tiempo en todos los puntos de la Tierra, tal como demuestran los hallazgos prehistóricos europeos, asiáticos y americanos.

A continuación, la evolución humana no siguió el mismo paso en todo el mundo. Algunas civilizaciones progresaron rápidamente, otras se mantuvieron mucho tiempo en un estadio primitivo, y otras desaparecieron, subyugadas o aniquiladas por las guerras que, por desgracia, acompañan al hombre desde sus orígenes más remotos.
Hoy en día existen culturas que apenas han salido del estadio primitivo. No sé si vivimos mejor nosotros con los ordenadores y la televisión (y los impuestos, los accidentes de tránsito y una larga retahíla de «inconvenientes» propios de las culturas «avanzadas») o los pueblos menos civilizados. Lo cierto es que nosotros, gracias a nuestros medios y a la tecnología, podemos estudiar otras culturas y ver cómo se comportan.
Esto nos ha permitido descubrir algunos poblados perdidos en las montañas peruanas, en donde no hay ordenadores ni llega la televisión, y que aún tienen la costumbre de que las mujeres de la tribu amamanten a los cachorros de perro huérfanos, hecho que demuestra un respeto y una consideración para el animal mucho mayor que la que probablemente tienen los más encendidos amigos delos animales de la parte «civilizada» del mundo.
Pero, además, es una conducta que nos ayuda a entender que la relación entre el perro y el hombre nunca ha sido una unión exclusivamente por intereses y que no ha nacido como una relación de dar-tener, porque un cachorro de pocos meses no tiene nada que dar, fuera de su ternura.
Entre el hombre y el perro ha habido, y esperamos que siga habiendo, una gran amistad. Y como tal debe ser considerada la relación que mantienen, por delante de valoraciones de carácter utilitario, si realmente queremos entender al perro y conocer algo más de nosotros mismos.
El Desarrollo Del Cachorro

Actualmente el lobo y el perro parecen dos realidades muy distantes: el lobo es malvado y el perro es bueno; el lobo es feo y el perro es bonito; el lobo se come a las ovejas, el perro las defiende.
Por otro lado, hay perros que todavía guardan un vago parecido con su antepasado lejano, pero ¿qué tienen en común con el lobo un setter, un carlino o un dogo?
A pesar de que la tentación de responder «nada» es muy fuerte, es preciso contestar «casi todo».
El setter y el lobo son ambos animales sociales, con una organización de la manada idéntica. El carlino y el lobo mueven la cola de la misma manera. El dogo y el lobo gruñen, aúllan y gritan «cai-cai» cuando notan dolor. Tanto el carlino como el lobo, cuando desean expresar «esta casa es mía y aquí no puede entrar nadie», lo hacen alzando la pata y orinando. Y, lo más importante, si un setter y una loba se encuentran y se gustan, nace una camada. Si se encuentran un caballo y una cebra, que tienen muchas más similitudes, apenas se prestan atención.
Las dos especies son interfecundas, y según la ciencia esto sólo significa una cosa: no son dos especies, sino que todavía son la misma especie.
El hombre (y en parte las condiciones climáticas, ambientales, etc.) ha modificado enormemente sus características físicas y sus hábitos comportamentales, pero nunca ha llegado a cambiar su íntima manera de ser. El perro todavía es lobo, razona como un lobo y posee los mismos instintos que el lobo; de hecho, si pudiera, seguiría comiendo ovejas muy gustosamente.
¿Por qué no sólo ha dejado de hacerlo sino que realiza exactamente lo contrario?
Por un solo motivo: para complacer al dueño.
Sin embargo, el perro no desea complacerlo porque este último sea más atractivo, o porque le caiga particularmente simpático: el perro está convencido de que vive en una manada, y hace lo que le ordena el hombre sólo porque cree que es quien manda.
La explicación de este mecanismo mental debe buscarse en el primer lobezno que vivió en una cabaña primitiva; ya hemos dicho que tuvo que ser muy joven, de un mes de edad, lo cual significa que se encontraba en plena fase de imprinting.

Está claro, por consiguiente, que un cachorro de aproximadamente un mes de edad se encuentra en plena fase de imprinting, durante la que se produce el reconocimiento de la propia especie.
En un entorno natural, entre los 22 y los 50 días de vida, el cachorro sólo está en contacto con sus congéneres, madre y hermanos. La manada le acogerá en su seno, lo protegerá y le enseñará a comportarse. Si hubiera tenido la desgracia de encontrarse con un ejemplar de una especie depredadora más fuerte que él, se habría prescindido de presentaciones y reconocimientos, y el cachorro habría sido devorado.
El hombre, al adoptar al primer cachorro huérfano para alojarlo en su casa, alteró por completo sus previsiones. Tanto es así que el cachorro creció convencido de que aquellos eran sus congéneres: el hombre, la mujer y los niños.
Es una convicción que tienen todos los cachorros del mundo: si es huérfano, el imprinting lo vincula sólo a los humanos; si no es huérfano, lo vincula a la madre, a los hermanos y a los humanos, porque todos ellos intervienen en el periodo que va de la cuarta a la séptima semana de vida. En consecuencia, para los cachorros de perro, son «perros» tanto la madre y los hermanos, como los seres humanos. Y en este simple hecho se basa la domesticación y el adiestramiento.
Tal como hemos visto anteriormente, después del imprinting el cachorro entra en la fase de socialización, en la que se relaciona con el mundo externo, y para hacerlo necesita una guía.
En estado natural este papel lo desempeña la madre, y un poco más tarde el padre; en cambio, en cautividad, este papel corresponde al hombre.
Es el hombre quien pone el collar y la correa al cachorro y lo lleva a pasear por primera vez fuera de casa, a conocer el mundo. Es el hombre quien le dice «¡no!» cuando se dispone a perseguir por vez primera a un gato, quien le consuela si por vez primera un gato le persigue a él y consigue arañarle en la nariz, y quien le lleva cerca de otros hombres y le enseña a no tenerles miedo y a dejarse acariciar.

Por tanto, para cualquier cachorro, «madre» equivale a «dueño».
Pero aquí no acaba todo.
La fase de socialización va seguida, antes de que el cachorro llegue a la pubertad y por tanto a la madurez sexual, de otras dos etapas importantes:
— de los tres a los cinco meses: fase de ordenación jerárquica;
— de los cinco a los seis meses: fase de ordenación de la manada.
En el primer periodo el cachorro empieza a descubrir que en la manada no reina la anarquía, sino que existen unas reglas muy concretas que deben ser respetadas. Hay quien manda y quien obedece, quien goza de algunas prerrogativas y quien debe estar callado.
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